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El imán de la belleza y la reacción que nos provoca
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El imán de la belleza y la reacción que nos provoca

“A veces, hay tanta belleza en el mundo que no puedo soportarlo” escuchamos en la película American beauty. Nos puede resultar afín, extraño, contradictorio o inquietante

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El imán de la belleza y la reacción que nos provoca

“A veces, hay tanta belleza en el mundo que no puedo soportarlo” escuchamos en la película American beauty. Nos puede resultar afín, extraño, contradictorio o inquietante oír este comentario. Por los estudios realizados en psicología podemos decir que nadie quiere renunciar a la belleza del mundo y la dicha estética y emocional que supone. La belleza puede ser de la propia naturaleza como un paisaje, de las personas por sus cualidades, o del arte en obras literarias, cinematográficas o la pintura. La percepción de esa belleza, percibida por nuestros sentidos y por nuestra inteligencia, provoca una emoción y/o embelesamiento tan gratificante, que deseamos contemplar, mantener o repetir la experiencia vivida.

La belleza es un regalo y nos regala “vida”. Nos permite cambiar de perspectiva dentro de la rutina del día a día y también ser conscientes de que existe una realidad más allá de los límites en que nos encontramos. Permite abrir una grieta en esa acción cotidiana y nos hace posible ver-sentir-pensar-hacer, más allá de nuestro propio horizonte. En este sentido por ejemplo Edvard Munch, el artista que pintó El grito, escribió este recuerdo antes de pintar la obra: “Caminaba por un sendero con dos amigos un atardecer y, de súbito, el sol se puso y el cielo se tornó rojo sangre. Hice un alto en el camino, exhausto, y me apoyé en una valla. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo azul negruzco y la ciudad. Mis amigos continuaron caminando. Yo me quedé allí, temblando de ansiedad. Noté un grito infinito atravesando la naturaleza”.

El arte tiene una gran influencia en los afectos, principalmente en el placer y en la emoción¿Puede nuestro frágil cuerpo contener tanta belleza en un sólo instante? Se ha hablado del síndrome de Stendhal desde los años 80 del siglo pasado. Se manifiesta presentando un elevado ritmo cardíaco, vértigo, temblor, confusión, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando la persona es expuesta a obras de arte, especialmente cuando éstas son muy bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar. Se denomina así por Stendhal, escritor francés, quien experimentó una ansiedad repentina al visitar la Basílica de la Santa Cruz en Florencia en 1817, y escribió: "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados… me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme". Aunque este síndrome no está reconocido oficialmente, sí es frecuente reconocer la influencia del arte en los afectos, principalmente en el placer y en la emoción.

El cine también reconoce la belleza en los afectos y las emociones

Qué bello es vivir, dirigida por Frank Capra en 1946 y protagonizada por James Stewart, muestra la belleza de valores y actitudes como la integridad y la solidaridad. La historia presenta al protagonista, hundido en la angustia, el lado bello de la vida y qué hubiera ocurrido con los que le rodean si él no hubiera posibilitado con sus acciones, momentos y oportunidades bellas a sus seres queridos. Defiende que hay hechos en la vida que podrán con muchas de nuestras ilusiones, pero no con nosotros ni con la bella huella que dejamos de amor y cariño en nuestro entorno.

La belleza nos ayuda a conectar con la vidaLa apreciación de la belleza está muy relacionada con la elevación, el asombro, la admiración, la sorpresa o el maravillarse. Cuando las personas descubren la belleza y la excelencia a su alrededor experimentan emociones y sensaciones positivas de relajación, sobrecogimiento/espiritualidad y ganas de reaccionar de manera positiva. Esta apreciación de la belleza junto con la gratitud, esperanza, sentido del humor y espiritualidad son fortalezas que acompañan a la trascendencia, que nos ayudan a conectar con lo que nos rodea y proveernos de un sentido mas profundo de significado y propósito en la vida como ocurre a los personajes de Qué bello es vivir.

Justo todo lo contrario a esta belleza vemos en la obra El café de Rainer Werner Fassbinder, a partir de la obra de Goldini, y con la dirección de Dan Jemmett en el teatro de La Abadía. Es una obra de la no belleza, de la no apreciación de la belleza ni ninguna de las virtudes que hemos dicho la acompañan.

El café produce malestar, desazón, angustia… desde lo grotesco y desde personajes deshumanizados alejados de estas virtudes. Es un corte en las vidas de los protagonistas y no se percibe ni la más mínima esperanza de que consigan traspasar los límites en los que se encuentran sometidos y ver más allá de sus propios horizontes. Habla de dinero, soledad, dependencia y un vacío lleno de desesperanza y fracaso. Invita a cuestionarse dónde estamos y hacia dónde nos queremos dirigir, qué otros valores, virtudes y belleza queremos descubrir y elegir en nuestra vida.

Cuando la belleza coexiste con la no belleza

Esta reflexión hacia la reacción ante la belleza y no belleza del ser humano también la vimos en El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, y sus versiones en cine y teatro, mostrando el culto apasionado a la belleza y a la juventud como móviles del individuo. Wilde era portavoz de los esteticistas, convencidos de que la belleza era un aspecto imperativo de la vida. Se esforzaron por crear entornos completos y bellos acabando imprimiendo en su obra un programa social que cambió el modo de vivir de las personas.

La belleza coexiste con la no belleza, lo hemos visto en el binomio de La Bella y la Bestia, en belleza y violencia en Kill Bill de Tarantino, o la belleza y el mal con Di Caprio en El hombre de la máscara de hierro. Recordemos de nuevo la película American Beauty: “Supongo que podría estar bastante cabreado con lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez y me abruma. Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar... Pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida...”

Cada uno de nosotros somos una suma de bellezaLos artistas nos muestran en sus obras que la belleza está en la simplicidad, como defendían los prerrafaelitas, o en las cosas nuevas como las primeras estampas japonesas que llegaron a Occidente (y en esta sección vimos en La magia de la primera vez), o en temas reales cotidianos como contó Millet en su obra El ángelus (también en Oportunidad 2.0: el remake en nuestra vida en esta sección) o en plasmar momentos efímeros como hicieron los impresionistas, o en los secretos y el arte como defendieron los simbolistas y esteticistas, o en los sentimientos más íntimos en lugar de las apariencias externas, como plasmaron los expresionistas.

La belleza puede encontrarse en todos los rincones del mundo si uno sabe cómo encontrarla. Observa de más cerca…. Lester –personaje de American Beauty– dice que incluso una bolsa de plástico ordinaria ondeando al viento tiene una cierta suma de belleza, sólo depende de cómo la mires. Y lo mismo ocurre en la vida, cada uno de nosotros somos una suma de belleza. Tal vez tenemos que observarnos más de cerca, buscar y encontrar esas pinceladas en nuestra persona y en nuestras acciones, esas con efecto imán que provocan una emoción y/o embelesamiento tan gratificante que deseamos contemplar, mantener o repetir la experiencia vivida, esas que trascienden, que dejan huella de nuestra belleza cada día en la Tierra.

“A veces, hay tanta belleza en el mundo que no puedo soportarlo” escuchamos en la película American beauty. Nos puede resultar afín, extraño, contradictorio o inquietante oír este comentario. Por los estudios realizados en psicología podemos decir que nadie quiere renunciar a la belleza del mundo y la dicha estética y emocional que supone. La belleza puede ser de la propia naturaleza como un paisaje, de las personas por sus cualidades, o del arte en obras literarias, cinematográficas o la pintura. La percepción de esa belleza, percibida por nuestros sentidos y por nuestra inteligencia, provoca una emoción y/o embelesamiento tan gratificante, que deseamos contemplar, mantener o repetir la experiencia vivida.