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El 'nuevo patriotismo' de Podemos, la extrema derecha y la clave de la política
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Esteban Hernández

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El 'nuevo patriotismo' de Podemos, la extrema derecha y la clave de la política

El mapa político está redibujándose a partir del desgaste social, la descreencia en el sistema y la desconfianza, lo que ha provocado grandes cambios

Foto: Nigel Farage, durante una sesión plenaria en el Parlamento Europeo. (Efe)
Nigel Farage, durante una sesión plenaria en el Parlamento Europeo. (Efe)

–El miedo a perder lo poco que se tiene porque se pierde muy rápido lleva a confundir al enemigo, lleva a competir en todos los espacios. Es un mecanismo que salta solo. El penúltimo contra el último… Por eso hay que recuperar la movilización, recuperar los vínculos fuertes y estar en todas partes para que no haya espacios para la extrema derecha.

–Tu problema no es la extrema derecha. Olvídate de la extrema derecha. Tu problema es tu país, y tu pueblo. Olvidaos de la obsesión por la extrema derecha.

La conversación tuvo lugar entre Teresa Rodríguez, eurodiputada de Podemos, y el profesor de Ciencia política Jorge Verstrynge durante un debate en Fort Apache, el programa televisivo dirigido por Pablo Iglesias. Allí estaban, además de la militante de IA, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, los dos referentes ideológicos de la formación, junto con tres académicos que han influido notablemente en sus ideas y en sus carreras profesionales: Ramón Cotarelo, el padre putativo de Juan Carlos Monedero, Verstrynge, un politólogo muy cercano a Pablo Iglesias y Manolo Monereo, el miembro de la ejecutiva de IU con el que cenaron la noche antes de que Podemos viera la luz para contarle de primera mano la iniciativa. En otras palabras, en el debate estaban presentes quienes están trazando la estrategia de la formación y quienes más han influido en ellos.

El programa fue también especial porque abordaba un asunto esencial, el auge en Europa de la extrema derecha. Para el partido liderado por Iglesias es un tema crucial, porque esas fuerzas son sus claras competidoras a la hora de recoger el voto del descontento, y lo es además socialmente, porque están creciendo de forma significativa: en las últimas elecciones europeas, el Frente Nacional de Marine Le Pen, el UKIP de Nigel Farage, la derecha croata y el ultraderechista Partido Popular danés fueron los más votados en sus países, al mismo tiempo que aumentaban los apoyos para formaciones de ese corte ideológico en Grecia, Finlandia, Hungría, Chipre, Lituania o Letonia.

El mapa político europeo está redibujándose a partir del desgaste social, de la descreencia en el sistema y de la desconfianza en sus actores, lo cual no sólo está provocando la aparición de nuevos partidos, sino la utilización de ejes políticos que den respuesta a los nuevos problemas, y líderes como Marine Le Pen o Nigel Farage están adaptándose con gran éxito a los nuevos lenguajes y a las nuevas propuestas. Pablo Iglesias se preguntaba en el programa cómo el británico y la francesa les habían podido robar el protagonismo del debate en el europarlamento, y lo cierto es que esa pregunta deberían contestarla las fuerzas políticas institucionales, que todavía deben estar pensando qué ha ocurrido para que ellas hayan perdido tanto apoyo social y lo hayan ganado estos partidos emergentes.

Las élites cosmopolitas y los que se niegan a cambiar

Ese éxito suele ser mal digerido y peor entendido desde la izquierda, que echa mano a menudo, y también ocurre en el programa, de viejas explicaciones que poco aportan a la comprensión de la nueva realidad. La utilización de términos como fascismo, los calificativos como “perros del capitalismo”, o el recurso al racismo y la xenofobia (“instigan el odio del penúltimo contra el último”) estorban más que ayudan en el conocimiento de la realidad.

Eso, en definitiva, es lo que ponía de manifiesto Verstrynge cuando decía que la extrema derecha no es el problema. Los populismos del siglo XXI han surgido como respuesta a un cosmopolitismo peculiar, sostenido en instituciones internacionales que van desde la UE hasta el FMI, defendido por políticos como de Guindos, Renzi, Cameron o Manuel Valls y que se apoya en una serie de discursos vitales que subrayan los beneficios de un mundo globalizado. Si estás en el lado afortunado, aseguran, este nuevo mundo te permitirá vivir mil experiencias, participar en proyectos interesantes en cualquier lugar del mundo, conocer otras culturas y desarrollarte profesionalmente y como persona en los contextos más propicios. Si has caído en el lado malo, como ocurre a la mayor parte de la población, vivirás ligado al territorio, tendrás trabajos poco cualificados con retribuciones en descenso y tu nivel de vida irá a menos.

En ese mundo de dos direcciones, la mayor parte de las poblaciones europeas se ven en el lado de los perdedores, estableciéndose, como dice Monereo, “una separación evidente entre el cosmopolitismo de las élites y el nacionalismo de los pueblos”. Justo en el instante en que el Estado nación muestra su mayor debilidad en siglos (superado por arriba por los flujos financieros, a los que no puede poner barreras, por las instituciones internacionales que les restan funciones y por la pujanza de las regiones que, apoyadas o no en un sentimiento nacional, tratan de sacar ventaja de un mundo mucho más fragmentado) Le Pen o Farage, como antes hizo Chávez, levantan las banderas de la patria no sólo para reforzar el orgullo nacional, sino como símbolo de resistencia a ese mundo que les está dejando atrás.

La nación no es únicamente, en cuanto discurso, un modo de reivindicar viejas tradiciones, sino una forma de defenderse de una dinámica económica que no les es propicia. En Gran Bretaña la población empobrecida suele ser de clase trabajadora, residente en los suburbios y de mediana y tercera edad, justo la que más favorable podía ser a los postulados de la izquierda. Ésta, sin embargo, ha olvidado estos elementos, y juega la baza de un europeísmo cosmopolita que la aleja de sus bases a pasos agigantados, y el PSOE es un buen ejemplo. No es extraño que Errejón saque a relucir en un momento de la conversación a Thomas Frank y a su libro What’s the matter with Kansas, en el que mostraba cómo las clases populares y las medias bajas habían sido abandonadas por unos políticos progresistas que las contemplaban desde el desprecio por no haber sido capaces de cambiar y de adaptarse a los tiempos.

"El nacionalismo español es terrible"

Verstrynge propone como paso adelante para combatir a las fuerzas populistas de derecha (y de paso recuperar presencia en esos estratos sociales) el retorno del Estado nación desde una perspectiva de izquierdas, de“una nueva patria para el pueblo”. Monereo insiste también en esa opción, pero sin dejar de subrayar la principal dificultad, como es “la patria que tenemos que defender frente al enemigo de la patria”.

En un mundo sin certezas como el nuestro, en el que no sabemos muy bien qué vendrá a continuación, los partidos populistas han hecho dos cosas para lograr sus objetivos, identificar a los responsables y dar seguridad ofreciendo esperanza y protección. Hasta ahora, Podemos ha tenido mucho éxito en el primer escalón, pero muestra evidentes déficits en el segundo.La formación está en ese punto en el que puede dar el salto definitivo para consolidarse como opción de gobierno o quedarse en un lugar políticamente secundario, un dilema que quedará solucionado cuando se vea si además de canalizar el descontento, son capaces de conectar con amplias capas de esa gente común a la que dicen representar.

La propuesta que plantean Verstrynge y Monereo es una opción muy útil para pasar al segundo nivel, al llevar hacia la izquierda estos elementos populistas, mezclando nacionalismo, defensa del Estado de bienestar y elementos proteccionistas que devuelvan palancas de acción a los Estados, pero hay evidentes problemas en nuestro país para implantar esta visión. El primero lo subraya Monereo cuando afirma irónicamente que “en España siempre hemos tenido dos nacionalismos, los buenos y los malos, los que tienen caché y los que no, y los buenos son los de las nacionalidades históricas mientras que el español es terrible”. El segundo problema es el táctico, porque quien decide apoyar el nacionalismo catalán y el vasco ganan adhesiones en esos territorios pero los pierde en el resto de España y al revés. El tercero es cultural: la izquierda no ha sido muy favorable a utilizar términos como patriotismo, y es un tabú que debe romper aún.

Hasta ahora, la idea de Podemos ha sido la de evitar este asunto, tratando de articular un eje discursivo que le permita escapar del dilema de los nacionalismo. Pero lo que está en juego va más allá: el problema de fondo al que alude la patria en la era del populismo es el de la certeza y la seguridad, el de devolver bases estables a una sociedad que sobrevive a base de apuntalar continuamente estructuras poco firmes. El patriotismo populista es una buena forma de solucionarlo. Hay otras, pero hay que optar por alguna, porque hay que dar respuesta a la demanda más insistente de las poblaciones europeas. Esa será la clave de la política en los años próximos.

–El miedo a perder lo poco que se tiene porque se pierde muy rápido lleva a confundir al enemigo, lleva a competir en todos los espacios. Es un mecanismo que salta solo. El penúltimo contra el último… Por eso hay que recuperar la movilización, recuperar los vínculos fuertes y estar en todas partes para que no haya espacios para la extrema derecha.

Nigel Farage Marine Le Pen Manuel Valls
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