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El PP tiene un plan para que le voten, y se llama Pablo Iglesias
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Esteban Hernández

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El PP tiene un plan para que le voten, y se llama Pablo Iglesias

Podemos ha jugado en la política española el mismo papel que la innovación disruptiva en la industria: lo ha cambiado todo. Hemos visto sus primeras víctimas

Foto: Pablo iglesias, juan carlos monedero y el resto de su equipo de 'podemos' (e.v.)
Pablo iglesias, juan carlos monedero y el resto de su equipo de 'podemos' (e.v.)

Podemos ha jugado en la política española el mismo papel que la innovación disruptiva en la industria: no se trata de un jugador nuevo que busca un espacio propio, sino de una propuesta que, al introducirse en el campo electoral, lo ha transformado por completo. Su aparición agitó el árbol político, del que empezaron a caerse ramas: le ha ocurrido a Willy Meyer, presa de un escándalo que no le habría dejado sin escaño si Podemos no existiera; cayó Rubalcaba, después Susana Díaz, y ahora Madina y Sánchez corren no para ganar la carrera, sino para que el PSOE no desaparezca; Rosa Díez ha visto cómo todo su potencial de crecimiento le ha sido sustraído por un partido emergente que la señala como parte de lo mismo; e incluso las formaciones nacionalistas comienzan a temer que la pérdida de voto les afecte también a ellos (una encuesta de El Periódico concede 10 escaños en el Parlamento catalán a Podemos, que apenas tenía implantación allí).

Sin embargo, en este reajuste que amenaza con alterar sustancialmente el campo de juego, el movimiento más llamativo ha sido el del PP. En los dos últimos días, el ministro del interior alertaba de que “con Pablo Iglesias, ETA seguiría aterrorizando a la sociedad o habría conseguido sus objetivos”, Esperanza Aguirre afirmaba que “el virus del totalitarismo ha mutado en Podemos” y Martínez Pujalte hacía conjeturas sobre cuál podía ser el destino del primer sueldo de Pablo Iglesias en el Europarlamento. Pero, más allá del contenido de sus críticas, resulta significativo que hayan prestado más atención pública en 48 horas a Podemos que a IU en toda la legislatura.

Ese movimiento táctico se explica también porque las elecciones europeas arrojaron un resultado que tiende a olvidarse, el de la disminución del voto a los dos partidos principales hasta el 47%. Por primera vez, la suma de las papeletas de las dos formaciones mayoritarias no llegó a la mitad de las emitidas. Si ese porcentaje sigue reduciéndose, es probable que no pierdan los dos partidos por igual, sino que uno acabe comiéndose al otro.

El partido invisible

En ese contexto, que el PP desplace su energía hacia el combate con Podemos, ignorando al PSOE, contribuye paradójicamente a hacer más invisible y más débil a este. En la presentación, celebrada el pasado miércoles en Madrid, de Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias (un instant book mayoritariamente contra Podemos editado por Deusto), una de las asistentes preguntó a los ponentes acerca de los efectos de la aparición de Podemos en la política y de las consecuencias que tendría para el PSOE. La respuesta fue significativa: la democracia que quiere Podemos lleva al totalitarismo, los de Pablo Iglesias han aprendido de Chávez y traicionarán a la clase media, en Venezuela la política se convirtió en espectáculo y demás argumentos semejantes. Ni una palabra sobre el PSOE. Y eso es lo que está haciendo el PP, invisibilizar al contrincante manejable y centrar sus ataques en el adversario más útil.

No es extraño, porque Pablo Iglesias y los suyos parecen un enemigo mucho más potente y mucho más rentable en un instante en que el electorado del PP parece haberse desmovilizado. A la pérdida de voto correspondiente al desgaste que produce gobernar en un contexto de crisis, y a la que le han generado VOX, Ciudadanos o UPyD, se suma la derivada de aquellos votantes desilusionados que se quedaron en casa. La mejor fórmula para volver a llevarlos a las urnas no parece ser la corrección de impuestos que han anunciado esta semana, sino la construcción de un enemigo potente y real.

Pablo Iglesias es mucho más provechoso en ese sentido que Madina, el probable ganador de la pelea en el PSOE o Cayo Lara. Iglesias lo tiene todo, según el criterio de los comentaristas de la derecha y del PP: listo, gran comunicador, chavista totalitario, comprensivo con la violencia de ETA e instigador de un programa económico ilusorio que nos llevaría a la debacle, es un auténtico peligro para la democracia, un virus que puede infectar a gente sana.

La fuerza que está cambiando la sociedad

Esta clase de argumentos funcionan muy bien electoralmente a corto plazo. Muchos otros lo han hecho antes y les ha salido rentable, pero es un juego que tiene efectos secundarios, como el efecto Streisand. Pero ese juego puede volverse en contra: a veces es como hundir una pelota bajo el agua, que cuanto más profundo se la introduce, con más fuerza regresa a la superficie. Por poner dos ejemplos españoles, esa fue la actitud de UCD hacia el PSOE y le salió bien sólo una vez y también lo hizo el PP con ERC y Carod Rovira, y ahora los independentistas son el primer partido en intención de voto en Cataluña con diez escaños de ventaja sobre la siguiente fuerza política.

De modo que más allá del elemento discursivo, harían bien el PP y sus analistas en fijarse menos en si Pablo Iglesias es un friki, tiene pasado chavista o esconde un estalinista bajo la coleta y más en el contexto social que ha dado fuerza a Podemos y que está cambiando la política en toda Europa. Mucha gente de clase media está perdiendo su sitio en la sociedad, porque conservan todos los rasgos de clase pero su nivel económico ha disminuido enormemente. Servicios básicos como la luz, el gas, el agua, el transporte público o el carburante tienen facturas imposibles de entender y cada vez más caras y algunos servicios que utilizamos con frecuencia, como los bancarios o los telefónicos, cada vez cuestan más y son más deficientes; hay una convicción extendida de que los hijos van a vivir peor que los padres; y el futuro laboral tiene una pinta aún peor. En ese contexto, además, son muy visibles los casos de corrupción, esto es, de personas que se están llevando dinero a manos llenas y que quedan impunes. Y eso se paga en las urnas, de un modo u otro.

Contraponer a los males presentes un mal mayor es una solución, pero es una mala solución. Dibujar a Podemos como la fuerza política que acabará con España puede llevar a los votantes a las urnas, pero no cambia el sustrato social en el que las fuerzas políticas están operando.

En todo caso, en este juego discursivo, todos están perfilando sus movimientos de cara a las municipales. Nos esperan tiempos políticamente interesantes.

*Esteban Hernández es periodista de El Confidencial y ha participado en el libro Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias escribiendo el capítulo "Por qué una campaña tan vieja funcionó y por qué volverá a funcionar".

Podemos ha jugado en la política española el mismo papel que la innovación disruptiva en la industria: no se trata de un jugador nuevo que busca un espacio propio, sino de una propuesta que, al introducirse en el campo electoral, lo ha transformado por completo. Su aparición agitó el árbol político, del que empezaron a caerse ramas: le ha ocurrido a Willy Meyer, presa de un escándalo que no le habría dejado sin escaño si Podemos no existiera; cayó Rubalcaba, después Susana Díaz, y ahora Madina y Sánchez corren no para ganar la carrera, sino para que el PSOE no desaparezca; Rosa Díez ha visto cómo todo su potencial de crecimiento le ha sido sustraído por un partido emergente que la señala como parte de lo mismo; e incluso las formaciones nacionalistas comienzan a temer que la pérdida de voto les afecte también a ellos (una encuesta de El Periódico concede 10 escaños en el Parlamento catalán a Podemos, que apenas tenía implantación allí).

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