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El primer guantazo al establishment: cuando los "estúpidos radicales" te la devuelven
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Esteban Hernández

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El primer guantazo al establishment: cuando los "estúpidos radicales" te la devuelven

Los nuevos partidos que triunfan son aquellos que defienden a las clases perdedoras. Y la manera que tiene la élite de combatirles es menospreciar a su gente. Lo siento, no funciona

Foto: El ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schauble, de risas con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, y con Pierre Gramegna, ministro de finanzas de Luxemburgo. (Reuters/Eric Vidal)
El ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schauble, de risas con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, y con Pierre Gramegna, ministro de finanzas de Luxemburgo. (Reuters/Eric Vidal)

Qué mal estamos entendiendo la política contemporánea. Buena parte de los problemas surgen porque nos estamos manejando con las categorías político sociales de la segunda parte del siglo XX, algo que en el mundo político resulta muy evidente, pero que también aparece en la torpe capacidad de lectura que las élites están realizando sobre las transformaciones que sufrimos. El Brexit es un buen síntoma (empezando porque, como habría dicho Rita Barberá, es toda una hostia), pero no es el único.

Las reacciones al Brexit lo demuestran de una forma cristalina. Cada cual ha interpretado las señales conforme a los intereses y creencias previas: unos culpan a Cameron por querer cerrar problemas internos con una bala que ha ido a parar al lugar equivocado, otros señalan a Corbyn y a la crisis de la socialdemocracia europea por no haber sido ni firmes ni influyentes en su electorado en la defensa de la UE; la CEOE reclama la ocasión para que haya menos regulación y más competitividad; desde Podemos insisten en que es una oportunidad para que la UE sea más justa y solidaria y Pedro Sánchez afirma que todo es producto de poner en manos de la gente las decisiones que sólo deben tomar los políticos. En definitiva, cada cual encuentra en el resultado del Brexit un elemento que ratifica lo que ya estaban pensando. Este suele ser uno de los males principales a la hora de reaccionar frente a los cambios, y este es muy importante simbólicamente: nadie se para a reconsiderar los hechos, a analizarlos, a entender qué está ocurriendo y a pensar qué se debe cambiar en las posturas y creencias propias, y no en las ajenas, que es lo que siempre se hace.

Básicamente se les ha dicho que eran bastante imbéciles, y que si decidían marcharse, se iban a enterar. Bueno, pues ahí tenemos el resultado

Y a la hora de afrontar el nuevo panorama, las élites, como antes lo ha hecho la izquierda, han optado por la peor de las soluciones, insultarles. El discurso dominante en la política y en los medios acerca del referéndum británico ha sido bastante torpe, porque ha menospreciado a los 'brexiters' y les ha denigrado repetidamente. Se les ha dicho que eran gente emocional, que votaba desde las tripas y no desde la razón, que eran xenófobos y retrógrados, que eran la prueba de por qué las cosas iban mal en el mundo, que eran gente asustada y rencorosa incapaz de ver lo que les convenía. Básicamente, que eran bastante imbéciles, y que si decidían marcharse, se les iba a castigar con una recesión brutal. Bueno, pues ahí tenemos el resultado.

Es fácil: no hay dinero

La inmigración ha estado presente en la campaña, pero no estamos ante un mero asunto de xenofobia, como habitualmente se nos cuenta, derivado del egoísmo y la intransigencia de la extrema derecha nacionalista. Por más que pueda existir un componente en ese sentido, la mayor parte del rechazo a la inmigración en el Reino Unido, como ocurre en buena parte de Europa, viene ligada a la pérdida de empleos, al descenso de las prestaciones que los nacionales reciben y a las escasas oportunidades vitales que tienen buena parte de las clases medias y de las clases populares.

Se ha tildado a la UE de burocracia que perjudica a los pequeños negocios, fabricantes, agricultores, pescadores y ganaderos nacionales. Y algo de eso hay

En ese contexto, señalar a los inmigrantes como los responsables es el camino fácil, y eso es lo que suelen hacer los partidos populistas. Sin embargo, que esa utilización instrumental exista, no debe borrar el problema: hay menos trabajo, más competencia por abajo y, en un contexto de crisis, tener abundante mano de obra barata hace que los salarios desciendan. El nivel de vida cae, y termina por encontrarse un culpable en los que llegan.

El segundo elemento del que más han hablado los brexiters ha sido la dictadura de la UE, un conglomerado burocrático que beneficia a las grandes empresas y que perjudica a los pequeños negocios y a los fabricantes, agricultores, pescadores y ganaderos nacionales. Ese tipo de crítica ha sido recurrente en la campaña, y también es un elemento con gran parte de realidad. En una economía financiarizada, Wall Street está dañando a Main Street. Así ocurre en EEUU, en el Reino Unido y en Europa entera. Canalizar el descontento hacia Bruselas es sencillo de hacer, y algo así ha ocurrido en la campaña, pero también es cierto que personas como Merkel y Schauble, entre otros, han contribuido a ello, porque sostienen activamente políticas económicas que dañan a esos colectivos.

Los perjudicados votan

El tercer aspecto llamativo es el que atañe al estatus socioeconómico. Son los perjudicados en este proceso, las clases obreras y las clases medias en declive, los más favorables a la salida. Dos de cada tres votantes de las capas menos favorecidas apoyaron la salida. Y el cuarto es el nacionalismo. Escocia e Irlanda del Norte han votado mayoritariamente por permanecer en el UE, en parte porque les conviene económicamente, pero sobre todo porque esperan que, en algún momento, puedan abandonar Gran Bretaña y ser miembros de pleno derecho de la UE.

Izquierda y derecha

Estos cuatro elementos, inmigración, pérdida de poder de decisión, elementos materiales y nacionalismos están presentes en toda Europa y en EEUU y son el reflejo de un cambio evidente del tipo de tensiones que estamos viviendo. La política dividida en izquierda y derecha no se ha terminado, porque los elementos materiales siguen siendo decisivos, pero sí se han producido nuevas articulaciones en los discursos públicos y en las ofertas de los partidos que convierten los ejes en muy diferentes de los del pasado, y estos cuatro aspectos los reflejan perfectamente.

Hasta ahora el 'establishment' se había impuesto por la vía directa o por la indirecta (devolviendo a Tsipras al redil). El Brexit rompe esa dinámica

En primer lugar, porque el eje dominante hoy es el que opone lo sistémico, lo que defiende el establishment contemporáneo, a lo extrasistémico, lo que quiere cambiarlo. Los partidos prosistema hablan de estabilidad, moderación, continuidad y crecimiento, y señalan a sus opositores como aquellos que traerán irresponsablemente el caos. Ese es el esquema dominante, que es jugado por partidos de todos los colores. Si en España lo sistémico está representando por PP y Ciudadanos, que son de derechas, en Italia está Renzi, la cara visible de los viejos partidos socialistas, en el Reino Unido está Cameron, que es conservador, y así sucesivamente; en el polo extrasistémico ocurre igual, porque los partidos que lo encarnan pueden ser de derechas, como el Frente Nacional o el UKIP, o de izquierdas, como Podemos o Syriza. El Brexit ha incluido una variable inédita: hasta ahora lo sistémico siempre había terminado por imponerse, bien por vía directa (ganando las elecciones), bien por la indirecta (forzando a Tsipras a volver al redil). El resultado del referéndum rompe con esa dinámica.

La cultura

En la época del bipartidismo, y el caso europeo es flagrante, las políticas económicas que defendían las formaciones que se alternaban en el poder eran muy parecidas, lo cual derivó la batalla dialéctica a cuestiones culturales. En España fueron el terrorismo, el aborto, los derechos de los homosexuales, la inmigración, las políticas de género y asuntos de este calibre los que trazaron la línea entre derecha e izquierda. Esto fue particularmente estudiado en el caso de EEUU, donde esas cuestiones se convirtieron durante años en esenciales.

Estos partidos extrasistémicos se han convertido en el referente de las clases perdedoras, igual que los de izquierda fueron el destino del voto de la clase obrera

Pero llegó la crisis, y con ella el surgimiento de nuevos actores, que se denominaron populistas, y que fueron comiendo terreno a los partidos sistémicos, hasta el punto de acabar a menudo con uno de ellos, el más débil, algo que va camino de ocurrir en España, con Podemos ocupando el lugar del PSOE. Es imposible entender el ascenso de Le Pen en Francia sin analizar las propuestas económicas que ha realizado, esas que la patronal francesa tildaba de ser más socialdemócratas que las del PSF de principios de los ochenta, sin entender su respaldo entre la clase obrera, las pymes, las pequeñas tiendas, los agricultores y ganaderos, y en general todos los que han salido perdiendo con el nuevo modelo económico. Estos partidos extrasistémicos, de orientación ideológica de derechas, se han convertido en el referente típico de las clases perdedoras, del mismo modo que los de izquierda, en el siglo XX, eran el típico destino del voto de la clase obrera. Son partidos que generan simpatías entre distintos sectores sociales a partir de la defensa de un nivel de vida que están perdiendo, y que tienen fáciles dianas en la inmigración y la UE, y un sencillo refugio en las políticas proteccionistas.

Estúpidos radicales extremistas

El problema es que, después del Brexit, las élites siguen manejando el mismo discurso, sin entender el problema de fondo e ignorando la realidad, y prefieren señalar a quienes han votado algo que no les gusta como radicales extremistas, insistiendo en su estupidez y su rencor. La izquierda hizo algo parecido antes, cuando adoptó la variable cultural, y decidió acusar a las clases populares nacionales, y a buena parte de las medias, de racistas, sexistas, homófobas y xenófobas. La izquierda de las últimas décadas optó por abandonar a las clases obreras y por reivindicar los derechos de inmigrantes, feministas, ecologistas y gais, que entendían que eran los verdaderos excluidos. El problema para ellos no fue que identificaran nuevos grupos por los que trabajar políticamente, sino que lo hicieron a costa de ofender a las clases populares nacionales y de despreciar sus problemas. Eso es lo que ha posibilitado que la nueva resistencia europea pase más por la derecha que por ellos, que hayan perdido buena parte de su electorado tradicional y que se hayan convertido en fuerzas irrelevantes en casi todas partes menos en Portugal y España (las políticas actuales de Tsipras distan mucho de ser de izquierdas).

Pues esa jugada políticamente nefasta la están repitiendo las élites. En lugar de entender que hay un problema material, que hay mucha gente que sale perdiendo y que las tensiones en ese contexto siempre se producen, y que por tanto es imprescindible girar esta situación hacia un contexto más estable y manejable. Sin embargo, han optado por seguir haciendo lo mismo de siempre, y por escupir su desprecio a la gente, sumando al menosprecio las amenazas de catástrofe. Eso no funciona a medio plazo. El referéndum es la primera hostia en ese sentido. Vendrán más.

Qué mal estamos entendiendo la política contemporánea. Buena parte de los problemas surgen porque nos estamos manejando con las categorías político sociales de la segunda parte del siglo XX, algo que en el mundo político resulta muy evidente, pero que también aparece en la torpe capacidad de lectura que las élites están realizando sobre las transformaciones que sufrimos. El Brexit es un buen síntoma (empezando porque, como habría dicho Rita Barberá, es toda una hostia), pero no es el único.

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