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Adiós al timo de Neomadrid y su trituradora de españoles, yo me vuelvo a Móstoles
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Héctor G. Barnés

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Adiós al timo de Neomadrid y su trituradora de españoles, yo me vuelvo a Móstoles

La mayoría de ofertas laborales se concentran en las grandes ciudades, lo que satura sus barrios, eleva sus precios y vacía los pueblos. ¿Queda algún lugar con calidad de vida?

Foto: De Madrid al infierno. (iStock)
De Madrid al infierno. (iStock)

"Qué guay vivir en el centro". Sí, la leche de guay, concedo mientras me echo a la boca el último torrezno que nos han servido como tapa en el bar de Móstoles donde he quedado con los amigos del colegio. Por lo que cuesta una caña en el barrio de Madrid donde vivo, puedo salir de aquí comido y bien bebido. Eso sí, con azulejos y máquinas tragaperras en lugar de ladrillo visto y bicis colgadas en las paredes. No hay nada más rancio que utilizar el precio del cañeo para medir tu calidad de vida, lo acepto. Así que me lanzo a preguntar indiscretamente. Las respuestas son aún más sorprendentes de lo que esperaba. Alquileres de pisos más grandes (un 33%) que el mío por un coste mensual un 25% menor. De compra ni hablemos, porque te puedes ahorrar hasta la mitad. Eso, a apenas 23 minutos de tren —lo tengo calculado— entre su casa y la mía.

Iba haciendo las cuentas en mi cabeza cuando me topé con el artículo publicado en este medio el pasado domingo que mostraba lo poco rentable que resulta vivir en Madrid, ya que su prima urbana es una de las más bajas. En otras palabras, a diferencia de lo que ocurre en otros países, vivir en una gran área urbana te hace perder poder adquisitivo. Lo que me hizo recordar que uno de mis amigos envidiaba vivir en la capital porque eso le daría muchas más oportunidades en su trabajo (ilustrador). La tormenta perfecta, la gran paradoja final: mudarte a la capital desde otra parte de España y gastar el doble para conseguir un empleo que te hará vivir peor.

Los lugares donde no hay miedo a un encarecimiento brutal de la vivienda o a la despoblación son aquellos que nadie ha idealizado


He pasado estas navidades entre tres lugares muy distintos de la geografía española. Mi casa madrileña, la de mis padres en el extrarradio y el pueblo de mi pareja. Entre mis compañeros de la capital, el tema de lo caro y difícil que es vivir en Madrid termina surgiendo tarde o temprano. En el pequeño municipio navarro que durante décadas se ha sustentado en la agricultura, el discurso es pesimista, pero en sentido opuesto: a pesar de una industria más o menos pujante de las energías renovables, las posibilidades de encontrar trabajo cualificado son limitadas, así que la mayoría termina mudándose a Pamplona. Qué pena, sí pero una mayor calidad de vida (ocio, accesibilidad) siempre se impondrá a otros aspectos, como el deseo de mantener vivo el pueblo donde naciste.

placeholder Mi infancia son recuerdos de la línea 5 de Cercanías. (CC)
Mi infancia son recuerdos de la línea 5 de Cercanías. (CC)

Los únicos lugares que parecen más o menos ajenos a estas discusiones son, paradójicamente, aquellos donde nadie siente pasión por vivir, donde se puede prosperar en trabajos no cualificados y que, en muchos casos, se organizan como pueblos grandes. Ciudades de tamaño mediano que no han sido idealizadas por urbanitas, como puede ocurrir con el campo, ni tan glamurizadas como las grandes ciudades, pero que resultan eficientes para jóvenes en vías de independizarse económicamente, familias incipientes o trabajadores con la cabeza en la jubilación, cuya calidad de vida pasa por tener un acceso más o menos sencillo a los lugares donde se concentran los trabajos sin que la mayor parte de su sueldo se vaya en ello. ¿Y si estamos abocados a volver a las ciudades dormitorio y los barrios extrarradiales?

¡Es una trampa!

La primera gran pregunta es, por lo tanto, por qué vivimos en Madrid si no sale a cuenta. La respuesta, dejando aparte otros factores personales —es tu barrio y quieres vivir cerca de tus raíces y tu familia—, la daba el propio artículo: porque es donde se concentran los trabajos. Que la prima urbana sea tan baja se debe, básicamente, a que la capital apenas tiene competencia en su oferta de empleo cualificado. La prima, en todo caso, es poder trabajar de lo tuyo. ¿Ven esas largas filas de automóviles que se concentran cada mañana en la A5, la carretera de Extremadura, que conecta la capital con Cuatro Vientos, Alcorcón, Móstoles o Navalcarnero? Quizá sea la forma más visible de la migración diaria de los trabajadores que escapan de los altos precios de la vivienda en la capital porque pueden hacerlo, pero no de su monopolización de salidas laborales.

Quizá sea el miedo lo que paraliza a la gente en la gran ciudad: a alejarse de las oportunidades, de la cultura, de los amigos. El miedo a no estar en el ajo

Es cada vez más difícil defender que haya verdadera calidad de vida en el centro de ciudades como Madrid o Barcelona. Si la hay es, desde luego, cultural, de acceso a oportunidades (laborales o de ocio) y poco más. En lo que yo salgo ganando es en poder ir a un concierto un martes sin tener que pasar una hora a la intemperie esperando el autobús interurbano; ni siquiera vivir en el centro me ahorra tiempo de desplazamiento a mi puesto de trabajo. Esto se parece cada vez más a un lujo que uno puede permitirse una temporada hasta que despierta de la realidad. O quizá sea el miedo el que nos hace aceptar dicha situación. El miedo a alejarnos de los amigos que viven cerca, a desaparecer de la vida cultural, una existencia de gris ciudad dormitorio, el miedo a dejar pasar oportunidades. El miedo a no estar en el ajo, en definitiva.

Así que pregunté a un par de compañeros que realizan un trabajo similar al mío pero en redacciones virtuales, lo que les permite vivir en capitales de provincia. Andrés Mohorte escribe para 'Magnet' y vive en Zaragoza, y no cree que tuviese mejor calidad de vida si lo hiciese en la capital, que visita a menudo para disfrutar de "su amplia y muy superior oferta cultural", porque su ciudad ofrece otras virtudes. "No solo un coste de vivienda o de manutención más bajo, sino mayor accesibilidad y un mayor disfrute de la propia ciudad (de sus calles, libres de masificación turística, de sus espacios, aún propiedad de los vecinos)". ¿Que te paguen más por vivir en Madrid? “La idea desde fuera parece extravagante", asegura. "Madrid es en sí la prima, el único lugar de España donde puedes encontrar trabajo provengas de donde provengas y hayas estudiado lo que hayas estudiado".

Algo parecido le ocurre a su compañera Esther Miguel Trula, que ahora vive en Santander tras haber pasado varios años en la capital. "Hay lujos que aquí me puedo permitir y que en Madrid, pues de aquella manera", me cuenta. No solo por una mera cuestión económica —sabe que su piso le costaría el doble en Madrid, y también que aquí las tentaciones de gasto son mayores—, sino porque, por ejemplo, es preferible salir a correr por la playa del Sardinero que en la cinta de un gimnasio bajo la boina de contaminación. Ambos, eso sí, coinciden en que laboralmente es un hándicap no vivir en la capital. Como recuerda Mohorte, "es un evidente problema para España: no podemos hipotecar el futuro laboral de toda una generación a la suerte de una ciudad". Una en la que la concentración monopolística propicia peores condiciones laborales y sueldos más bajos.

La jungla de asfalto 'cool'

A estas alturas, quizá el lector esté pensando que no hacía falta que llegase el paleto de ciudad de turno para descubrirnos algo que resultaba obvio para generaciones anteriores, que abandonaron sus pueblos y los centros de las grandes ciudades en favor de capitales de provincia y municipios dormitorio por su beneficioso equilibrio entre oportunidades y coste. Tendría razón, pero con un matiz. Cuando eso ocurrió, las ciudades experimentaban cierta degradación de las condiciones de vida al tener que adaptarse rápidamente a olas de migraciones masivas. Ahora, no obstante, las ciudades se han convertido en un perverso objeto de deseo para las nuevas generaciones. Como tantas otras cosas, son un producto que mola y que deseamos consumir.

La capital se parece a una gran estafa piramidal que beneficia a propietarios y tritura a aquellos a los que no les queda otra si quieren probar suerte

A principios de la pasada década, Richard Florida publicó ' Las ciudades creativas. Por qué donde vives puede ser la decisión más importante de tu vida', un libro que sirvió de catalizador para este cambio sobre nuestra percepción de las ciudades. Aquel afirmaba que el éxito de una ciudad radicaba en su capacidad para atraer y retener el talento individual, por lo que estas debían llenarse de artistas y emprendedores que compartiesen ideas en los mismos trabajos, fuesen a los mismos conciertos o bares y se acostasen juntos. 15 años después, el último libro del urbanista (' La nueva crisis urbana') es mucho más pesimista al vaticinar "una nueva era de urbanismo de 'el ganador se lo lleva todo' en la que los talentosos se agrupan y colonizan un puñado de ciudades estrella, dejando al resto atrás".

¿Y si eso es lo que está ocurriendo en ese molón Neomadrid en el que dentro de poco ya solo podrá vivir esa élite creativa —que, como recuerda 'Jacobin', siempre fue un eufemismo para "hijos de los ricos"— y turistas de paso a los que se les abrirá las puertas para seguir siendo, ejem, su "motor económico"? ¿No es un riesgo aún mayor en un país tan centralizado como España, lo que seguirá obligando a millones de personas a probar suerte en la gran ciudad gastando dinero, esfuerzo y entusiasmo a cambio de muy poco? Ya está ocurriendo algo parecido en Londres, donde el éxodo de jóvenes trabajadores que abandonan la capital a otras regiones inglesas se encuentra en un nivel récord ante la conversión de la capital en megalópolis exclusiva.

Foto: La sede central de Al Jazeera en Doha. (Reuters/Fadi Al-Assad) Opinión

Esto, reconocen los ingleses, puede ser un impulso para otras regiones. Sin embargo, también puede convertirse en la enésima criba entre aquellos que tienen los recursos necesarios para sobrevivir en la carísima urbe —y disfrutar de cervezas artesanas y comida callejera asiática en el gastrobar estrella Michelin de la esquina— y los que no. Cada vez más, la capital se parece a una gran estafa piramidal que beneficia a propietarios y tritura a los que no les queda otra si quieren probar suerte. El propio Florida alertaba de que esta dinámica propiciará la aparición de zonas de gran pobreza en los barrios menos desarrollados de las ciudades, zonas de gran conflictividad y marginalidad creciente, como ocurría en los años 80. Quizá ya esté aquí: Barcelona, por ejemplo, se está asomando a un repunte del consumo de heroína en el Raval.

Mientras termino de poner esto por escrito, me topo con una noticia que desvela que el precio de la vivienda subió en Móstoles un 3,52% el año pasado. ¡Uf! Pero no hay que preocuparse: según los mismos datos, el precio ha aumentado un 4,95% en el resto del territorio nacional y un 7,55% en la Comunidad de Madrid. Como ventaja competitiva, no está mal. Perdonen un momento, que voy a sacar la calculadora...

"Qué guay vivir en el centro". Sí, la leche de guay, concedo mientras me echo a la boca el último torrezno que nos han servido como tapa en el bar de Móstoles donde he quedado con los amigos del colegio. Por lo que cuesta una caña en el barrio de Madrid donde vivo, puedo salir de aquí comido y bien bebido. Eso sí, con azulejos y máquinas tragaperras en lugar de ladrillo visto y bicis colgadas en las paredes. No hay nada más rancio que utilizar el precio del cañeo para medir tu calidad de vida, lo acepto. Así que me lanzo a preguntar indiscretamente. Las respuestas son aún más sorprendentes de lo que esperaba. Alquileres de pisos más grandes (un 33%) que el mío por un coste mensual un 25% menor. De compra ni hablemos, porque te puedes ahorrar hasta la mitad. Eso, a apenas 23 minutos de tren —lo tengo calculado— entre su casa y la mía.

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