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The Master: ¿alguien sabe dónde está la salida?
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Ana Fernández Rodríguez

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The Master: ¿alguien sabe dónde está la salida?

Es natural encontrarnos perdidos y desorientados cuando nuestra vida da un giro inesperado o el final de una etapa abre las puertas a lo desconocido. Sin

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The Master: ¿alguien sabe dónde está la salida?

Es natural encontrarnos perdidos y desorientados cuando nuestra vida da un giro inesperado o el final de una etapa abre las puertas a lo desconocido. Sin embargo, precisamente, estos momentos representan una oportunidad excelente para la renovación y el crecimiento personales. La dificultad principal radica en nuestra extremada vulnerabilidad durante el proceso de búsqueda y en la impaciencia por volver a sentirnos seguros, que puede precipitarnos en ocasiones a construir espejismos de seguridad más o menos peligrosos para nosotros mismos.

Esto parece ser lo que le ocurre al personaje de Freddie Quell (un brillante Joaquin Phoenix), en la compleja película The master, de Paul Thomas Anderson, cuando alcoholizado y traumatizado por la guerra, se cruza con el carismático Lancaster Dodd (interpretado magistralmente por Philip Seymour Hoffman). Ambos actores, junto a la esposa de Dodd (Amy Adams), están nominados al Oscar en sus respectivas categorías al mejor actor, actor secundario, y actriz de reparto. Y ciertamente, sus interpretaciones generan momentos de auténtico magnetismo. Sobre todo en aquellas ocasiones en que Freddie y Lancaster se miran el uno al otro como si se reflejaran en un espejo, en unos magníficos primeros planos.

No hay crecimiento o mejora sin un cierto grado de dolor o de esfuerzo

Freddie busca en la mirada del master, el maestro, su redención, y su salida de los infiernos. A su vez, Lancaster parece reconocer en Freddie la parte más oscura de sí mismo. Salvarle es de alguna manera salvarse, por eso dedica tanto empeño a esta nueva “causa”, incluso en franca oposición a la opinión del resto de sus familiares.

Pero me interesa en especial centrarme en el personaje de Freddie, porque él es la persona perdida y desorientada que a lo largo de toda la película realiza ese proceso de búsqueda del que hablábamos al principio. Seguirle de cerca, nos ayudará a comprender algunas de las estrategias más comunes que utilizan las personas en proceso de cambio.

La huida y el peligro de la autodestrucción

Cuando nos presentan a Freddie ya es un personaje perdido, que, incapaz de mantener un empleo por sus problemas de comportamiento, ahoga su dolor y sus recuerdos en el alcohol y el sexo. Nos encontraríamos aquí con su primera “estrategia”: la huida. Cuando el dolor, el trauma, son muy intensos, podemos buscar placeres inmediatos que los calmen. El cuerpo y la mente buscan descanso, y dárselo en pequeñas dosis puede ser un alivio momentáneo para continuar la búsqueda. Pero esta decisión entraña un peligro: puesto que el placer es agradable, podemos quedarnos instalados en él, y no querer soportar al final ningún grado de dolor, con lo que abandonaríamos la búsqueda y estaríamos dando los primeros pasos hacia la autodestrucción. Es de sobra sabido que no hay crecimiento o mejora sin un cierto grado de dolor o esfuerzo.

Freddie ya está empezando su autodestrucción, y deambula sin rumbo acompañado de sus demonios, a los que cada vez con mayor frecuencia necesita acallar con una mezcla explosiva de alcohol y drogas que él mismo confecciona. Cuando se encuentra al borde del abismo, comienza su segunda fórmula para encontrar la salida.

Seguir la estela de otro “más fuerte”

Su encuentro con Lancaster, supone un cambio en la vida de Freddie. Lancaster tiene unas fuertes convicciones, está escribiendo varios libros sobre una “nueva religión”, es un gran líder al que siguen e idolatran muchas personas, ávidas como él, tras la Segunda Guerra Mundial, de nuevos referentes. Así que Freddie decide entregar su vida a una persona más fuerte que él y le encomienda su destino. Lancaster será su maestro, su protector, el que sabe lo que se debe hacer, el que le sacará de su desgracia. Y así, se convierte en su perro guardián, en su compañero fiel, a cambio de permanecer bajo el paraguas de su protección. Como dije al principio, la vulnerabilidad y la impaciencia nos hacen construir espejismos de salvación. Es tan agradable sentirse de nuevo seguro…

Tampoco recordar el pasado funciona, porque nada de lo ocurrido entonces permanecerá igual

Pero desgraciadamente también esta estrategia tiene un precio y un riesgo ¿Y si hemos perdido nuestro camino propio, y sólo estamos siguiendo la estela del camino de otro? Se ha hablado mucho de la importancia que tienen los estados de vulnerabilidad para caer en las redes de sectas, mafias, abusadores, chantajistas, y cualquier otra clase de manipuladores. Los estados de indefensión nos vuelven como niños que necesitan de un padre que lleve las riendas. Sólo que ya no somos niños, y sabernos tratados como menores, en el fondo de nosotros mismos, tampoco nos permite encontrar la paz ansiada.

Buscar en el pasado

Así que destronado el maestro, huimos de él como si de nuestro peor enemigo se tratara. Porque lo que idealizamos primero, lo demonizaremos después, por fallarnos, por no darnos la solución prometida. Aquella solución en la que habíamos depositado nuestras expectativas y esperanzas. Así que la tercera estrategia de Freddie es buscar en el pasado. ¿En qué momento perdí mi rumbo? ¿Qué hacía yo en aquella etapa inmediatamente anterior a que todo se desmoronara? Así que volvemos atrás y buscamos los lugares, personas y ambientes que nos proporcionaron algún día satisfacción y esperanza, cuando la vida tenía otro sabor y otro aroma. Pero tampoco el pasado funciona, porque nada de entonces permanecerá igual, ni tampoco nosotros somos los mismos. Así que volverá a ser una decepción.

Vislumbrando la salida

Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo salir del pozo?, ¿es que todo lo intentado hasta ahora fue una pérdida de tiempo? No sirve la huida de la realidad, no sirve seguir a un maestro, no sirve la vuelta al pasado…

Parece que nos va a tocar aceptar el pasado –perdonándonos-,  encarar el presente -afrontándolo- y construir paso a paso nuestro futuro -planteándonos metas y trabajando intensamente en ellas-. ¿Podré aprender de mis experiencias pasadas y convertirme en mi propio maestro?

Conseguir responder afirmativamente a estas dos cuestiones cruciales y facilitar este proceso personal sobre el pasado, presente y futuro, serán en forma resumida, los únicos objetivos que los psicólogos podremos perseguir en el ejercicio de nuestra  profesión cuando pretendamos dar soporte a alguien que se sienta perdido. 

Es natural encontrarnos perdidos y desorientados cuando nuestra vida da un giro inesperado o el final de una etapa abre las puertas a lo desconocido. Sin embargo, precisamente, estos momentos representan una oportunidad excelente para la renovación y el crecimiento personales. La dificultad principal radica en nuestra extremada vulnerabilidad durante el proceso de búsqueda y en la impaciencia por volver a sentirnos seguros, que puede precipitarnos en ocasiones a construir espejismos de seguridad más o menos peligrosos para nosotros mismos.