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Estas son las personas que decidirán estas elecciones. Y les estáis tocando las narices
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Esteban Hernández

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Estas son las personas que decidirán estas elecciones. Y les estáis tocando las narices

Se avecinan cambios, y no sólo por la emergencia de nuevos partidos. Una encuesta de Harvard revela que el 51% de los jóvenes no cree en el capitalismo y señala algo importante

Foto: Antes iba a tomar copas al bar. Ahora, si tiene suerte, las sirve. (Corbis)
Antes iba a tomar copas al bar. Ahora, si tiene suerte, las sirve. (Corbis)

La Reserva Federal estadounidense suele realizar un estudio anual para conocer la situación económica y financiera de sus ciudadanos. En el de este año se plantea la siguiente pregunta: ¿si tuviera una emergencia que le obligase a gastar 400 dólares, cómo pagaría esa cantidad? Un 47% de los encuestados afirmó que no podrían, que se verían obligados a pedir un préstamo o a vender un bien para conseguirlos, porque no disponen de esa cantidad. Es decir, uno de cada dos americanos no tiene 350 € para hacer frente a un gasto inesperado.

Muchos artículos publicados últimamente en el entorno anglosajón insisten en un asunto que se suele pasar por alto pero que configura nuestra realidad. La vida cotidiana sigue obstinada en alejarse de esa palabrería expresada en porcentajes, gráficos y cifras macroeconómicas que insiste en negar lo que ocurre. Sí, las dificultades para encontrar el dinero que permita hacer frente a un imprevisto son frecuentes para muchas personas, como lo es abonar unas facturas de luz, agua, gas, teléfono y transporte que se llevan buena parte de los ingresos de muchas familias, o como lo es encontrar trabajo, o que los empleos disponibles no consistan en cobrar menos de 600 euros por trabajar en turnos rotatorios incluidos fines de semana.

Hay quien dice que las dificultades económicas son secundarias, porque lo que importa en la vida es ser feliz y se puede ser feliz con muy poco

Lo curioso es que en España se habla poco de esto, quizá porque, según parece, vivimos incomparablemente mejor que en EEUU. También influye que, como se apunta en The Atlantic, en esta sociedad de clase media que es la nuestra, confesar que no se tiene ni un euro suele ser motivo de vergüenza. Pero lo decisivo es que este asunto le parece prescindible a mucha gente, que entiende que quien pasa por dificultades económicas es porque no ha querido formarse o porque se lo gasta en pantallas de plasma o porque se compró un piso por encima de sus posibilidades. A otros también les parece un tema de segundo orden, porque lo que importa de verdad en la vida es ser feliz y se puede ser feliz con muy poco. Y a otros les parece que esto es menos importante que denunciar la corrupción y abogar por la regeneración democrática o por combatir el régimen del 77.

O estás o lo vas a estar

Pero esta es la sociedad en la que vivimos, la de verdad: quien no está en esa situación ha estado en ella, o está a punto de estarlo, o tiene un familiar cercano inmerso en la precariedad. La incertidumbre y la inseguridad rigen la vida contemporánea, y aunque nos hemos acostumbrado a convivir con ellas, no dejan de estar ahí. Y esta es también la vida de la mayoría de personas con derecho a voto.

No es es retórica: según una encuesta realizada por Harvard, el 51% de los jóvenes estadounidenses entre 18 y 29 años rechaza el capitalismo

Hay quienes lo ven como un elemento circunstancial, pero no lo es. Esta variable material es la que está determinando el ascenso de nuevas formaciones en toda Europa, España incluida, y es la que explica el deterioro de los partidos tradicionales. No es la corrupción, no es la falta de democracia, no es el gasto público: es el hecho de que no hay dinero sumado a la ausencia de perspectivas lo que está provocando que haya más gente cansada de los políticos y que cada vez descrea más del sistema.

Las promesas y la realidad

Y tampoco es retórica: según una reciente encuesta realizada por Harvard, el 51% de los jóvenes estadounidenses entre 18 y 29 años rechaza el capitalismo. Sólo un 42% estaba a favor del actual sistema mientras que un 33% prefería el socialismo, datos que subrayan que el cambio se está produciendo, quizá con mayor intensidad entre las jóvenes generaciones. En épocas anteriores, como los sesenta y primeros setenta, el repudio del sistema se producía en un escenario en el que existían modelos de estado distintos. No es el caso: ahora hay un sistema que rige el mundo, con distintas expresiones, y no se adivina una alternativa en el horizonte.

La democracia y la justicia ya no son percibidas como valores definitivos, porque sabemos que, como Hacienda, no funcionan igual para todos

El descontento con el capitalismo no proviene, pues, de la creencia en que existen opciones mejores, sino de la diferencia entre las promesas explícitas del sistema y sus realidades. Europa Occidental creció creyendo en dos verdades, que la legitimaban y la hacían superior discursivamente al comunismo soviético. Una era material: las personas que se esforzasen, se preparasen y cumpliesen con su cometido gozarían de una existencia económicamente digna, gracias no sólo a salarios mayores, sino a la existencia de un estado de bienestar que aseguraba los mínimos vitales. La otra está relacionada con el funcionamiento adecuado del sistema: las garantías jurídicas y la existencia de la democracia y de sus contrapoderes eran una salvaguarda que debía hacerse valer para evitar tanto los abusos de los poderosos como para asegurar el bien común.

El caso español

Ambas creencias son especialmente débiles hoy, ya que las prestaciones estatales son mucho menores, los salarios se están dualizando en un contexto de paro elevado, y la democracia y la justicia ya no son percibidas como valores definitivos, porque sabemos que, como Hacienda, no funcionan igual para todos.

Ese es el mal de los partidos tradicionales, los que se han ido alternando en el gobierno, que viven de promesas que saben que no van a cumplir

Esta es la esencia de la política contemporánea, el difícil encaje entre unos ciudadanos cada vez menos conformes y una articulación política que defrauda sistemáticamente las expectativas. Ese es el mal de los partidos tradicionales, los que se han ido alternando en el gobierno, que viven de promesas que saben que no van a cumplir. En el caso español es evidente: Rajoy puede asegurar en campaña que bajará los impuestos, pero es consciente de que tiene que pagar la deuda, por lo que se desdice al día siguiente de llegar a la Moncloa; el PSOE puede jurar que dedicará más recursos a sanidad y educación, pero es obvio que no podrá hacerlo y así sucesivamente, incluyendo a las formaciones emergentes.

¿Un cambio?

Hay, sin embargo, algo nuevo, como subraya la encuesta de Harvard, y es que está dinámica no se detiene en el descontento respecto de los partidos, sino que se está extendiemno al sistema en general. Hasta ahora, cuando las cosas iban mal, se señalaba como culpable a la formación que gobernaba y la de oposición emergía como una alternativa que podía arreglar las cosas. Hoy mucha menos gente cree que un cambio en los integrantes del consejo de ministros pueda arreglar casi nada, y lo cierto es que tienen bastante razón: en el caso español, el margen de acción en aquello que cuenta, que es lo económico, es muy limitado, porque las órdenes llegan de fuera, de esas conversaciones que Guindos y Dijssembloem tienen con y sin cámaras delante.

Son la fuerza electoral dominante, y ahora, como dentro de unos años, el partido que sepa ganársela será el que domine el mapa político

¿Qué consecuencias tiene que el votante típico sea alguien que percibe que la economía real va mal y que no cree que la democracia y la justicia funcionen? No demasiadas, aún. Es cierto que son estos electores los que están provocando el crecimiento de partidos que antes estaban condenados a permanecer en los márgenes, pero la mayoría de ellos todavía dan su confianza, aunque sea de una manera temerosa o despegada, a formaciones tradicionales. En España, todo parece encaminarse a que, con ayudas, el PP permanezca en el gobierno. Pero esta es una situación provisional, porque el número de estos votantes crecerá en los próximos años y es probable que, si la economía cotidiana no mejora, vayan desplazándose hacia opciones muy diferentes. En todo caso, son la fuerza electoral dominante, y ahora, como dentro de unos años, el partido que sepa ganárselos es el que dominará el mapa político.

De modo que quizá no sea tan buena idea continuar peleando acerca de quién es la culpa de que no haya pacto de gobierno, o insistir en que el bolivarianismo va a llegar, o si es mejor Pablo que Íñigo o Susana que Pedro, o si C's debe apoyar a los socialistas o a los populares y tantas cosas de este estilo que constituyen nuestra política hoy. En fin, vosotros veréis.

La Reserva Federal estadounidense suele realizar un estudio anual para conocer la situación económica y financiera de sus ciudadanos. En el de este año se plantea la siguiente pregunta: ¿si tuviera una emergencia que le obligase a gastar 400 dólares, cómo pagaría esa cantidad? Un 47% de los encuestados afirmó que no podrían, que se verían obligados a pedir un préstamo o a vender un bien para conseguirlos, porque no disponen de esa cantidad. Es decir, uno de cada dos americanos no tiene 350 € para hacer frente a un gasto inesperado.

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