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El erizo y el zorro

Si el capitalismo te parece competitivo, espera a ver la Grecia clásica

Una extraordinaria muestra de CaixaForum de Madrid plasma con gran belleza cómo el mundo griego clásico estaba obsesionado por la competición en todos los ámbitos de la vida

Friso con una batalla entre griegos y amazonas, hallado en el Mausoleo Halicarnaso, 350 AC, una de las piezas de la exposición "¡Agon!, (CaixaForum / British Museum)

Vivimos en un tiempo en el que se explota de manera insana la belleza y se cosifican los cuerpos, en el que se compite sin tregua por el reconocimiento social y la mera supervivencia, en el que los deportes en manos de los potentados y celebridades se utilizan para manipular a las masas y en el que la cultura es considerada una mera sucesión de premios y reconocimientos a los creadores que apuntalan el sistema político y económico. Es el neoliberalismo, dicen. Tengo noticias: en la Grecia del siglo V antes de Cristo ya era así.

Lo explica maravillosamente la exposición recién inaugurada en el CaixaForum de Madrid '¡Agón! La competición en la Antigua Grecia', que después del verano girará por los CaixaForum de otras ciudades de España. Se trata de una pequeña y extraordinaria muestra de obras cedidas por el British Museum: cerámica, joyas, piezas funerarias, frisos y esculturas que plasman con gran belleza cómo el mundo griego clásico estaba obsesionado por la competición en todos los ámbitos de la vida, desde los juegos infantiles -algunos muy parecidos a los actuales, y en los que claramente había ganadores y perdedores- hasta la muerte -momento en que los parientes del difunto debían demostrar que este había sido un ciudadano modélico-. Y sí, eran fanáticos del deporte.

En esa época, lo que ahora llamamos Grecia era un conjunto de pequeñas ciudades que luchaban entre sí, a veces con inmensa violencia, por los recursos y territorios. Algunas eran brutalmente guerreras -como Esparta, donde los hombres eran entrenados para la guerra desde niños- y otras particularmente refinadas, como Atenas -donde se celebraban competiciones de teatro y de música-, pero en todas existía la sensación de compartir una cultura y unos orígenes míticos que había explicado Homero en la Ilíada, que data seguramente del siglo VIII antes de Cristo. Y además, había competiciones deportivas panhelénicas a las que las ciudades mandaban a sus mejores atletas.

Desnudos y muy competitivos

La diosa de la victoria era Niké (de ella se deriva el nombre de la marca de ropa deportiva). Solía representarse con alas, como símbolo de la fuerza y la velocidad, y era considerada una diosa de enorme importancia, de las más cercanas a Zeus entre todas las deidades griegas (que, por cierto, no paraban nunca de competir entre sí). A ella se encomendaban quienes participaban en toda clase de competiciones que retratan muy bien piezas de la exposición: a los ganadores de las carreras se les entregaban vasijas inmensas con 45 litros de aceite, en las que aparecían corredores de cuerpos esculturales; en otras piezas de cerámica, se veía a lanzadores de jabalina y levantadores de pesas, y se hacían esculturas -hay una extraordinaria en la exposición- de los ganadores ciñéndose una diadema en señal de victoria. Los deportistas eran solo hombres -solo ellos podían asistir a las competiciones- e iban desnudos. La belleza de sus cuerpos era considerada un símbolo de virtud y esfuerzo; los ganadores eran tratados como héroes y recibían dinero y premios de mucho valor simbólico, como la entrada gratuita en el teatro. También entonces, las competiciones deportivas las pagaban los ricos para reforzar su estatus dentro de la sociedad.

También entonces, las competiciones deportivas las pagaban los ricos para reforzar su estatus dentro de la sociedad

Pero además, como decía, había competiciones culturales. Como si se tratara de un premio literario actual, se celebraban concursos de teatro y jurados decidían cuál era la mejor de las obras presentadas: los tres grandes dramaturgos griegos, Eurípides, Sófocles y Esquilo salieron de este sistema competitivo y un poco cruel. Sabemos poco de la música que se interpretaba en los concursos entre instrumentistas, pero sí que su ejecución era muy exigente: varias piezas expuestas muestran cómo los intérpretes de flauta doble se la ataban a la cabeza con correas para evitar tremendos dolores en la mandíbula.

La competición era vista por los griegos como una forma de aumentar la cohesión social y de alcanzar la excelencia, como un rasgo inherentemente humano, un elemento de su naturaleza que no solo no debía ser condenado, sino que debía potenciarse para lograr los mejores resultados posibles en todas las esferas de la actividad humana. Pero no es difícil imaginar que esta competición era menos cívica de lo que las obras conmemorativas pretendían transmitir. También, sin duda era brutal.

¿Una vida sin competición?

Hoy, esta concepción de la vida en sociedad nos resulta familiar, pero es probable que sea más controvertida. Es difícil imaginar una vida sin competición, y no solo en el deporte; al final puede que este sirva para canalizar pacíficamente unos enfrentamientos sociales que de otra manera quizá se expresarían por conductos más peligrosos. Seguramente la cultura no sería lo mismo sin espíritu competitivo: quizá haya escritores o músicos que actúen solo por amor al arte o al dinero, pero diría que en muchos casos la competición entre ellos es enorme (a veces un poco cruel y a veces un poco ridícula). Y por supuesto la economía, ¿qué incentivos tendrían las empresas para mejorar si no compitieran entre sí? Uno de los lugares más competitivos que he visto en mi vida son los partidos políticos de izquierdas: más encarnizadamente cuanto más defienden que la competición es un mecanismo perverso. Y no hablemos de las oficinas y las redacciones.

Pero, al mismo tiempo, aunque la competición sea seguramente un rasgo inherentemente humano como creían los griegos, y aunque sin ella probablemente nuestra economía y nuestra cultura se vendrían abajo, hay algo perturbador en la gente que hace de la competición el motor principal de su actividad. El macho hipercompetitivo es uno de los espectáculos más desagradables que se pueden observar, aunque probablemente no haya emblema más transparente del verdadero funcionamiento de la naturaleza.

Y algo dice de nuestra condición el hecho de que tanto en la Grecia clásica de hace 2.500 años como en el Occidente capitalista actual las mayores encarnaciones del éxito sean los deportistas profesionales, que muchas veces se consideran absurdamente modelos de conducta. Supongo que lo que eso dice de nosotros es que la estupidez es constante en el tiempo.

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