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Ser un chico malo sale muy rentable (en la cultura)
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Esteban Hernández

Confidencias POP

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Esteban Hernández

Ser un chico malo sale muy rentable (en la cultura)

“Quién hubiera dicho hace tres décadas que yo iba a ser invitado al jubileo de la Reina”, le decía Richard Branson a Miguel Ayuso, entre risas

“Quién hubiera dicho hace tres décadas que yo iba a ser invitado al jubileo de la Reina”, le decía Richard Branson a Miguel Ayuso, entre risas y mientras se tomaba un combinado. Se refería el peculiar millonario a que en 1977 sufragó (era el dueño de la discográfica Virgin) los costes del barco que surcó el Támesis con los Sex Pistols tocando a todo volumen God save the Queen (cuyo estribillo era Dios salve a la Reina / ella no es un ser humano) en los actos de celebración de los 25 años de reinado de Isabel II.

El rap domina el mundo

35 años después, Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols y emblema del punk, está muerto, Malcolm McLaren, manager e inventor de la banda, está muerto, y Johnny Rotten, cantante y líder, sigue tocando las narices a todo el mundo, pero ya sin gracia alguna, mientras Branson aparece públicamente junto a la Reina. Puede que este final fuera esperable, o muy esperable, pero no por eso deja de hacerle gracia al magnate británico. Claro que a quien de verdad debía resultar cómica la situación es a la Reina: 35 años después, aquel tipo que la insultaba estaba comiendo de su mano, y feliz de hacerlo, mientras contemplaba el río Támesis lleno de barcos en su honor.

Kanye tiene un punto bastante macarra, pero es un artista y es cool, que es lo que la industria necesita

Una situación de similar fagocitación consentida debe estar viviendo el hip-hop, a juzgar por las declaraciones de Ice-T a USA Today en las que señala cómo “el rap es la cultura predominante ahora mismo en el mundo. Ya sea en un anuncio de Taco Bell o para una marca de ropa. Hasta el hombre del tiempo rapea”. Ciertamente, la presencia de dicho género musical en la sociedad estadounidense es masiva, tanto en los estratos más bajos como en gran parte de las capas medias, cada vez más convertidas en el público que adquiere tales productos. Si hay una música influyente en la cultura hoy, esa es el hip-hop.

Entre los burgueses y el pueblo

Se acaba de publicar en España Intelectuales, política y poder (Clave Intelectual), una muy recomendable recopilación de textos de Pierre Bourdieu. En uno de sus artículos, Campo de poder, campo intelectual y habitus de clase, el sociólogo francés insiste en uno de los temas que más profusamente trató, como era el espacio que ocupaban los intelectuales y los artistas en la sociedad, y en las formas ambiguas con que se relacionaban tanto con esas clases dominantes de las que solían formar parte y a las que solían dirigirse y ese público de masas que tenían por embrutecido y que en ocasiones les acogía. Esa posición peculiar y confusa, que es estupendamente retratada por Bourdieu, tenía que ver con el intento de alejamiento de intelectuales y artistas (y Flaubert era un gran ejemplo) tanto de esas gentes burguesas, siempre ocupadas en la búsqueda del beneficio, como del gran público, del pueblo, con el que difícilmente podían relacionarse a causa de su supuesta vulgaridad. Esa tensión, muy presente en el siglo XIX, varió sustancialmente a lo largo del último siglo, y está teniendo expresiones muy peculiares en las últimas décadas.

Los punks buscaban desafiar continuamente al poder establecido y por eso les gustaba hacer cosas epatantes

La más significativa ha sido la proveniente del hip-hop, provocada por una suerte de revolucionarios conservadores que han dado una nueva lectura a la vieja tensión. La figura más representativa del nuevo movimiento es Kanye West, un cantante que ha triunfado gracias a interpretar adecuadamente esa chulería callejera que el papel de rapero exige, pero también a que ha sabido envolverla en tonos lo suficientemente pop como para agradar a la clase media que compra sus discos. Kanye tiene un punto bastante macarra, pero también es un artista que diseña moda, produce música, dirige películas y sabe vender su imagen. Es chulo y es cool, que es justo lo que la industria necesita. Además, y en sentido contrario, el arrabal envidia a Kanye, porque ha podido ganarse esa respetabilidad a la que aspiran: le invitan a todo tipo de fiestas, le abren las puertas de las grandes marcas de moda, y sus videoclips los dirigen cineastas de prestigio, como Romain Gavras.

La Reina como objetivo

La utilización de lo callejero como fuente de energía ha sido una constante de muchas marcas de moda y de comida desde los años 60, como sabiamente apunta Ice-T. Y eso es lo que les ha hecho populares, atrayendo a chicos malos que quieren ser respetables (y ricos) y a chicos rebeldes de la clase media que envidian a los malos.

Ellos no querían acabar con el sistema, sino hacerse ricos

Hubo otro movimiento musical que, como bien sabe Branson, apostó por esa estética del arrabal de un modo inequívoco, como fue el punk. Había una diferencia, ya que los jóvenes punk querían encarnar, como buenos seguidores de Foucault, un desafío continuo al poder establecido, y por eso les gustaba hacer cosas epatantes. Como funcionaban muy bien en el nivel discursivo, la Reina inglesa se convirtió rápidamente en un objetivo, en tanto icono de la vieja sociedad. Años después, no tenemos muy claro para qué sirvió tanta provocación.

El hip-hop es otra cosa porque, en cuanto movimiento, nunca impugnó el orden social, ni siquiera discursivamente. Ellos, como Branson, no querían acabar con el sistema, sino buscar otra posición dentro de él. Les gustaba la moda, el lujo, los coches y el dinero tanto como a quienes estaban en lo más alto de la sociedad, lo que ocurre es que lo decían más a las claras y con más energía. Y esa ha sido la clave de su éxito, enviar los mensajes más estereotipados a través de la estética más rupturista.

“Quién hubiera dicho hace tres décadas que yo iba a ser invitado al jubileo de la Reina”, le decía Richard Branson a Miguel Ayuso, entre risas y mientras se tomaba un combinado. Se refería el peculiar millonario a que en 1977 sufragó (era el dueño de la discográfica Virgin) los costes del barco que surcó el Támesis con los Sex Pistols tocando a todo volumen God save the Queen (cuyo estribillo era Dios salve a la Reina / ella no es un ser humano) en los actos de celebración de los 25 años de reinado de Isabel II.