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El español que dio la mayor estocada a la Bolsa de Londres
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

El español que dio la mayor estocada a la Bolsa de Londres

En la madrugada del 9 de agosto de 1780, una rapidísima fragata española de exploración descubriría un convoy inglés formado por 55 navíos

Foto: José de Mazarredo, retratado por Jean François-Marie Bellier.
José de Mazarredo, retratado por Jean François-Marie Bellier.

En la madrugada del 9 de agosto de 1780, abrazada por una intensa bruma atlántica y cuando ya despuntaba el alba, una rapidísima fragata española de exploración descubriría a 60 leguas del Cabo de San Vicente un convoy inglés compuesto por cincuenta y cinco navíos repletos de vituallas, más de ochenta mil mosquetes, un sinnúmero de piezas de artillería, trescientos barriles de pólvora, uniformes para una docena de regimientos y carga varia. Se dirigían, en el contexto de la Guerra de la Independencia que las colonias americanas mantenían contra la metrópoli, hacia algún lugar indeterminado de la costa de Florida para desembarcar su mensaje de muerte contra los alzados colonos.

El capitán de aquel cuchillo del mar maniobró con pericia ciento ochenta grados y en trayectoria inversa se limitó a aproar con vientos portantes hacia el grueso de la flota española que esperaba agazapada al sur de Portugal.

Las pérdidas supusieron para los británicos su mayor desastre logístico, naval y un golpe moral de una contundencia inusual. Había llovido desde la fallida apuesta de la Armada Invencible.

La espada de Damocles

En aquel tiempo, Inglaterra estaba en una situación crítica por los frentes abiertos y por la indefensión de la población insular. Por un lado, el levantamiento de los colonos norteamericanos devoraba literalmente a la élite de la infantería isleña. Por otro lado, la constante amenaza de una potencial invasión de la siempre amenazante flota combinada hispano–francesa actuaba como una espada de Damocles y fijaba tropas indispensables en otros frentes tales como el de India , que aunque de baja intensidad , actuaba como una lenta erosión sobre los británicos .

Los franceses frenaban la iniciativa de los españoles argumentando que había que destruir primero la flota inglesa

En 1779 y aliada con Francia por los pactos de familia, España había sometido a bloqueo comercial a Inglaterra in situ. Las naves británicas habían sido comprimidas literalmente en sus puertos de origen y su comercio estaba al borde del colapso por los golpes asestados. El temor a una invasión era patente y todas las poblaciones costeras del sudeste habían sido evacuadas en previsión del golpe definitivo.

El vasco Mazarredo era rotundo en su diagnóstico y promovía la idea de un desembarco inmediato con todas las opciones a su favor. Por el contrario los franceses frenaban la iniciativa de los españoles argumentando que había que destruir primero la flota inglesa que ya estaba bastante impedida y mermada por el bloqueo. La tesis francesa se impuso y se perdió una oportunidad de oro. El cólera y tifus hicieron ambos acto de presencia entre los embarcados y finalmente los supervivientes acabaron en Brest jugando a los naipes.

Los héroes de una gloriosa jornada

La intensa presión a la que estaban sometidos los súbditos de la Union Jack era de tal magnitud que se batían en retirada en todos los frentes. Por si fuera poco, el ínclito y temido gobernador de la Luisiana española, Bernardo de Gálvez, se había aficionado a aplicar severos correctivos a los soldados de su majestad y les había arrebatado en una serie de fulgurantes victorias, Baton Rouge, Mobile, Pensacola y una docena de fuertes sin darles tiempo a reaccionar y causándoles espantosas pérdidas materiales y humanas.

España es una nación muy proclive a la amnesia

Entre los intervinientes en aquella gloriosa jornada de agosto de 1780 cabe destacar al almirante vasco Mazarredo. Era este un genio intuitivo y organizador de talante reformista y afrancesado, un ilustrado al que le ponía frenético el apolillamiento y carcoma instalada en la rancia España de la época y un inveterado lobo de mar que luchaba con denuedo por una reforma de la marina local. Pretendía alejarla del anquilosamiento y la desidia de los gobernantes del momento. A él le debe España haber salido indemnes de la batalla del Cabo Espartel y del enésimo asalto a Cádiz. Quedan para la historia sus enfrentamientos con Napoleón en el diseño de las actuaciones en el marco de la guerra marítima contra los ingleses y la reforma a marchas forzadas de una flota –la española–, que revitalizó a base de respiración asistida. Innovó tanto y tan profundamente que obligó a todas las naves de combate a llevar los novedosos barómetros marinos diseñados por el mismo, los cuales permitían a través de la información que proporcionaban, efectuar golpes sorpresa o retiradas a conveniencia siendo soporte indispensable para el mando embarcado.

Mazarredo anunciaría con anticipación el desastre de Trafalgar en una crónica de una batalla perdida de antemano. Asimismo se quejaría amargamente del lamentable estado en que se encontraba la flota y el pésimo mantenimiento de los arsenales. Su destitución fue fulminante. Goya lo retrataría en su habitual serenidad en una obra que a día de hoy permanece en paradero desconocido. España es una nación muy proclive a la amnesia.

Aterrorizaron literalmente y sin concesiones durante una veintena de años largos a los británicos

Junto a Mazarredo estaba ese día otro grande e ilustre marino donde los haya. Se llamaba este Luis de Cordova. Era un marino enjuto y de mirada sagaz. Sevillano de nacimiento era la pareja de baile perfecta de Mazarredo. Más conservador el andaluz que el vasco a pesar de tener en ocasiones posiciones encontradas, siempre acababan estrechando sus manos y su amistad fue siempre de largo recorrido. Ambos aterrorizaron literalmente y sin concesiones durante una veintena de años largos a los británicos, reconociendo estos en documentos ampliamente contrastados su impotencia para acabar con este par de elementos.

Talento no nos faltaba, pero los medios eran escasos y además obsoletos. La desidia lo cubría todo y campaba a sus anchas. Mazarredo y Cordova lucharon contra viento y marea por dignificar el rol del marinero y dotar a la armada de una pegada importante.

En aquella descafeinada batalla en la que los ingleses no llegaron a montar sus armas impresionados por el rápido golpe de efecto español, estaba al mando John Montray. Este almirante de segunda división no dio la talla en ningún momento, pues abandonó literalmente a la totalidad del convoy a su suerte. Su indigna e improcedente conducta, pues podía haber efectuado algunas salvas simbólicas para salvar la cara, le condujo ante un tribunal de guerra que fue muy expeditivo con él. Fue mandado a sembrar coles a Wight para los restos.

España tiene debidamente documentadas sus derrotas en vitrinas y dioramas, en bibliotecas y en la memoria colectiva; por el contario en Inglaterra no se ve atisbo alguno de las derrotas que infligió nuestra nación por docenas a Albión. Dios salve a la Reina de sus desmemoriados historiadores.

En la madrugada del 9 de agosto de 1780, abrazada por una intensa bruma atlántica y cuando ya despuntaba el alba, una rapidísima fragata española de exploración descubriría a 60 leguas del Cabo de San Vicente un convoy inglés compuesto por cincuenta y cinco navíos repletos de vituallas, más de ochenta mil mosquetes, un sinnúmero de piezas de artillería, trescientos barriles de pólvora, uniformes para una docena de regimientos y carga varia. Se dirigían, en el contexto de la Guerra de la Independencia que las colonias americanas mantenían contra la metrópoli, hacia algún lugar indeterminado de la costa de Florida para desembarcar su mensaje de muerte contra los alzados colonos.

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