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Frank Langella y las lecciones que ha aprendido del fracaso de su carrera
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Héctor G. Barnés

Empecemos por los principios

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Héctor G. Barnés

Frank Langella y las lecciones que ha aprendido del fracaso de su carrera

Es común encontrar en la vida de las estrellas de Hollywood una estructura narrativa semejante: auge y caída que en demasiado casos termina en tragedia

Foto: Frank Langella, durante su presencia en el festival de cine de Zúrich en 2010. (Efe)
Frank Langella, durante su presencia en el festival de cine de Zúrich en 2010. (Efe)

Es común encontrar en la vida de las estrellas de Hollywood una estructura narrativa semejante: una juventud brillante, una rápida escalada a la fama, un momento crítico que acaba con todo lo conseguido y una decadencia que dura décadas. Eso siempre y cuando dicha caída no termine, de manera más trágica, con una muerte prematura.

En otros afortunados casos, las víctimas del éxito consiguen remontar en el capítulo final de sus vidas y, de esa manera, proporcionar unas útiles enseñanzas vitales a aquellos que no han compartido su fama pero quizá sí han tenido que enfrentarse a retos laborales semejantes. Es el caso de Frank Langella, al que muchos recordarán por su interpretación del presidente americano Richard Nixon en El desafío: Frost contra Nixon (Frost/Nixon, Ron Howard, 2008), pero que ya a finales de los setenta había dado cuerpo a Drácula en la adaptación de John Badham.

Un rey caído en desgracia

Con motivo del estreno de su último papel, el del confundido rey Lear en la célebre obra de teatro de William Shakespeare, Langella ha rememorado ante los medios británicos su proceso de auge y caída, en el cual tuvo que aprender a transformar su imagen de playboy en la de un veterano actor de carácter, gracias a la cual hoy en día es un secundario habitual (y protagonista ocasional, como en Un amigo para Frank de Jack Schreier) en las producciones de la gran pantalla.

La clave es no venderse y no aceptar cualquier trabajo

Una imagen que, todo sea dicho, se correspondía bastante con la realidad: según cuenta en sus memorias, Dropped Names. Famous Men and Women as I Know Them (Harper Perennial), la mujer más ardiente que conoció fue Ava Gardner, pero también mantuvo relaciones con Rita Hayworth –que le sacaba más de veinte años– , Jackie Onassis o Whoopi Goldberg, con la que vivió durante cinco años.

Sin embargo, y a pesar de ser el niño querido de las estrellas durante su esplendor en los años setenta, Langella se encontró a finales de los ochenta arruinado, gordo y sin trabajo. Y no sólo eso, sino que no veía nada claro su futuro, habida cuenta de que su apariencia física ya no se correspondía con aquella que le había hecho famoso.

“A los cincuenta años estaba tieso como la mojama, no tenía agente pero tenía que mantener a dos hijos”, ha explicado a The Guardian. “Me mudé de Nueva York a Londres por una obra, y fue un fracaso”. En ese momento, se vio obligado a pedir prestado dinero por primera vez en su vida, así como a reiniciar su carrera desde cero, algo que le permitiría dos décadas después ser candidato al Oscar y ganar el segundo de los premios Tony.

Lo que el éxito enseña

“Aunque hubo muchas cosas que hice mal, acerté en una. Cuando todo iba mal, no entré en pánico”, prosigue Langella. Simplemente me dije ‘de acuerdo, estás en las alcantarillas, ahora vamos a ver cómo salimos de ahí’. Puedes tardar un mes, puedes tardar seis meses, o puedes tardar cinco años, pero terminarás saliendo”. ¿La clave? No venderse y no aceptar cualquier trabajo, una estrategia que le ha permitido recuperar, e incluso engrandecer, su estatus.  

Una de las cosas más difíciles para un actor es desprenderse de aquello que le había hecho famoso

Al contrario de lo que podría esperarse, Langella no explica su caída por el uso y abuso del alcohol u otras sustancias, que de hecho nunca probó, sino simple y llanamente por ser inaguantable: “Es más complicado tratar con un hombre inteligente y razonable que con un borracho, porque con este, te puedes sentir superior”.

Langella cree que la suya es una profesión muy peligrosa para los inmaduros, debido a la superficialidad y vanidad que envuelve el trato de muchos actores. “Mi percepción sobre la gente en esta profesión es que, a no ser que tengan alguna habilidad para mirar de una forma más profunda, muchos acaban de manera dolorosa”.

Dejar de vender entradas o de recibir los mejores papeles es parte de la trayectoria de casi todos los actores, pero la clave se encuentra en saber cómo reaccionar ante ello. “Una de las cosas más difíciles para un actor es desprenderse de aquello que le había hecho famoso”, explica Langella. “No quieren engordar o perder pelo, así que van al cirujano todo el rato. No sé cómo se ven en el espejo, cómo no ven lo que el resto sí ve. Es una ilusión”.

Langella nunca cayó en dicha trampa, y por eso, puede protagonizar hoy en día aquella obra en la que se pronuncia “el que cayó muy bajo por azares de la abyecta fortuna todo lo espera y nada teme”. Una buena sentencia para resumir el recorrido vital del actor de Nueva Jersey.

Es común encontrar en la vida de las estrellas de Hollywood una estructura narrativa semejante: una juventud brillante, una rápida escalada a la fama, un momento crítico que acaba con todo lo conseguido y una decadencia que dura décadas. Eso siempre y cuando dicha caída no termine, de manera más trágica, con una muerte prematura.

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