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Javier Gomá, la corrupción os hará libres
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Javier Gomá, la corrupción os hará libres

Los maestros dicen que el impulso de la prosa está en el ritmo de la puntuación. Algunos lo llaman música. Otros, revolución. Todos dicen que ahí

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Dicen que el impulso de la prosa está en el ritmo de la puntuación. Algunos lo llaman música. Otros, revolución. Todos acuerdan que eso es lo importante, que sin eso no importa nada. Porque el lenguaje sin más es cáscara seca. Nada. Ceniza. Por el ritmo respira el libro y el lector. Enormes subordinadas para tiempos lentos, cuando toca pensar. Frases cortas para la acción inmediata, toca actuar.

La prosa de la historia también se estira y se encoge según los acontecimientos. La calle escribe la novela lenta y contemplativa hasta que el bienestar sufre un golpe de estado y el malestar rocía de pólvora las líneas previstas. El malestar acorta las frases y lo precipita todo. Cada vez late más rápido y la puntuación se acelera. El lector no se despista. Con el corazón en la boca y la mugre, el hedor y el fango entre las manos.

Atrapado y retenido mientras lee que no hay riqueza inocente, ni fortuna legítima, que el dinero sirve para comprar la inocencia a los descendientes, que blanquear la conciencia es anular el pasado. La prosa de nuestros días va descabalgada. Acortando frases. Achicándolas. Como si la pólvora se mojara entre comas. No es tiempo de puntos y aparte. Cada día aparece un nuevo motivo que le recuerda al lector que no puede rebajar la atención.

Nunca relajarse. El escándalo es positivo, la corrupción no. “Escandalizarse es una señal de que la ejemplaridad está muy viva, que la conciencia de la gente está viva. No estoy seguro de que haya más corrupción que hace diez años, pero lo que hay es más intolerancia”. Al habla Javier Gomá. Hace cinco años rescató del olvido la palabra “ejemplaridad”, cuando sus editores no daban un duro por ella, aunque tragaron con las exigencias del autor de Bilbao, que, en el año dos de la crisis,intuía una oportunidad para que la filosofía acelerase sus ritmos. Hasta convertirse en materia de sus contemporáneos yhacer de la calle su residecia habitual y de laAcademia una segunda residencia.

Gomá publicaba entonces Ejemplaridad pública, tercer volumen de lo que iba a ser su tetralogía -que ahora reúne en una caja-bomba-filosófica la editorial Taurus-, en el que aparecía un capítulo dedicado a la ejemplaridad de los políticos y de la Casa Real, que terminó por empujar tanto que se emancipó del libro, para desencadenar ideas y conciencia sobre lo que no se podía consentir aunque cumpliese con la ley.

“No estoy seguro de que haya más corrupción que hace diez años, pero lo que hay es más intolerancia a la corrupción”. Los ritmos se acortan, nadie está dispuesto a distraerse en milongas. “Y más indignación, y más resentimiento”. Y más de todo. Porque esto es una pelota de inmundicia cuesta abajo que se va a llevar todo por delante, porque ha crecido demasiado a plena luz sin que la viésemos engordar y porque como reza el título de la obra de teatro del dramaturgo Rodrigo García: “Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta”.

La queja es imparable

Volvemos a Gomá, más sutil en sus argumentos: “No hay menos ejemplaridad que antes, hay más. Si por ejemplaridad entiendes un ideal moral de un imperativo presente en la conciencia nacional. Son buenos tiempos para la ejemplaridad y malos para la corrupción”. Estamos en su despacho desde donde dirige la Fundación Juan March, hablando de cuatro libros que responden a una misma visión y misión, descubrir la ejemplaridad. La de ellos y la nuestra. Sus miserias y las nuestras. Su conciencia y la nuestra. Sus palabras y las nuestras. Sus necesidades y las nuestras. “El libro ha satisfecho una necesidad social”, dice. “Cumplir la ley es condición necesaria, pero no suficiente. La crisis financiera ha acentuado la queja de determinados comportamientos ajustados a la ley que merecen el reproche social”.

Antes de la crisis la vida del lector podía pasar sin un artículo de Gomá. Ahora, el autor que siempre habla de ejemplaridad sin poner ejemploses imprescindible para la regeneración de una sociedad que “aspira a lo mejor por una inclinación personal, no solamente por miedo a la sanción”. En una comunidad desesperada y sin protectores, el autor pone palabras a la crisis de la confianza sobre la política: queremos una legitimidad de ejercicio, que va más allá de la legitimidad de origen (unas elecciones).

El anhelo de una sociedad más justa se había perdido hasta que llegó la corrupción a espuertas. A ella, España le debe su ruina y su renacer, como a la filosofía y la literatura -hermanas para Gomá- la comparsa determinante para neutralizar un momento mezquino. Él dice que no pretendía que esta idea de lo ejemplar se filtrara tan rápido a la sociedad, porque su labor es una tarea lenta que tarda en mezclarse con el lenguaje y las ideas. Debíamos estar abandonados a la intemperie de los argumentos, hasta que se aceleró el ritmo de la prosa. En breve, el desenlace.

“Si no puedo dormir una noche, joder, al menos que sea por un cuadro de Goya”. Palabra de Rodrigo García.

Dicen que el impulso de la prosa está en el ritmo de la puntuación. Algunos lo llaman música. Otros, revolución. Todos acuerdan que eso es lo importante, que sin eso no importa nada. Porque el lenguaje sin más es cáscara seca. Nada. Ceniza. Por el ritmo respira el libro y el lector. Enormes subordinadas para tiempos lentos, cuando toca pensar. Frases cortas para la acción inmediata, toca actuar.

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