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¿Estamos dispuestos a ser responsables de nuestra vida? La solución de Arendt
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Ana Fernández Rodríguez

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¿Estamos dispuestos a ser responsables de nuestra vida? La solución de Arendt

En mayo de 1960, el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann fue detenido en Argentina y trasladado a Jerusalén para ser enjuiciado por un tribunal israelí. Este

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¿Estamos dispuestos a ser responsables de nuestra vida? La solución de Arendt

En mayo de 1960, el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann fue detenido en Argentina y trasladado a Jerusalén para ser enjuiciado por un tribunal israelí. Este juicio atrajo la atención internacional, ya que Eichmann había sido el alto cargo de las SS que había coordinado el transporte de miles de judíos a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. El acontecimiento fue seguido por todos los medios de comunicación con gran expectación, ya que reabría las heridas generadas por el horror del Holocausto. Desde una cabina de cristal antibalas, su principal defensa se basó en  su “falta de responsabilidad”, alegando un estricto y pulcro cumplimiento del deber, y considerándose a sí mismo como un mero ejecutor de órdenes superiores.

Entre los muchos periodistas que cubrieron la noticia se hallaba Hannah Arendt, encargada de escribir un artículo semanal para la revista The New Yorker. Pero no se trataba de una reportera cualquiera. Hannah Arendt (1906-1975), ha pasado a la historia por ser una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Había sido discípula y posteriormente amante de su maestro, el importante filósofo alemán Martin Heidegger, y por su origen judío, como tantos otros, tuvo que exiliarse a EEUU tras huir de un campo de internamiento en Francia. En el momento en que transcurre el juicio a Eichmann, ya era una personalidad reconocida que había brillado con luz propia con obras tan relevantes como Orígenes del totalitarismo (1951) y La condición humana (1958).

La película Hanna Arendt, de Margarethe Von Trotta (2012), recoge precisamente este momento cumbre de su biografía, en que Arendt acepta el reto personal e intelectual de escribir sobre este juicio histórico y cuyo sorprendente resultado, traspasará la mera crónica para culminar en una obra polémica y controvertida, que ahonda en la forma que adopta “el mal” en la modernidad. La cinta ha recorrido diversos festivales internacionales, y en nuestro país obtuvo la Espiga de Plata en la última edición de la Semana de Cine Internacional de Valladolid. La semana pasada llegó a Madrid, con unos días de antelación a su estreno, dentro de la retrospectiva que el festival de cine alemán le dedicó a su directora. Efectivamente, Von Trotta, es una directora consagrada dentro del llamado Nuevo Cine Alemán de los años 70, junto a figuras tan emblemáticas como Rainer Fassbinder, Volker Schlöndorff, Werner Herzog y Wim Wenders. De hecho, trabajó como actriz en varias ocasiones a las órdenes del primero y casada con el segundo, formó una pareja profesional muy interesante, ejerciendo de guionista y co-directora, antes de pasarse a la dirección en solitario, donde ha destacado con multitud de premios entre ellos el León de Oro de Venecia, por “Las hermanas alemanas”. Hanna Arendt, su última película, parece de algún modo cerrar la trilogía sobre el Holocausto, que iniciara con Rosa Luxemburg (1986), y Rosenstrasse (2003). Según la propia Von Trotta, tardó 10 años en realizar la película para poder documentarse adecuadamente. Ayer fue su estreno y me parece más que recomendable su visionado.

Eichmann no era un psicópata ni un ser demoníacoEn primer lugar, por la magnífica interpretación de Barbara Sukowa, actriz fetiche de Von Trotta, que rescata la figura de la intelectual valiente e independiente, que intentaba “comprender” (y no “juzgar”) cómo pueden llegar a producirse hechos tan espeluznantes como los ocurridos en los campos de concentración. Desgraciadamente, no es nuevo, que la independencia de pensamiento vaya ligada a la enemistad de todos los bandos, que se mueven por el clásico “conmigo o contra mí”.

Pero más allá de la anécdota histórica del personaje, que generó un escándalo enemistándose por igual con judíos y antisemitas al mantenerse al margen de sus respectivos maniqueísmos, diría que el interés principal se construye en torno a la tesis fundamental que plantea, de una grandísima actualidad, condensada en su libro “Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalización del mal” (1961).

Hanna Arendt, puso el dedo en la llaga al centrarse en el concepto de “responsabilidad”. Eichmann no era un psicópata ni un ser demoníaco, simplemente, y a esto es a lo que se refiere con lo “banal” de su “maldad”, no se sentía responsable de sí mismo, él sólo cumplía órdenes, era un burócrata, un ser “irreflexivo”, no se hacía cargo de las consecuencias de sus actos. Y ese sí es un concepto clave para explicar por qué tantas personas pueden participar directa o indirectamente en una monstruosidad de grandes dimensiones. El terror se fundamenta en la “responsabilidad diluida”.

Ella fue pionera en señalar este peligro de la sociedad moderna y que después ha sido profundamente estudiado por la psicología social. El primero de esos estudios fue el llamado Experimento de Milgram. Así, unos meses después de que Eichmann fuera condenado a muerte, Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó una serie de experimentos para medir la disposición de las personas a obedecer órdenes provenientes de una autoridad, incluso si éstas entran en conflicto con su propia conciencia. Bajo la idea falsa de estar participando en un experimento sobre aprendizaje, se pedía a unos alumnos que ejercieran de “maestros” y fueran dando descargas eléctricas a sus compañeros que hacían de “alumnos” cuando fallaran a las preguntas. Instados con firmeza por el experimentador a dar descargas cada vez más fuertes, el 65% de los alumnos obedecieron, dando descargas que podrían haber matado a sus compañeros, si no fuera porque estas eran falsas. Se probaron variaciones de esta prueba con otras personas, tipos de castigos, épocas, etc., y el resultado era el mismo. Milgram resumió las conclusiones en un libro llamado “Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental”, en el que explica la teoría de la cosificación como posible explicación de esta obediencia ciega. Consiste en hacer que las personas se perciban a sí mismas como objetos o instrumentos de otros, con lo que se produce una inhibición de la responsabilidad personal de sus actos, responsabilidad que recaerá en sus superiores. Esta es la base por ejemplo del respeto militar a la autoridad, reforzado entre otros muchos símbolos, por el propio uniforme que convierte en “masa” a los individuos. El efecto masa es ciertamente peligroso, ya que supondría fijarnos en el grupo para decidir qué hacer y reproducirlo sin reflexión.

¿No vivimos en una sociedad que diluye las responsabilidades, dejando al ciudadano indefenso?Esto es lo que explicaron en otro experimento, los psicólogos sociales John Darley y Bibb Latané (1968), de la Universidad de Nueva York, quienes demostraron que a la hora de prestar ayuda a alguien en apuros o peligro, la existencia de varios testigos tiende a hacer que la ayuda disminuya. A esto lo llamaron efecto espectador. ¿Por qué? Por la misma razón, la responsabilidad se diluye, tendemos a observar lo que hacen los demás, así que pensamos algo así como “alguien hará algo”, o “si se pudiera hacer algo, alguien ya lo habría hecho” y si no lo hacen, igual es que es inadecuado hacerlo, “puede que yo sobreactúe”… Por el contrario este y otros experimentos similares, también demostraban que cuando una persona se percibe como la única capaz de prestar auxilio o ayuda, es mucho más fácil que lo haga, al sentirse personalmente responsable.

¿Y qué nos encontramos en nuestra cotidianeidad? ¿No vivimos en una sociedad que diluye las responsabilidades, dejando al ciudadano indefenso frente a un contestador o una red interminable de departamentos inconexos sin rostro humano que se haga cargo de algo? Frente a esta indefensión, a veces nos invade el desánimo. Pero hay recovecos de libertad que sólo nos corresponden a cada uno de nosotros. Echarle la culpa al sistema, o a “los demás”, es la fórmula más eficaz para mantener inamovible aquello de lo que renegamos. 

Para reducir el efecto espectador, el efecto masa, la obediencia ciega y la responsabilidad diluida, parece que necesitamos desarrollar un sentido de la responsabilidad propia, valiente y personal y un pensamiento independiente, como en su momento asumió Hanna Arendt¿Qué ocurriría si cada uno de nosotros aceptara asumir su pequeña cuota de responsabilidad diaria y se empleara a fondo en aplicar con su entorno próximo aquellos principios que considera deseables para la sociedad?

En mayo de 1960, el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann fue detenido en Argentina y trasladado a Jerusalén para ser enjuiciado por un tribunal israelí. Este juicio atrajo la atención internacional, ya que Eichmann había sido el alto cargo de las SS que había coordinado el transporte de miles de judíos a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. El acontecimiento fue seguido por todos los medios de comunicación con gran expectación, ya que reabría las heridas generadas por el horror del Holocausto. Desde una cabina de cristal antibalas, su principal defensa se basó en  su “falta de responsabilidad”, alegando un estricto y pulcro cumplimiento del deber, y considerándose a sí mismo como un mero ejecutor de órdenes superiores.