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Cómo conseguir que suba Podemos y "que embalen de nuevo a Pedro Sánchez"
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Esteban Hernández

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Cómo conseguir que suba Podemos y "que embalen de nuevo a Pedro Sánchez"

La apertura de curso político trae algunas sorpresas, con los partidos intentando resolver a toda prisa viejos problemas. Y una formación sacará provecho

Foto: Pedro Sánchez y Susana Díaz acuden juntos a una reunión en Ferraz. (EFE)
Pedro Sánchez y Susana Díaz acuden juntos a una reunión en Ferraz. (EFE)

Las redes sociales pueden ser bastante crueles. Hace unos días circulaba un tuit referido a Pedro Sánchez que rezaba “a ver si le deshinchan y lo embalan ya otra vez”, aludiendo a al carácter impostado del líder del PSOE y a la escasa credibilidad que merece fuera de su formación. Ciertamente, la autenticidad es un valor en la política actual, y la mayor parte de los nuevos líderes han alcanzado su popularidad por mostrar una actitud espontánea y sincera que se compadece mal con la rigidez de la comunicación política.

La política se ha convertido en un juego demasiado medido: los tiempos de televisión, las ruedas de prensa sin preguntas, las actitudes, las poses, las pausas en el discurso, el contenido del mismo… todo está pautado, y lo único que parece quedarle al político es su mayor o menor habilidad a la hora de interpretar las directrices que le han fijado. Sin embargo, los políticos emergentes en Europa, los más valorados, no son quienes siguen la ortodoxia de la comunicación electoral, sino los que muestran un mayor grado de sinceridad y atrevimiento, lo que hace que los votantes les perciban como mucho más convincentes. Creen o no en las ideas que exponen, pero sí confían en quien las emite.

No es el caso de Pedro Sánchez, demasiado estereotipado, demasiado encorsetado, precisamente porque representa bien su papel (es decir, hace lo que tiene que hacer), lo que termina desvirtuando su credibilidad. No estaría de más que los asesores entendieran esta lección, que cuanto mejor cumple un líder el plan que se le dibuja, menos simpatía y menos convicción genera entre la gente. Medir completamente los pasos y tener todo perfectamente organizado es útil para un partido hegemónico, pero sólo cuando está en el poder, y aún así tampoco funciona del todo. Muchos partidos, fundamentalmente conservadores, han hecho gala de un mayor atrevimiento de sus líderes, y un uso menor de los lugares comunes, y les ha salido bien. No es el caso, sin embargo, de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, líderes que suelen seguir el plan que les diseñan.

Las consecuencias de la obsesión por el control

Esta obsesión por el control no ocurre sólo en el plano de la imagen. Y tampoco se trata únicamente del férreo control del partido que casi todos los dirigentes suelen intentar (tuit de hace de dos días de Alberto Sotillos:“La integración de Pedro Sánchez ha sido tan grande que no queda ni uno que no sea su amigo”), sino de que los políticos parecen ponerse especialmente nerviosos cuando las cosas se apartan un poco de lo que habían previsto. La obsesión por el control de la apariencia lo es también por el control de la vida en sí misma. Lo inesperado deja de ser algo usual en la vida para convertirse en sinónimo de catástrofe (por cierto, todavía están programando en un teatro madrileño la recomendable Feelgood, obra que refleja bastante bien todo este mundo de la política constreñida), por lo que cuando ocurre algo no controlado, los miedos se disparan.

Y en eso está la política española, a juzgar por lo que estamos viendo en este inicio de curso. Conscientes todas las formaciones de que los tiempos han cambiado, y de que necesitan hacer cosas distintas, han enfocado el futuro como si fuera el momento de resolver a toda prisa los problemas pendientes. Su planteamiento para los meses venideros es el de realizar todo aquello que debían haber hecho mucho antes. El caso Sosa Wagner es ejemplar en ese sentido. Está claro que la formación de Rosa Díez necesitaba nuevas estrategias después de las últimas elecciones, y su candidato en ellas escribió una carta apostando por una alianza con Ciudadanos que mucha gente había previsto como meta natural.

Pero esa fusión no llegó, lo que supone un error del que todo el mundo comienza a ser consciente. Si ambas formaciones hubieran ido de la mano en lugar de hacerse la competencia, es más que probable que el éxito hubiese coronado la iniciativa: la creación de un partido centrista a lo Bayrou en Francia o a lo liberal-demócrata en el Reino Unido hubiera tenido un buen respaldo en las urnas españolas. Ahora, muchos de sus simpatizantes y una mayoría de los afiliados de ambos partidos continúan pensando que merece la pena acercar posturas, pero la pregunta no es ya si puede hacerse, lo que parece evidente, sino si están aún a tiempo.

Miedo y control

Los partidos que están triunfando en Europa, y en España ha ocurrido con Podemos, no tienen nada que ver con esa cara amable y regenerada del sistema que proponen ambas formaciones, sino con populismos de una y otra clase, que se pretenden exteriores al sistema político imperante. Seguro que si se hubieran aliado antes les hubiera ido bien, pero quizá sea ya demasiado tarde.

Esa reacción a destiempo también ha ocurrido en el PSOE, que ante el miedo a la irrelevancia ha optado por acelerar un proceso, el sucesorio, que hubiera debido acontecer mucho antes. Han convocado primarias tarde y mal, y el resultado ha sido un líder sin credibilidad. También le ha pasado a IU, que está dejando paso ahora a los jóvenes, con Alberto Garzón como líder emergente, y con Tania Sánchez como futurible para elecciones locales, cuando hubieran debido dar el paso mucho antes. Y le ha ocurrido, y no menos, al PP, que ha elegido un mal momento para hacer la reforma electoral. Si de verdad es necesaria, debía haberla afrontado hace meses, antes, y no ahora, cuando se percibe de modo evidente que tras esa intención de regeneración democrática no hay más que electoralismo descarnado.

Pero el mayor problema no está sólo en que todos hayan reaccionado tarde, sino que lo han hecho mal. En lugar de leer el nuevo contexto y tratar de aportar soluciones diferentes, han hecho lo que siempre hacen, tratar de controlar rígidamente los acontecimientos. Le ocurrió a UPyD, que cargó contra Sosa Wagner de una manera éticamente reprochable y estéticamente viejuna, con esa carta en la que la previsible sucesora de Rosa Díez atacó de malas maneras a uno de los suyos por salirse de la disciplina de partido. Ha ocurrido en el PSOE, que ha afrontado los cambios priorizando el orden, tratando por todos los medios que quedase el campo libre para que Susana Díaz liderase el partido, y pusiera a uno de los suyos al frente. Y también le ha pasado al PP, cuya propuesta para los nuevos tiempos consiste en cerrar filas alrededor de un cambio electoral que le beneficie.

Parece que los partidos, cuando tienen que cambiar, sólo saben responder haciendo lo mismo de siempre, pero más intensamente. El inconveniente es que, cuando se hace eso, casi siempre se sale perdiendo. Podemos, el partido que ha metido el miedo en el cuerpo a los demás, nohace gran cosa mientras tanto, a la espera de su asamblea de octubre, pero le basta con eso. Hasta ahora, Podemos ha funcionado como pantalla que refleja lo que los demás están haciendo mal, como la corrupción, la falta de democracia, la escasa participación o las promesas incumplidas y le ha ido bastante bien a la hora de canalizar la desilusión reinante de un modo positivo. Y lo cierto es que, desde esa perspectiva, mientras los demás sigan metiendo la pata, Podemos seguirá subiendo. En fin, la nueva temporada política ha quedado inaugurada, y ya sabemos lo que nos trae: miedo y control.

Las redes sociales pueden ser bastante crueles. Hace unos días circulaba un tuit referido a Pedro Sánchez que rezaba “a ver si le deshinchan y lo embalan ya otra vez”, aludiendo a al carácter impostado del líder del PSOE y a la escasa credibilidad que merece fuera de su formación. Ciertamente, la autenticidad es un valor en la política actual, y la mayor parte de los nuevos líderes han alcanzado su popularidad por mostrar una actitud espontánea y sincera que se compadece mal con la rigidez de la comunicación política.

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