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Triunfar, sí, pero sin seguir el camino más recto
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Triunfar, sí, pero sin seguir el camino más recto

Tengo muchos amigos preocupados por la situación en la que se encuentran sus hijos. –¿Pero cómo se va a ir a Londres

Tengo muchos amigos preocupados por la situación en la que se encuentran sus hijos.

–¿Pero cómo se va a ir a Londres a servir mesas si es astrofísico?

–¿Qué es eso de buscarse la vida en Australia? No se puede pensar sólo en el presente, hay que tener un plan de futuro.

–¿Qué va a ser de Pepito si no puede aspirar a un trabajo fijo, o a poder pedir una hipoteca, o a tener una casa en propiedad? ¿Qué vida le espera?

Por eso admiro la tranquilidad con la que habla mi chico de su hijo veinteañero, un chico estupendo que, tras aprobar la selectividad, prefirió estudiar una FP de Realización de cine y televisión y, visto el panorama de trabajo en España, se ha ido a Londres a aprender inglés. Trabaja friendo patatas en un McDonalds y no tiene ninguna prisa por volver a España. Es más, recomienda a sus amigos que se líen la manta a la cabeza como él y vean todo el mundo que puedan.

–Ya encontrará su camino–, dice su padre, con una fe total.

Y, aunque a veces me cueste entenderlo –yo soy de los que les gusta sentir una cierta seguridad de cara al futuro-, sé que tiene razón. ¿Quién no conoce a alguien que cuando acabó el colegio no prometía demasiado y que luego ha acabado teniendo una trayectoria brillante? No tengo que ir muy lejos en busca de un ejemplo: lo tengo en casa.No siempre el camino más recto es el mejor

Decir que a mi hermano Antonio no le gustaba estudiar es un eufemismo. Después de aprobar a trancas y barrancas en el cole, mis padres le presionaron para que estudiase una carrera universitaria. Y se matriculó en Arquitectura.

–Es lo que menos me apesta–, decía, encogiéndose de hombros y sin levantar la vista de su bajo, en el que repetía incansable los acordes de las canciones de The Police hasta dominarlos.

Porque la música en general y The Police en particular le apasionaban. Y el fútbol, deporte sobre el que era capaz de contestar cualquier pregunta, por muy enrevesada que fuese. Cuando algo le interesaba, se volcaba en ello con toda su pasión. No fue el caso de la Arquitectura. No aprobó.

Mi padre, un tanto perdido, decidió pedirle ayuda a un amigo. Éste representaba en España a una empresa británica de tanques contra incendios y tenía un grave problema:

–Tenemos que traer a los montadores de tanques de Inglaterra. Todos los españoles que lo han intentado han fracasado.

Aún así, decidió probar suerte con Antonio y con su amigo Jorge, que por lo menos dominaban el inglés. Y triunfaron dónde todos los demás habían fracasado antes que ellos. Tanto es así, que acabaron por asociarse y montar su propia empresa de tanques contra incendios, Tankeros, y hoy tienen fama mundial (han instalado tanques en Europa, África y América del Norte y del Sur) y siguen creciendo. Le han demostrado a todos aquellos que les miraban con escepticismo por no haber cursado estudios universitarios que no siempre el camino más recto es el mejor.

Hoy Antonio reconoce que, si hubiese sabido lo que sabe hoy, hubiese estudiado.

–Quizá ingeniería–, dice.Tenemos que confiar en los hijos y dejar que cometan sus propios errores

Pero entonces se acuerda del trabajo que le costaban las matemáticas y descarta la idea, mientras vuelve a coger su bajo o se va al Santiago Bernabéu a ver a su Real Madrid del alma. Las cosas están bien así.

Antonio es uno de tantos alumnos a los que los profesores no consiguieron motivar, probablemente porque nunca lo intentaron. A primera vista, parecía ‘vaguete’ y tímido, así que en vez de intentar buscar métodos menos convencionales para enseñarle, resultaba más fácil etiquetarle y decirles a mis padres que no valía para estudiar. Ningún profesor se interesó por él como alumno individual, ni supo ver esas dotes de trabajador incansable que han llevado a su empresa dónde está, ni su buena memoria para todo aquello que le interesa de verdad.

Desgraciadamente, casos como el de Antonio son demasiado habituales y reflejan el fracaso de nuestro sistema escolar. Pero ese es otro cantar. Hoy me quedo con la otra parte de esta historia: la vida real tiene muchos modos de sorprendernos. Igual que Antonio encontró su camino, así lo harán muchos de esos jóvenes que hoy andan sueltos por el mundo. Según sus padres, dando tumbos. Según ellos, descubriendo la vida y a sí mismos. Mi chico tiene razón: tenemos que confiar en ellos y dejar que cometan sus propios errores. De todos modos, lo más probable es que, aunque intentemos evitarlo, no nos hagan ni caso…

Tengo muchos amigos preocupados por la situación en la que se encuentran sus hijos.