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¿Seremos capaces de fomentar una cultura proempollón?
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

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Sonia Franco

¿Seremos capaces de fomentar una cultura proempollón?

Lo reconozco: yo fui una empollona. Sí, sí, me gustaba estudiar y me iba bien, ya que siempre estaba entre los primeros de la clase. Mis

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¿Seremos capaces de fomentar una cultura proempollón?

Lo reconozco: yo fui una empollona. Sí, sí, me gustaba estudiar y me iba bien, ya que siempre estaba entre los primeros de la clase. Mis mejores amigas en el colegio también lo eran, lo que no quitaba que nos invitaran a todas las fiestas, ni que participásemos en todos los eventos deportivos, ni nada de nada. No, no fue en el extranjero. Pero sí, fue en un colegio inglés, de esos en los que se fomenta la meritocracia, la búsqueda de la excelencia, la competitividad entre los alumnos…

De ahí que el domingo pasado leyese con interés una entrevista al flamante ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, en El Mundo: “Aquí ha habido un decidido movimiento antiexcelencia que genera mediocridad. Se ha considerado que premiar a los mejores era castigar a los peores, lo que es absolutamente falso. Ha habido una cultura antiempollón, según la cual el empollón era un friki y no era un modelo, y el modelo se inclinaba a la mediocridad, cuando no hacia el fracaso”.

¡Es tan cierto! En el cole lo normal es que los más populares sean los graciosillos de turno, aquellos a los que se echa de clase más a menudo, los que tienen más posibilidades de no pasar de Secundaria porque no llegan a entender lo que leen. A los empollones se les arrincona como bichos raros, de modo que a menudo se ven obligados a disimular su propia inteligencia. Y así llegamos al mundo laboral. Y el escáquer, ese que pasó por la universidad a trompicones y sólo quiere un puesto de trabajo para toda la vida en el que apoltronarse, se jacta de lo poco que curra sin que a nadie parezca importarle mientras no dé problemas. El que destaca por una inteligencia fuera de lo normal o una capacidad de trabajo por encima de la media provoca recelos, porque pone en evidencia la mediocridad de otros.

¿Aprenda sin esfuerzo?

¿Cómo podemos hacerle frente a esta nefasta cultura? La infancia es el patio en el que jugamos el resto de nuestra vida, así que Wert tiene razón en que hay que comenzar por abajo, por el colegio. ¿Cómo? Para empezar, abandonando aquella quimera publicitaria de “aprenda sin esfuerzo”, porque para aprender hay que luchar por superarse, por perfeccionarse. Sin llegar a los extremos del país que ocupa el primer puesto del Informe Pisa de evaluación de estudiantes, Corea del Sur (donde el 80% de los niños va a la universidad tras haber estudiado 14 horas diarias y no haber disfrutado de vacaciones durante su infancia), a España le queda un largo camino por recorrer si quiere que su juventud aspire a algo más que a forrarse como concursante de Gran Hermano.

Evaluación. Otra palabra que parece haberse quedado en el limbo. Y si este Gobierno apuesta por volver a los viejos usos y costumbres de la meritocracia, en los que no se pasaba de curso a quién no estuviese preparado, ¿por qué no da un paso más e introduce también la evaluación oral? De este modo, nuestros niños saldrían del colegio con una cierta experiencia en hablar en público y no pasarían la mitad de su vida adulta sobreponiéndose a sus miedos…

Recuperar la exigencia académica

Y la disciplina. Hay muchos jóvenes que rechazan la autoridad cuando se incorporan al mundo laboral porque, sencillamente, no la han vivido ni en casa ni en el colegio. Y ya va siendo hora.

Leía hace poco una entrevista en Expansión & Empleo con Pablo Isla, primer ejecutivo de Inditex, en la que destacaba las cualidades que más valoraba en su equipo: “Que no tengan miedo a equivocarse y que transmitan esa filosofía. Que contagien confianza a todas las personas con las que trabajan. Que sean muy exigentes, empezando por ellos mismos. Que sean inconformistas y que no se acomoden nunca”. ¿De dónde sacamos este tipo de personas si no fomentamos la cultura del esfuerzo?

Wert parece decidido a hacerlo recuperando la exigencia académica, lo que, a priori, parece sensato. Desgraciadamente, no lo será si no logra antes consensos encaminados a un gran Pacto de Estado, y el compromiso del PSOE de que la Educación sea intocable legislatura a legislatura. Nuestros niños se lo merecen. Nuestro país, también.

Lo reconozco: yo fui una empollona. Sí, sí, me gustaba estudiar y me iba bien, ya que siempre estaba entre los primeros de la clase. Mis mejores amigas en el colegio también lo eran, lo que no quitaba que nos invitaran a todas las fiestas, ni que participásemos en todos los eventos deportivos, ni nada de nada. No, no fue en el extranjero. Pero sí, fue en un colegio inglés, de esos en los que se fomenta la meritocracia, la búsqueda de la excelencia, la competitividad entre los alumnos…