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Mario Vargas Llosa, ¡menudo espectáculo!
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Mario Vargas Llosa, ¡menudo espectáculo!

El cartón. En el teatro, todo lo que no sea piel y verdad es del material con el que se empaquetan las galletas María. Es inconfundible

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El cartón. En el teatro, todo lo que no sea piel y verdad es del material con el que se empaquetan las galletas María. Es inconfundible y no se puede disimular, el cartón se huele desde el gallinero. ¿Recuerdan a ese extra que, entre la soldadesca romana, exhibe su lanza y a su muñeca se asoma un peluco cromado? Eso es cartón. Volvamos al teatro: la peste bubónica arrasa Florencia en 1348, un grupo de personas se ha refugiado en una villa para evitar el contagio, de repente, el mayor de todos ellos, el duque Ugolino, cae al suelo, y tumbado bocabajo, deja ver sus mocasines de piel marrón, de señor bien que vive en el centro y compra en Serrano. Al menos, no lleva calcetines. Y ahí está, en medio de la escena, del centro de nuestra atención, el cartón.

Eso es Mario Vargas Llosa en escena, cartón. Sí el autor de Conversación en la catedral usa unos estupendos mocasines, es un gran escritor y alguien debería haberle avisado de las fatales consecuencias de dejar que su ego derrote a su ridículo. Casi cincuenta años después de aquella obra maestra, el escritor ha bajado de las musas al escenario para ponerle carne a sus palabras y fantasías, en el Teatro Español. El resultado es un caprichoso engendro titulado Los cuentos de la peste, y lo ha dirigido Joan Ollé. Cuesta creer que algo así pueda estar ocurriendo en 2015, pero teniendo en cuenta que el encargo parte de Natalio Grueso, imputado por un supuesto delito societario cuando dirigía el Centro Niemeyer de Avilés, y ex responsable de las Artes Escénicas del Ayuntamiento de Ana Botella, el despropósito está asegurado. Por supuesto, a cuenta pública.

El ego produce monstruos y éste se ha comido sus palabras y sus principios. Por si no lo sabían, tal y como reza en el dossier de prensa del teatro, “Los cuentos de la peste es una magistral pieza inédita de Mario Vargas Llosa”. Es la combinación por la que babea la publicidad: magistral-inédita. Lo de magistral ya veremos que es tan cierto como el zumo “natural” con un 10% de naranja exprimida.

Importa llamar la atención sobre el pelotazo comercial que se ha montado en torno al exsuperventas: seis días antes de la obra de teatro -a la que es complicado encontrarle un sentido más allá del “espectacular” o “especular”- llegó a las tiendas el libro. O sea, que uno de los dos productos Vargas Llosa no es inédito. El doble lanzamiento ha sido orquestado entre Alfaguara (Penguin Random House) y el teatro público. De hecho, en el teatro público también se presentó el producto de la empresa editorial. Algo inédito.

Ausencia de crítica

Efectivamente, don Mario Vargas Llosa, implacable analista de nuestros días, tenía razón: “El vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que, insensiblemente, lo haya llenado la publicidad, convirtiéndose ésta en nuestros días no sólo en parte constitutiva de la vida cultural sino en su vector determinante. La publicidad ejerce un magisterio decisivo en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres”. Devorado por sus propias quejas de un mundo "firvolizado", "sin valores estéticos", dominado por "el carnaval de los embusteros".

Cuando hace tres años apareció La civilización del espectáculo (Alfaguara), el entonces recién Nobel dejó para la posteridad su monumental cabreo contra todos aquellos que escriben en un periódico “cabreo monumental” y contra los estragos que ha causado la democratización de la cultura. Ya saben, “el remedio ha sido peor que la enfermedad”. Porque vivimos “en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, lo es y ya nada lo es”. A la salida de la espantajería del Español –del que esperamos recupere su dignidad con la etapa de Pérez de la Fuente - no cabe más que darle la razón al hombre que rabia porque dice que sólo ve “cocineros” y “diseñadores” en la sección de Cultura del diario que lee.

En el fatídico ensayo también asegura que la cultura actual “propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción”. Es difícil encontrar mejores razones a la pregunta que no abandona al espectador a lo largo de dos horas de espectáculo: ¿por qué lo has hecho? Con la complicidad de los gestores de lo público, Vargas Llosa ha actuado con una irresponsabilidad tan grande como asaltar el teatro por puro arrebato hedonista. Mario Vargas Llosa no salta al escenario, lo asalta.

El mercado tiene la palabra

Un escritor en escena interpretándose no es más que eso, un escritor interpretándose. Interpreta a un hombre de armas, no de libros y a pesar de eso... tan plano y sin emociones, su cuerpo es un palotieso -hasta Cortocircuito tenía más gracia-, su voz se ha acostumbrado a trabajar en silencio. Entonces, ¿por qué? De nuevo, la respuesta la encontramos en La civilización del espectáculo: “El único valor es el comercial. La desaparición de la vieja cultura implicó la desaparición del viejo concepto de valor. El único valor existente es ahora el que fija el mercado”.

Los actores de verdad lo intentan: Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, sencillamente magistrales, soportando y corrigiendo el espanto, aliviando el dolor de la integridad del público. Aitana Sánchez-Gijón, su musa, trata de compensar la falta de vida de su pareja que actúa tanto.

Vargas Llosa lo ha sido todo, pero le faltaba convertirse en cebo comercial en un cartel de teatro. Ya lo tiene y también un conflicto interior irresoluble: “Para esta nueva cultura son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial”, escribió hace cuatro años. ¿Qué será lo siguiente, maestro?

El cartón. En el teatro, todo lo que no sea piel y verdad es del material con el que se empaquetan las galletas María. Es inconfundible y no se puede disimular, el cartón se huele desde el gallinero. ¿Recuerdan a ese extra que, entre la soldadesca romana, exhibe su lanza y a su muñeca se asoma un peluco cromado? Eso es cartón. Volvamos al teatro: la peste bubónica arrasa Florencia en 1348, un grupo de personas se ha refugiado en una villa para evitar el contagio, de repente, el mayor de todos ellos, el duque Ugolino, cae al suelo, y tumbado bocabajo, deja ver sus mocasines de piel marrón, de señor bien que vive en el centro y compra en Serrano. Al menos, no lleva calcetines. Y ahí está, en medio de la escena, del centro de nuestra atención, el cartón.

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