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Si no queréis que Podemos gobierne, no les ayudéis. Y lo estáis haciendo
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Esteban Hernández

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Si no queréis que Podemos gobierne, no les ayudéis. Y lo estáis haciendo

Tanta agitación con los pactos electores resulta aburrida. Hay demasiado postureo y poca sustancia, y quizá sea hora ya de que hablemos de lo más importante, eso que ha creado a Podemos

Foto: Lo mismo esta es la campaña electoral del futuro como sigamos por este camino. (Fotomontaje de Vanitatis)
Lo mismo esta es la campaña electoral del futuro como sigamos por este camino. (Fotomontaje de Vanitatis)

Habrá quien tenga otra opinión, pero a mí estos tiempos políticos me parecen notablemente aburridos. Hay agitación, no sabemos quién terminará gobernando, tampoco qué líderes estarán al frente del proceso cuando todo esto acabe, y tampoco cuál será el reparto de fuerzas a que abocarán los pactos, lo cual implica incertidumbre, mucha actividad periodística y un montón de conversaciones de barra de bar. Pero a mí termina saturándome tanto correr para no ir a ninguna parte, tantas tensiones, tanta palabrería y tanto gesto calculado.

Porque, tomando cierta distancia, las cosas parecen más o menos obvias si tenemos en cuenta que las medidas que deberá tomar el gobierno entrante serán las de recortar un presupuesto ya ajustado para responder a las exigencias de Bruselas. Podemos hacer como si este asunto no existiera, pero el telón de fondo español es el de un país que no puede tomar sus propias decisiones sobre la economía, y es un problema que cualquier partido que llegue al poder habrá de afrontar. Ese es el principal motivo que hace muy poco probable un gobierno PSOE-Podemos, porque resulta extraño pensar que una coalición escorada hacia la izquierda se dedique a realizar recortes, especialmente porque eso le brindaría a Podemos la posibilidad de un obvio golpe de mano para separar radicalmente a los socialistas de su electorado: en el instante en que el PSOE apueste por seguir las directrices de Bruselas y aplicar los recortes, Podemos se marcharía del Gobierno señalando que esas decisiones son inaceptables, y dejando a los de Sánchez con las manos sucias.

Las elecciones no aclararán nada

Tampoco parece probable una alianza PSOE–Ciudadanos, porque requiere de la aceptación tácita del PP, y los populares piensan que ya que ellos han ganado las elecciones, mejor que sean los socialistas los que se abstengan para que gobierne Rajoy. Y tampoco unas nuevas elecciones tienen pinta de aclarar las cosas, porque todo apunta a que unos ganarán votos y otros los perderán, pero el escenario resultante mostrará un equilibrio de fuerzas similar. Creo que la opción más factible es que, antes o después, gobierne el PP pero, insisto, esto me parece menos relevante que la capacidad de resistencia a las directrices europeas e internacionales sobre la economía española que pueda hacer valer el nuevo Gobierno.

Los gobiernos españoles han aumentado impuestos directos e indirectos y han deteriorado los servicios públicos. Y eso seguirán haciendo

Las consecuencias de los recortes operarán en distintos órdenes, ya que los ajustes que nos exijan dañarán las promesas que han hecho los partidos en sus campañas. A las formaciones de izquierda les perjudicarán porque se verán obligadas a restringir las partidas destinadas a políticas sociales y al mantenimiento del estado del bienestar; a la derecha, porque tendrán que aumentar las partidas que detraen a los ciudadanos vía impuestos. La traducción de 'recortes' es esta: tenemos que pagar capital e intereses de la deuda, y eso significa emplear cada vez más recursos del presupuesto público. Los gobiernos españoles, hasta ahora, no han hecho más que deteriorar los servicios públicos y aumentar los impuestos directos, para recoger del que tiene (aunque sea poco) y los indirectos, para recoger del que tiene menos (y del que no tiene). Quienes están en el estrato superior de la pirámide social, los actores de capacidad global, seguirán gozando del privilegio de pagar entre pocos impuestos y ninguno, pero el resto de los españoles deberemos seguir destinando una parte importante de nuestros recursos a sufragar los beneficios que procura la deuda a quien se la ha prestado al estado español.

¿La senda del crecimiento?

Ese resultado, que es el que hemos vivido estos años, con la diferencia de que llueve sobre mojado, supone un grave problema social: debilitar a las clases medias y empobrecer a las trabajadoras no es una buena idea para la cohesión social, ni para el sostenimiento de la democracia, ni para la convivencia ni para nuestra calidad de vida. Pero en estas estamos, con una UE que apuesta por seguir la misma fórmula una y otra vez, insistiendo en que así se llegará a la senda del crecimiento y que una vez en ella todo irá mucho mejor, cuando lo cierto es que, incluso cuando el crecimiento ha llegado, sus beneficios no se han visto repartidos a lo largo de la sociedad.

No se puede tener todo: si se defiende un modelo económico que produce ineficiencias y desigualdades, no cabe esperar que no haya oposición

Son particularmente llamativas, por este motivo, las críticas desde el centro y desde la derecha a una formación como Podemos. Quienes les atacan no terminan de entender algo: si tanta preocupación les causa, harían bien en no construir el contexto que les produce. Una sociedad con diferencias económicas y sociales que se amplían produce resistencias y hace que nuevos actores aparezcan. No se puede tener todo: si se defiende un modelo económico concreto que produce ineficiencias y desigualdades, no se puede esperar que no haya oposición. Así es la vida: si se generan tensiones sociales, salen por algún sitio. No hay más que ver qué está ocurriendo en Occidente, con Marine Le Pen, el movimiento Cinco Estrellas, las formaciones populistas de derechas como Ukip o el Tea Party, la aparición de filopredicadores y millonarios bizarros entre el mainstream conservador estadounidense y la efervescencia de Bernie Sanders, el único que se atreve a enfrentarse con Wall Street, en los demócratas.

La causa última de la popularidad de estos líderes no es que la gente se haya vuelto rara, sino la inestabilidad vital y la falta de confianza en el futuro

En este contexto, la derecha ve cómo regresan candidatos que se apoyan en valores culturales tradicionales porque las políticas económicas les dañan, y eso consigue que líderes como Trump, Ted Cruz o Marine Le Pen roben seguidores a la derecha establecida. Del mismo modo, nuevos partidos de izquierda surgen con fuerza llevándose a los votantes del centro izquierda. La sociedad está transformándose, y se deja sentir en los líderes que se escogen, pero la causa última no es que la gente se haya vuelto rara, sino el aumento de la inestabilidad vital, la falta de opciones laborales y la ausencia de confianza en el futuro para mucha gente.

Hablemos de lo único

De modo que estaría bien dejar de poner en el centro del asunto a actores, líderes y partidos que pueden resultar circunstanciales y hablar de lo que realmente define las sociedades occidentales, como es la gestión económica que de ellas se está haciendo. La derecha, también la española, lo tiene relativamente fácil a corto plazo, porque puede seguir al pie de la letra las políticas económicas impuestas mientras apela a conceptos como responsabilidad, estabilidad y sensatez, pero las contradicciones se lo harán difícil a medio plazo. La izquierda lo tiene más complicado, porque puede proponer un incremento del empleo público, más gasto social o impuestos más elevados a los ricos, pero lo cierto es que carece hoy de mecanismos con que hacer valer sus propuestas. Su problema no es qué hacer, sino el cómo: qué fuerzas puede movilizar para convencer a instituciones e inversores de que el programa económico debe ser otro. Porque si careces de ese poder negociador, lo máximo que puedes aspirar es a ser un nuevo Tsipras. Pero, sea como sea, es el momento de dejar de hablar de personas y centrarse en las ideas y en las fuerzas: la economía es el asunto, no los líderes nacionales, que no dejan de ser cuadros intermedios.

Habrá quien tenga otra opinión, pero a mí estos tiempos políticos me parecen notablemente aburridos. Hay agitación, no sabemos quién terminará gobernando, tampoco qué líderes estarán al frente del proceso cuando todo esto acabe, y tampoco cuál será el reparto de fuerzas a que abocarán los pactos, lo cual implica incertidumbre, mucha actividad periodística y un montón de conversaciones de barra de bar. Pero a mí termina saturándome tanto correr para no ir a ninguna parte, tantas tensiones, tanta palabrería y tanto gesto calculado.

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