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El gran bocazas se pasa al porno
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Carlos Prieto

Animales de compañía

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El gran bocazas se pasa al porno

Ya está aquí la penúltima provocación del cineasta danés. Cinco horas de porno artístico de regalo navideño. ¿Genialidad o timo?

Foto: Lars Von Trier
Lars Von Trier

Ahora que los límites entre artistas y famosos se han difuminado y el show business está en todas partes, se ha convertido en una obsesión saber en qué momento un creador rompe la barrera que separa el underground del mainstream.

Afortunadamente existe una herramienta cañí que nos permite conocer dicho instante con total precisión: cuando Joaquín Reyes imita al artista y le convierte en una celebritie. Cuando en Muchachada Nui deciden que ya eres una celebritie es por algo: significa que todo el mundo te conoce y que has hecho algo, ay, que merece ser parodiado. En ese sentido, Lars von Trier (Copenhague, 1956) es un modelo de celebritie.

El director danés es, para empezar, uno de los máximos representantes del cine de autor intenso y torturado. Algo merecedor del respeto crítico más absoluto, pero también de la sátira más desmadrada. ¿Existe algún director en el mundo más pretencioso que Lars von Trier? ¿Algún otro cineasta que se jacte una y otra vez (con el beneplácito de la crítica) de estar reinventando la historia del séptimo arte a cada paso?

Hay quien cree que los artistas deben ser ambiciosos. De acuerdo. El problema con Von Trier es que está tan convencido de su genialidad que resulta difícil analizar su figura sin que te dé un poco la risa, y sin que se te salten las lágrimas cuando oyes a  Lars von Trier/Joaquín Reyes afirmando esto: "Yo he dirigido muchísimas películas. Todas sin excepción son un coñazo").

placeholder El 'enfant terrible' del cine europeo



Pero lo que ha acabado de convertir a Von Trier en el director alternativo al que conocen hasta las abuelitas de Ciudad Real es su tendencia al escándalo. El escándalo como herramienta efectiva (y a veces hasta única) para dar a conocer artefactos culturales conflictivos (o no) en los medios de comunicación.

Cada vez que Lars von Trier abre la boca, sube el pan. Cada vez que la lía parda, su carrera entra en modo montaña rusa: se despeña a toda velocidad hasta que, alehop, vuelve a subir a la estratosfera. En efecto, aquellos que pensaban que Von Trier había cavado su propia tumba cuando perpetró su hitlerada en Cannes 2011, no conocen los mecanismos del marketing cultural contemporáneo. El gusto por el escándalo es ya tan agudo que hemos pasado del "que hablen de ti (aunque sea mal)" al "que hablen de ti (y mejor que sea mal)".  

Adolf, amigo, estamos contigo

Recordemos la gloriosa declaración en rueda de prensa que le costó su expulsión de Cannes: "Comprendo a Hitler...creo que hizo algunas cosas malas, si, pero simpatizo un poco con él. Puedo verlo sentado en su bunker al final. No fue lo que llamaríamos un buen tipo, pero lo entiendo bastante y simpatizo un poco con él. Pero, no estoy a favor de la Segunda Guerra Mundial, y no estoy en contra de los judíos. No, ni siquiera estoy en contra de Sussane Bier [directora danesa y colaboradora de Von Trier]. Los aprecio mucho. Bueno, no demasiado, porque Israel es un grano en el culo. Ay...¿cómo escapo de esta frase? Vale, soy nazi".

Al director le gusta más jugar a épater le bourgeois que a un tonto un caramelo

Leído a posteriori es evidente que se trató de una gamberrada que se le fue de las manos. El problema no es que Von Trier sea nazi (no lo es) sino su tendencia a la provocación infantil. Le gusta más jugar a épater le bourgeois que a un tonto un caramelo. Y no importa cuántas veces lo haga: todos entramos al trapo.   

Que Von Trier diga tonterías aposta o no es indiferente. Lo importante no es tanto la intención como el efecto bola de nieve que provoca. No obstante, a falta de saber si es un descerebrado (puede que no), un astuto geniecillo del marketing (probablemente) o un rey del autobombo (casi seguro), lo que está meridianamente claro es que ha sido un bocazas toda su vida, algo que cuando arrancó su carrera de cineasta (y enfant terrible) no era tan importante, pero que ahora le ha convertido en el rey del rock and roll (es decir, del marketing cinematográfico).

Párrafo aparte merece su estatus de geniecillo del séptimo arte. Sabemos que algunos de los egos más gigantescos del mundo artístico se concentran entre los directores de cine. Aún así, lo de Von Trier resulta asombroso. Sólo hay dos monumentos humanos visibles desde el espacio: la Gran Muralla china y el ego de Lars von Trier.  

Por si todo lo hecho a día de hoy no fuera suficiente, Von Trier ha decidido estrenar ahora una película porno/arty el día de Navidad. Se llama Nymphomaniac, se estrena el próximo miércoles y, como no podía ser menos, dura 330 minutos (en bruto). Cuatro horas de metraje divididas en dos partes (la segunda oleada llegará a los cines españoles el 24 de enero). En efecto, éramos pocos y parió la abuela.

Porno y Lars von Trier. ¿Quién da más? Máxima locura en redes sociales, periódicos y televisiones. Hasta el punto de que el festival de Cannes ha reculado y afirma ahora que su expulsión no era definitiva. Que las puertas del festival siguen abiertas para él. En Cannes no son tan tontos como para prescindir del circo Von Trier así como así. ¿Sieg Heil? Pelillos a la mar.

Una relación amor/odio

Otra manera de ver el caso Von Trier es no tomárselo muy a pecho. Ahora que la exhibición y la distribución del cine de autor en las salas españolas no vive precisamente su mejor momento, igual habría que vitorear al cineasta europeo que logra que sus películas generen más artículos de prensa que el cine estadounidense en tres meses. Visto así: Von Trier, por favor, haznos reír otra vez.

Todo esto, en principio, no tendría que estar relacionado con la calidad de las películas de Von Trier. Pero lo está. Von Trier es un provocador delante del micro y detrás de la cámara. Su histrionismo, de hecho, ha contagiado la valoración de su obra. Donde unos ven los retratos femeninos más profundos del cine contemporáneo, otros ven a un manipulador que convierte los roles femeninos en víctimas sólo aptas para el sufrimiento y la sumisión.

Este cronista, por ejemplo, se ve incapaz de juzgar su cine en otros términos que no sean viscerales y polarizados. Rompiendo las olas: zurullo fino. Los idiotas: obra maestra. Bailando en la oscuridad: bodrio atroz. Y así todo...  Lo dicho: de risa. O en proféticas palabras paródicas de Joaquín Reyes: "Lars von Trier. ¿Qué será lo próximo?".

Ahora que los límites entre artistas y famosos se han difuminado y el show business está en todas partes, se ha convertido en una obsesión saber en qué momento un creador rompe la barrera que separa el underground del mainstream.

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