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Un nuevo modo español de hacer las cosas, ¿es posible?
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Un nuevo modo español de hacer las cosas, ¿es posible?

Una de las cosas que me sorprendió favorablemente cuando me fui a vivir a Nueva York fue lo fácil que resultaba la vida para un joven

Una de las cosas que me sorprendió favorablemente cuando me fui a vivir a Nueva York fue lo fácil que resultaba la vida para un joven profesional sin familia. No me refiero a que el trabajo sea sencillo: se trata de la ciudad más competitiva del mundo y los que allí trabajan son particularmente competentes y ambiciosos. De lo que hablo es de cómo la ciudad se vuelca para que esos profesionales no tengan que preocuparse por los asuntos del día a día que tanta guerra pueden dar.

Hay supermercados y delis abiertos veinticuatro horas. El técnico del teléfono viene a solucionar tus problemas en domingo. En algunos edificios de apartamentos existe la figura del handy-man o manitas, que te arregla casi cualquier cosa a la hora que precises. En mi edificio, había incluso servicio de tintorería y video-club.

Si en España tuviésemos una mayor mentalidad empresarial, habrían surgido como setas pequeñas empresas dispuestas a hacernos la vida más fácil

Y luego uno vuelve a España. La compra hay que hacerla en sábado, porque ninguno de los supermercados que tienes más a mano cierra después de las nueve de la noche. Si llamas al electricista o al fontanero y le dices que tienes un horario infernal, te contestan que te busques a otro. Hace poco tuve una interesante bronca por teléfono con alguien que me ofrecía un servicio anual para revisar mi caldera. Le dije que lo contrataba encantada si accedían a venir a la hora de comer o después de las ocho de la tarde.

–Eso es imposible, señora. Sólo trabajamos en horario comercial.

–Yo también. Su servicio me interesa, pero no estoy dispuesta a coger un día libre al año para que me revisen la caldera. ¿Qué propone?

– Pues pídale usted a su marido o a sus padres que el día que toque se queden en casa.

Gracias por el consejo, pero yo quería saber qué puede hacer su empresa por mí, no yo por su empresa.

–Me temo que nada más.

–Pues nada, nada.

–Entonces, ¿contrata el servicio?

–¿Van a venir ustedes fuera del horario comercial?

–No.

–Pues eso.

Si en España tuviésemos una mayor mentalidad empresarial, habrían surgido como setas pequeñas empresas dispuestas a hacernos la vida más fácil: desde revisar la caldera o el teléfono a la hora que pide el cliente, pasar la ITV de nuestro coche o enviarnos un manitas a domicilio para todas las chapuzas que necesitemos.

Todo es parte del mismo problema: nos resistimos a cambiar el modo español de hacer las cosas

Por no hablar de los horarios comerciales. Parecía que este Gobierno iba a tomarse en serio la liberalización, con el fin de que los comerciantes tengan más espacio para poner en marcha sus propias estrategias y, por encima de todo, mejorar la calidad de servicio. Sin embargo, ha aprobado una ley que permite ampliar los horarios ¡en dos domingos al año! ¿Cómo es posible que aún estemos así, con un debate tan antiguo abierto, cuando la experiencia demuestra que las comunidades autónomas con más libertad comercial son las que tienen mayor volumen de negocio? ¿No se trata de impulsar los sectores que más pueden dinamizar la economía? ¿No se nos pide a todos los españoles sacrificios para que trabajemos más horas por menos dinero para aumentar la productividad?

En el fondo, todo es parte del mismo problema: nos resistimos a cambiar el modo español de hacer las cosas. Pero no nos va a quedar más remedio. Esta crisis no se va a llevar sólo por delante a bancos, empresas, funcionarios, instituciones, organismos y todo aquello en lo que la troika ponga sus ojos. Esta crisis nos va a obligar a adaptar muchos de los usos y costumbres de aquellos países que están logrando capear la situación por sus propios medios, sin necesidad de intervención externa. Más nos vale ir haciéndonos a la idea.

Una de las cosas que me sorprendió favorablemente cuando me fui a vivir a Nueva York fue lo fácil que resultaba la vida para un joven profesional sin familia. No me refiero a que el trabajo sea sencillo: se trata de la ciudad más competitiva del mundo y los que allí trabajan son particularmente competentes y ambiciosos. De lo que hablo es de cómo la ciudad se vuelca para que esos profesionales no tengan que preocuparse por los asuntos del día a día que tanta guerra pueden dar.