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Gracias, PP: por qué estaba Mas tan contento ayer en el Parlament
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Esteban Hernández

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Gracias, PP: por qué estaba Mas tan contento ayer en el Parlament

Los independentistas estaban teniendo una semana muy complicada, pero nadie como los populares para salir al rescate y ofrecerles una buena salida en el peor momento

Foto: Artur Mas ayer, antes de su comparecencia ante la Diputación Permanente del Parlament. (EFE)
Artur Mas ayer, antes de su comparecencia ante la Diputación Permanente del Parlament. (EFE)

La semana empezó fuerte con un expresidente del Gobierno exhibiendo musculatura constitucional. Es cierto que Felipe González utilizó argumentos ineficaces para convencer a quienes tienen más o menos decidido su voto, y que el objetivo de su artículo era avisar a los soberanistas de que no hay alternativa al tiempo que rascaba unos votos para los socialistas, pero no dejaba de tener su peso: se trataba de una figura politica relevante oponiéndose firmemente a la aventura independentista.

Luego llegó el 3%. Los medios catalanes interpretaron la acción judicial como parte de la campaña, y tampoco pareció hacer ninguna mella entre los convencidos, pero lo cierto es que no deja de ser un asunto grave que termina pasando factura. Habrá sido o no utilizado con intenciones electorales, pero ese es un asunto de segundo orden comparado con la existencia de la corrupción. A muchos políticos les pasa, que argumentan complots de los oponentes cuando se hacen públicos sus trapos sucios, y quizá sea así, pero cuando te pillan con las manos en la masa, al votante le importan bastante poco las intenciones que animan las denuncias. Lo relevante son los hechos, y estos eran suficientes como para que algunos líderes tuvieran que dar explicaciones difíciles.

Puede volver a utilizarse el fantasma de un PP represivo que toma las decisiones unilateramente y que utiliza el Estado como si le perteneciera

Después llegó Merkel, y dijo aquello de que la soberanía y la integridad territorial de cada Estado está garantizada en los tratados de la UE, lo cual suponía un palo en las ruedas independentistas: sin la opción de continuar en la UE, las posibilidades de una Cataluña sin España son mucho más débiles.

Reprimiendo a los catalanes por la fuerza

De modo que, en la misma semana, teníamos a figuras relevantes de la política nacional e internacional quitando el suelo bajo los pies de Romeva y Mas y a la policía y los jueces investigando las cuentas de los gobiernos de CDC. Si la intención era restar votos a Junts pel sí, las cosas no podían llevar mejor camino. El apoyo de Merkel y la puesta de manifiesto de la corrupción generalizada en la época de Convergencia sí eran asuntos que no podían pasarse por alto.

Pero si las cosas pintaban mal para los independentistas, nadie como el PP para salir a su rescate. La modificación de ley orgánica del Tribunal Constitucional para concederle capacidad sancionadora, realizada para evitar que el partido en el Gobierno tenga que recurrir al art. 155 CE, que permite suspender parcialmente la autonomía de una CCAA, ha tenido dos efectos y los dos igualmente negativos para quienes sostienen las tesis constitucionales.

Ha funcionado porque los independentistas han podido hacer visible un enemigo, la caverna, que el PP ha encarnado con gusto en estos años

El primero es que vuelve a situar el asunto en el terreno que más conviene a los soberanistas, el de un Estado insensible que intenta reprimir el deseo de los catalanes por la fuerza, el discurso que tanto les ha hecho crecer en esta última década. El segundo es que sirve también para tapar los asuntos anteriores: ya no se trata de que la corrupción esté presente en las filas independentistas, ni de que quien manda en la UE haya puesto de manifiesto su falta de intención de acoger un Estado catalán, sino de que puede volver a utilizarse el fantasma de un PP represivo que toma las decisiones unilateramente, que utiliza el Estado como si le perteneciera y que representa fielmente a la caverna española.

Una enorme rémora

La deriva catalana hacia posiciones independentistas ha tenido muchas causas de muy diversa índole, ligadas a la búsqueda de mejores y más rentables opciones en un mundo globalizado por parte de sus élites, a sentimientos intensos de obtener mucho menos de lo que esperaban de España, de articulación en lo nacional de malestares derivados de lo material, como la falta de oportunidades para una buena parte de la población y el deterioro de las condiciones de vida. Pero todos estos elementos han confluido precisamente porque los independentistas han podido hacer muy visible un enemigo, la caverna, que el PP ha encarnado con gusto en estos años. Todo es más sencillo cuando se tiene un contrincante al que responsabilizar de la situación, y, desde Aznar, a los populares les ha resultado rentable jugar ese papel.

Hemos llegado a un momento en el que, como el diálogo no parece posible entre soberanistas y españolistas, porque los puentes están rotos y sin pinta de recomponerse, sólo queda esperar el dictamen de las urnas. Pero ni siquiera en esta situación el PP es capaz de no dar alas a los separatistas. Es fácil: hay muchos elementos discursivos que pueden ponerse en juego para convencer a los indecisos de que una Cataluña independiente no es la mejor opción, pero para que sean eficaces, actitudes como las de la reforma del TC son una enorme rémora. Y una fuente de votos para los soberanistas, que se les ofrece justo en un momento complicado.

De modo que ayer Artur Mas estaba muy feliz, porque le habían ofrecido las armas precisas para centrar su comparecencia en el Parlament justo en los temas que más le interesaban. Es mucho más sencillo echar tierra sobre el 3% cuando puedes recurrir a la caverna.

La semana empezó fuerte con un expresidente del Gobierno exhibiendo musculatura constitucional. Es cierto que Felipe González utilizó argumentos ineficaces para convencer a quienes tienen más o menos decidido su voto, y que el objetivo de su artículo era avisar a los soberanistas de que no hay alternativa al tiempo que rascaba unos votos para los socialistas, pero no dejaba de tener su peso: se trataba de una figura politica relevante oponiéndose firmemente a la aventura independentista.

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