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Juan Carlos I, Rubalcaba, Cayo Lara, Pujol: lo que nadie quiere ver de Podemos
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Esteban Hernández

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Juan Carlos I, Rubalcaba, Cayo Lara, Pujol: lo que nadie quiere ver de Podemos

Las sucesivas encuestas que vienen reconociendo la pujanza de Podemos de cara a próximas convocatorias electorales (la última de ellas, del CIS, la situaba como segunda

Foto: Rajoy y Pedro Sánchez se reúnen en la Moncloa. (Efe)
Rajoy y Pedro Sánchez se reúnen en la Moncloa. (Efe)

Las sucesivas encuestas que vienen reconociendo la pujanza de Podemos de cara a próximas convocatorias electorales (la última de ellas, del CIS, la situaba como segunda fuerza en intención de voto) han elevado el nivel de alarma de medios institucionales, periodísticos y políticos, respecto de la consolidación en el terreno público de ideas peligrosas que algún medio no ha dudado en calificar de “antisistema”. Cierto es que su preocupación no nace de la percepción de Podemos como opción social mayoritaria cuanto del peligro de un contagio populista. Un reciente editorial de El País insistía en ese temor, compartido por diferentes medios conservadores, de que el PSOE, ante su evidente pérdida de aceptación, caiga en la tentación de intentar recuperar presencia social a base de imitar el lenguaje y las propuestas de su principal competidor por la izquierda.

Pero esa actitud vuelve evidente la grave falta de conciencia política de quienes la proclaman, no ya respecto de lo que implica el éxito de Podemos, sino de la importancia del momento que estamos viviendo. Este tipo de respuesta ha sido recurrente cada vez que el sistema se ha visto perturbado por opciones políticas que pretendían alterar el marco institucional. El esquema ha funcionado así: aparecía un partido de extrema derecha (o de extrema izquierda) que ganaba adeptos entre una ciudadanía que, al estar viviendo momentos difíciles, se echaba en brazos de quien prometía soluciones sencillas y contundentes. Como esas propuestas tenían poco recorrido, el peligro a desactivar consistía en que formaciones con más peso en el sistema sintieran el deseo de sacar tajada utilizando la misma retórica. El caso más conocido fue el de Le Pen padre en Francia, donde la alarma social amplificada por los medios le llevó a perder la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, con toda la izquierda votando a Jacques Chirac (“con la nariz tapada”).

¿Copiar a Podemos? ¿El qué?

Sin embargo, esta táctica se revela especialmente vieja hoy, yno sólo porque la arrolladora presencia de Marine Le Pen demuestre la escasa validez a medio plazo de estos juegos políticos. Esa perspectiva funciona convincentemente sólo cuando el partido al que se señala opera en un extremo del espectro político, y Pablo Iglesias ya ha advertido de que ellos no pretenden ocupar un espacio a la izquierda del PSOE. Pero, en segundo lugar, cuando hablan deevitar que otros partidos copien el programa populista de Podemos, ¿a qué se están refiriendo en concreto? ¿Todavía no se han dado cuenta de que el ascenso fulgurante de Podemos muy poco ha tenido que ver con su programa? Si todos los partidos realizan sus campañas sacando a relucir lo menos posible sus propuestas, la formación de Pablo Iglesias fue especialmente morosa en este sentido, y les fue excelentemente.

Y si no es el programa, entonces ¿qué podrían copiar a Podemos? Porque el resto de su propuesta, la que les ha hecho triunfar, es justo la que los partidos institucionales no pueden replicar. El centro del éxito del partido liderado Pablo Iglesias ha sido establecer de una manera muy clara la diferencia entre ellos y los demás, entre su formación y una clase política que vive de prometer una cosa para después hacer otra, y que a menudo tiene las manos sucias. Lo que Podemos ha dicho es que ellos iban a hacer política de verdad, sin dinero bajo cuerda, sin condicionantes, y eso ninguno de los partidos institucionales (del rango más amplio: PP, PSOE, CiU, PNV, IU, ERC, etc.) lo puede decir sin que le pongan encima de la mesa casos de corrupción. Podemos se ha identificado como gente normal enfrentada a un montón de corruptos que gobiernan pensando sólo en sus intereses, lo cual constituye un discurso muy difícil de recoger por los partidos mayoritarios.

Lo que importa es quién lo dice

En este contexto, de lo que los analistas convencionales no se han dado cuenta es que la confianza en el emisor es más importante que nunca o, dicho en otras palabras, que el problema no es de propuestas sino de credibilidad.Lo que ha hecho hasta la fecha Pablo Iglesias ha sido poner de manifiesto que otro tipo de política es posible, y con eso ha bastado para que todos los escándalos con dinero sucio por medio en los que andábamos sumidos se hayan vuelto mucho más visibles y para que su partido emerja como opción realmente diferente.

La mejor prueba del deterioro de legitimidad la han proporcionado los hechos: desde las elecciones europeas, Juan Carlos I ha dimitido, Rubalcaba ha salido por la puerta falsa, sólo aplaudido por el PP y con los chicos de Susana atizándole en la persona de Madina, Cayo Lara ha cedido mucho protagonismo y CiU ha visto cómo su líder eterno tenía que correr a lavarse las manos dejando al partido y al nacionalismo tocados.

De pronto, Rajoy se ha visto solo, como representante de viejas generaciones, frente a Felipe VI, Pedro Sánchez, Alberto Garzón (mientras dure) y Pablo Iglesias. El régimen ha buscado su regeneración con el cambio de caras, temeroso de que tantos escándalos, acusaciones y crisis terminen sobrepasando a sus actores principales y acaben afectando al marco. La renovación se ha puesto en marcha, al menos en cuanto a protagonistas.

La “Cultura de la Transición”

Esta situación ha provocado que se levante una llamativa euforia entre parte de las bases del Podemos, que entienden que el régimen del 78, como lo denominan, está acabado. Creen que estas variaciones en el discurso institucional son la prueba de que sólo hace falta un pequeño empujón para que el decorado de cartón piedra en que se ha convertido este sistema se derrumbe estrepitosamente. Pero esa lectura, empeñada en utilizar términos como “Cultura de la Transición” como arma arrojadiza, resulta ser una versión demasiado localista de un fenómeno que afecta a toda Europa y a buena parte de América,y una interpretación demasiado deudora de esa obsesión con los orígenes que tiene aún cierta izquierda, empeñada en traer a escena viejas deudas en cuanto tiene oportunidad. Harían bien en analizar lo que ocurre desde sus especificidades, constatando que algo sustancial está emergiendo, y que la interpretación de la realidad desde los viejos conceptos entorpece más que ayuda. En definitiva, que analistas de un lado y otro nos están prometiendo de continuo algo nuevo pero no son capaces de desprenderse de los conceptos del pasado.

Las sucesivas encuestas que vienen reconociendo la pujanza de Podemos de cara a próximas convocatorias electorales (la última de ellas, del CIS, la situaba como segunda fuerza en intención de voto) han elevado el nivel de alarma de medios institucionales, periodísticos y políticos, respecto de la consolidación en el terreno público de ideas peligrosas que algún medio no ha dudado en calificar de “antisistema”. Cierto es que su preocupación no nace de la percepción de Podemos como opción social mayoritaria cuanto del peligro de un contagio populista. Un reciente editorial de El País insistía en ese temor, compartido por diferentes medios conservadores, de que el PSOE, ante su evidente pérdida de aceptación, caiga en la tentación de intentar recuperar presencia social a base de imitar el lenguaje y las propuestas de su principal competidor por la izquierda.

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