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Ni los nacionalismos ni las tetas de Rita: esto es lo que constituye las dos Españas
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Esteban Hernández

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Ni los nacionalismos ni las tetas de Rita: esto es lo que constituye las dos Españas

Como subrayaba un reciente estudio, hemos creado dos nuevas clases sociales. Pero en lugar de afrontar el problema, los partidos prefieren centrarse en cuestiones menores

Foto: Rita Maestre ha sido la protagonista de la última polémica cultural. (Foto, Facebook de R. Maestre)
Rita Maestre ha sido la protagonista de la última polémica cultural. (Foto, Facebook de R. Maestre)

El estudio realizado por Myword sobre consumo en los hogares españoles que El Confidencial publicó esta semana incidía en aspectos políticamente muy relevantes. La brecha abierta entre una clase con esperanza, perspectivas de futuro, global, abierta a la tecnología y con posibilidades de progreso, y otra económicamente ahogada, que desconfía en las instituciones, que es más crítica, y que vive en el descontento constituye un escenario novedoso que está teniendo (y tendrá) repercusiones ideológicas y electorales. Sin embargo, a pesar de las evidencias materiales, no es esa la visión que tenemos de las dos Españas. Hay otra más frecuente, la de las tetas de Rita Maestre, la del “enfrentamiento entre los entierra-rojos y los derriba-campanarios”, que suele ser mucho más visible, como si 2016 no fuera más que la prolongación de males culturales atávicos de nuestro país.

El PP en la oposición

En realidad, el PP utiliza esta estrategia siempre que le toca hacer oposición, y ahora que ha decidido jugar tácticamente a la contra, dejando la prueba de la investidura al PSOE, es el momento de agitar los fantasmas culturales. Durante el gobierno de Zapatero, especialmente en el primero, vimos el resurgimiento acentuado de este tipo de críticas, que les fueron particularmente útiles para minar a los socialistas y para cerrar filas en un partido que había perdido las elecciones. Ahora vuelven a poner en primer plano estos elementos, con las cabalgatas, los tuits, el padre nuestro, las iglesias y Rita Maestre, como forma de presión sobre el PSOE y sobre todo como medio de amplificación de los peligros a los que nos llevaría un gobierno de Podemos. Es una estrategia débil pero pragmática, sobre todo si se quiere poner el foco en aspectos secundarios porque los elementos principales, cuando siguen estallando escándalos de corrupción, no son favorables.

Esta insistencia en los temas culturales, como el cambio de nombres de las calles de Madrid, conviene a PP y a Podemos, porque los dos salen reforzados


Y es aún más útil porque este regreso al pasado es visto con buenos ojos también desde esa izquierda que dicen combatir: si a partir de la Transición fue el momento de recuperación política de la Guerra Civil, ahora parece serlo del tardofranquismo y de la Transición misma. Esta insistencia cultural, como vimos con el cambio de nombres de las calles de Madrid, conviene a ambos porque, como hemos dicho, son retóricas que se refuerzan.

La España de las promesas rotas

El problema es que la España actual es otra, y sus novedades tienen que ver mucho más con elementos económicos que con los culturales. La brecha actual entre las dos Españas está relacionada con la pérdida de nivel de vida, con la ausencia de esperanza, con la convicción de que las cosas van mal y probablemente vayan peor, con la sensación de que todas las promesas que se hicieron (estudia, prepárate, esfuérzate, trabaja duro y te irá bien) han quedado debilitadas o rotas. Y con el añadido de que está creciendo una desconfianza en la justicia, en la política y en las instituciones particularmente reveladora.

La sociedad está empezando a disparar hacia arriba en lugar de hacia abajo, aunque eso no significa aún que hayamos entrado en una nueva era de lucha de clases


Hasta ahora, la forma de explicar los problemas económicos era la proyección hacia abajo, culpando a las clases sociales inferiores. En el inicio de la crisis fue muy evidente: los ricos señalaban como responsable de la misma a ese estado del bienestar que gastaba en exceso, a gente que había querido subir de clase social demasiado rápidamente y que había optado por endeudarse por encima de sus posibilidades. El destinatario final de las críticas no eran los pobres ni los inmigrantes, sino esa clase media y media baja que pretendía seguir cobrando buenos sueldos, percibiendo pensiones adecuadas a su nivel de vida y que quería trabajos estables. Estas clases, a su vez, trasladaban la crítica al peldaño inferior, y responsabilizaban a los inmigrantes de su deterioro, ya que ocupaban los trabajos, empujaban los sueldos a la baja y copaban las ayudas públicas.

Las experiencias políticas recientes más exitosas no están utilizando el eje material pobres/ricos, sino el de periferia y centro, tanto en España como en Europa

Pero eso también está cambiando, y la sociedad está empezando a disparar hacia arriba en lugar de hacia abajo, aunque eso no significa que hayamos entrado en una nueva era de lucha de clases. Más al contrario, ha provocado en Europa un regreso a lo identitario. Las experiencias políticas recientes más exitosas. la de Le Pen, Ukip o los nacionalismos regionales no están utilizando el eje material pobres/ricos, sino el de periferia y centro. El estudio 'From class to region: How regionalist parties link (and subsume) left-right into centre-periphery politics', de los profesores Emanuele Massetti (Gediz University, Turquía) y Arjan H. Schakel (Maastricht University, Holanda), subraya cómo Europa ha girado hacia una orientación ideológica construida a partir de la oposición identitaria. La investigación señala dos tipos de discursos triunfantes, el que califican como “regionalismo burgués”, que se basa en las quejas de las políticas estatales que directa (transferencias territoriales) o indirectamente (bienestar) toman recursos de las zonas más ricas para enviarlas a otras más pobres (“y supuestamente auto-indulgentes”), y la del “discurso colonialista”, que se funda en la idea del desarrollo desigual causado por elecciones estatales que favorecen el desarrollo económico de determinadas regiones a costa de las demás, sin proporcionar suficientes recursos directos (inversiones) o indirectos para moderar las diferencias en el desarrollo.

Los estados contra Bruselas

Ciertamente, este tipo de argumentos están presentes en las políticas nacionalistas, pero no sólo en las que enfrentan a las regiones con los estados, sino también en las que oponen éstos a la UE. La reacción anti Bruselas es palpable tanto en Francia como en el Reino Unido o Grecia. La relación entre el centro neurálgico europeo y sus periferias está siendo interpretada desde la utilización en distintos grados de estos dos discursos. Esta tensión entre el núcleo y el exterior está muy presente en la política actual, y está impulsada por el deterioro material que partes sustanciales de las poblaciones europeas están sufriendo.

Podemos seguir fijándonos en los viejos modelos, como la religión, las cabalgatas o las identidades, pero la brecha que se ha abierto tiene que ver con la pasta


El problema es que esta lectura nacionalista, que articula una serie de inquietudes profundas, suma hechos ciertos y elementos falsos y pone el acento en los lugares equivocados. Su lectura reconvierte asuntos materiales en identitarios, evitando el tema de fondo, que es la economía. Los ciudadanos de la Unión Europea estamos viviendo la desaparición de la clase media y el surgimiento de dos tipos de ciudadanos europeos, los globales y optimistas y los ahogados y descontentos, que no pueden explicarse desde claves puramente nacionales. Hay un tipo de gestión económica que provoca estas consecuencias, con distinta intensidad, en el conjunto de la unión: también hay minijobs y pobres en Alemania. De modo que podemos seguir fijándonos en los viejos modelos, como la religión, las cabalgatas o las tetas de Rita, o en las identidades y las banderas, pero la brecha real que se ha constituido en nuestro país y en Europa tiene que ver con la pasta. El orden actual en Occidente no está organizado desde el ejército, la iglesia, la jerarquía y el cierre de fronteras nacionales, como el de hace algunas décadas, sino desde la articulación funcional de las necesidades de un sistema que se fundamenta en la economía y las finanzas. La religión y las banderas son útiles para ganar votos, pero no deciden mucho en este entorno líquido. De modo que tendremos que elegir entre intentar dar respuesta a los problemas allí donde se producen o continuar con el viaje al pasado.   

 

El estudio realizado por Myword sobre consumo en los hogares españoles que El Confidencial publicó esta semana incidía en aspectos políticamente muy relevantes. La brecha abierta entre una clase con esperanza, perspectivas de futuro, global, abierta a la tecnología y con posibilidades de progreso, y otra económicamente ahogada, que desconfía en las instituciones, que es más crítica, y que vive en el descontento constituye un escenario novedoso que está teniendo (y tendrá) repercusiones ideológicas y electorales. Sin embargo, a pesar de las evidencias materiales, no es esa la visión que tenemos de las dos Españas. Hay otra más frecuente, la de las tetas de Rita Maestre, la del “enfrentamiento entre los entierra-rojos y los derriba-campanarios”, que suele ser mucho más visible, como si 2016 no fuera más que la prolongación de males culturales atávicos de nuestro país.

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