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Sobre el 'gran tránsito': muertes olvidadas en la historia de España
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

Sobre el 'gran tránsito': muertes olvidadas en la historia de España

El fin del año siempre ha estado relacionado con la muerte, uno de los conceptos que más ha estudiado la ciencia, la filosofía, la religión y la literatura

Foto: Los comuneros padilla, bravo y maldonado en el patíbulo, antonio gisbert, 1860.
Los comuneros padilla, bravo y maldonado en el patíbulo, antonio gisbert, 1860.

El fin del año siempre ha estado relacionado con la muerte, uno de los conceptos que más ha estudiado la ciencia, la filosofía, la religión y, cómo no, la literatura. Para que haya muerte, tiene que haber vida, pues esta es, por definición, el cese de la misma. Y la historia está llena de vida, y de muerte. Así nos la ha mostrado durante todo este año Álvaro Van den Brule, redactor de los reportajes que todos los sábados nos transportan a un episodio de nuestra historia.

Como buen poeta, Van den Brule sabe referirse a la muerte de mil maneras, y así lo ha mostrado en el relato del deceso de estos personajes históricos, cuyo tránsito marcó un antes y un después en el devenir de la historia de España.

Lope de Aguirre

En la ciudad de Barquisimeto al oeste de Venezuela las fuerzas reales le estaban esperando. Tras ser traicionado repetidas veces en su acercamiento a la ciudad donde daría el postrer combate, el parpadeo de la eternidad comenzó a hacerse más evidente y el inabarcable eco del mutismo del creador de la belleza y de la locura le daría ese abrazo ultimo del que tan difícil resulta zafarse.

En el año del Señor de 1561, rodeado y después de acabar con la vida de su hija Elvira para evitar su captura, uno de los sueños más irracionales de la historia desaparecía entre los pliegues de otra oscuridad diferente a la del río que alumbró la puesta en escena de su imperecedera fama.

Blas de Lezo

Lezo se consumió por las graves heridas recibidas en un cuerpo a cuerpo en uno de los varios y fallidos asaltos que aguantó Cartagena. Murió en la más absoluta pobreza rodeado hasta el último momento de sus oficiales más incondicionales y de su mujer e hijos. El siete de septiembre de 1741 rendiría su vida a la creación.

La tripulación de Elcano

De los 216 hombres que salieron de Sanlúcar, 195 no volverían a ver el sol. Dieciocho de ellos salvarían la vida en condiciones extremas de supervivencia entre los cuales figuraría Elcano. Otros cuatro de un contingente de 55 adscritos a la tripulación de la Trinidad llegarían después de seis años de errar por los océanos y en una situación física más propia de un personaje de El Greco.

Francisco Pizarro

El 26 de junio del año 1541, a la edad de setenta años, el crédulo Pizarro se disponía a cruzar junto a su guardia personal la plaza de armas de Lima en dirección a la iglesia para celebrar su cita dominical. Aquel día el Altísimo no estaba para favores. Una veintena de almagristas que habían jurado vengar a su extinto jefe cayeron cual plaga bíblica sobre el desventurado haciéndole algunos descosidos de dudoso arreglo. Al bizarro conquistador solo le dio tiempo a persignarse deprisa y corriendo mientras que el aliento vital le abandonaba definitivamente.

Andrés de Urdaneta

Después de informar personalmente a Felipe II de su descubrimiento, Andrés de Urdaneta regresaría a México y a la austeridad de sus hábitos. Dejaría su cuerpo para iniciar el gran viaje el 3 de junio de 1568 a la edad de 60 años. A pesar de su gran hazaña, murió olvidado quedando arrinconado en el silencio de la historia como uno de los exploradores más desconocidos de su tiempo.

Juan de Escobedo

El espigado cántabro iba absorto en su anterior cita galante con la inquietante Princesa de Éboli y sus distraídos pajes no advirtieron nada anormal, por lo que no se procedió a tomar precaución alguna. El trote de los jinetes era más que relajado y nada indicaba signo alguno de alarma.

Entonces, de la esquina donde se alojaba la tiniebla, salió fulgurante una espada toledana que no dio lugar a reacción alguna. Sin tiempo para el asombro por lo certero de la estocada y en el desconcierto generalizado, el golpe de mano había segado el aliento de un incondicional y leal amigo de Juan de Austria. La muerte siempre es una sensación sin peso.

Hipatia de Alejandría

Su trágica muerte a manos de una horda de creyentes en la tolerancia cero marcó un punto de inflexión entre la fe que surge de la convicción y la que aparece de manera más espontánea cuando el miedo llama a tus puertas. Hipatia dividió la sociedad de su época entre los que la veían como un oráculo de luz y los que la percibían como una embajadora de las tinieblas. Su crimen alimentó una fuga de cerebros sin precedentes y a falta de debate, la decadencia intelectual se apoderó de la ciudad.

Alexandra David-Neel

A los 101 años de transcurrido el camino asignado a su cuerpo, en un bucólico pueblo de la Provenza francesa, Alexandra David-Neel cambió de misión, eso sí, no sin antes renovar el pasaporte y confirmar como es preceptivo el buen estado de la muy merecida Legión de honor que el gobierno galo concede de manera muy exclusiva a los “adelantados”. Al borde del último aliento de su cuerpo, vino a decir que no sabía nada y que estaba empezando a aprender.

Decía el poeta chileno Roberto Bolaño que uno nunca termina de vivir por mucho que la muerte sea un hecho cierto.

Fernando Sánchez de Tovar

Finalmente, este Almirante de Castilla, terror de los mares, que con tantas victorias había contribuido a engrandecer la leyenda del Reino del Sur, sería doblegado por un enemigo invisible. Hacia 1384 y durante el sitio de Lisboa, la terrible Peste Negra que durante siglo y medio asolaría Europa, le haría un desaguisado importante. Llevado Guadalquivir arriba en la nave capitana con el único pendón izado de toda la flota, su cuerpo sería albergado por la tierra madre que le vio nacer. Pocos Grandes de España son acreedores a este título.

Ali Pacha

Hacia las tres de la tarde y con un sol de justicia Ali Pacha sería capturado y con una rapidez inusual, su cabeza separada del soporte motriz. En lo alto de una pica española sangraba profusamente el que había sido la mayor pesadilla de la cristiandad. El pabellón de su galera sería capturado sin remisión, mientras que la carnicería alcanzaba proporciones apocalípticas. Allah ese día no parecía estar muy inspirado y su sensibilidad ante las prédicas de los orantes turcos había naufragado al igual que las más de cien galeras perdidas por los otomanos en combate. Más afortunada había sido la intervención del Dios cristiano en su asistencia a sus protegidos.

Los comuneros

El 23 de abril los afines al usurpador flamenco entraron a saco en Villalar y masacraron sin piedad a los sitiados. Los tres capitanes de la revuelta que pasaron a la historia por derecho propio: Padilla, Bravo y Maldonado, serían separados de su cuerpo sin muchas contemplaciones.

Es importante poner en valor ante aquel enorme cúmulo de despropósitos la entrega de algunos abnegados hombres de la milicia, que viendo acercarse a pasos agigantados la terrible instantánea de la muerte, supieron imprimir y transmitir a la tropa un sello de dignidad para enfrentar el último momento.

El fin del año siempre ha estado relacionado con la muerte, uno de los conceptos que más ha estudiado la ciencia, la filosofía, la religión y, cómo no, la literatura. Para que haya muerte, tiene que haber vida, pues esta es, por definición, el cese de la misma. Y la historia está llena de vida, y de muerte. Así nos la ha mostrado durante todo este año Álvaro Van den Brule, redactor de los reportajes que todos los sábados nos transportan a un episodio de nuestra historia.