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Peio H. Riaño

Animales de compañía

Por
Peio H. Riaño

Contra el periodismo cultural

En el marco del congreso sobre el sector es momento de preguntarse qué es una noticia, para qué sirve el periodismo cultural y cómo ha evolucionado en los últimos treinta años

Foto: Redacción de 'El confidencial'. (P. López Learte)
Redacción de 'El confidencial'. (P. López Learte)

Septiembre de 1986, Javier Solana, ministro de Cultura, ante la Comisión Parlamentaria de Educación y Cultura dijo: “Señorías, no tienen más que salir de casa para comprender que la cultura ya es una práctica envolvente, totalizadora, en la que se invierte mucho tiempo y mucho dinero, que tiene una trascendencia estratégica e ideológica de primer orden y que abre posibilidades de empleo. De tal modo esto es así que nos atrevemos a hablar del Estado cultural como aspiración, y, en parte, como una realidad iniciada. Disponemos hoy ya de tales recursos que me atrevo a decir que es posible sustituir el hombre económico por el hombre cultural y es posible que la aspiración al Estado de bienestar sea superada por la del Estado cultural”.

Eran los cimientos de un “estado cultural” que harían de éste un país “normal”. La dictadura había acabado y España se había modernizado, la cultura ayudaba al cambio. Era el disfraz de la culminación de la política conmemorativa y representaba los valores democráticos del nuevo Estado, como explica la doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Florencia Giulia Quaggio. Había que celebrar, no cuestionar. Había que sorprender al mundo con un producto optimista y rupturista. Los medios de comunicación, en especial los periódicos, fueron su escaparate dentro y fuera.

El periodismo cultural de un diario ha abusado tanto de su apellido todo este tiempo que se ha alejado de lo sustantivo -el periodismo- y ha hecho de su existencia algo innecesario

Después de tres décadas es hora de descubrir el traje del emperador. Casi treinta años de trabajo al servicio del lavado de imagen del país, la industria cultural, las políticas culturales y la creación cultural parecen apuntar hacia el soberanismo, la autonomía y la independencia de los intereses ajenos a la cultura. Después de todos estos años de práctica cultural al servicio de la promoción de la política española y de periodismo cultural al servicio de la promoción de la cultura al servicio de la política, las nuevas empresas de comunicación nacen sin secciones de Cultura.

El periodismo cultural de un diario ha abusado tanto de su apellido todo este tiempo que se ha alejado de lo sustantivo -el periodismo- y ha hecho de su existencia algo innecesario. Algo de lo que se puede prescindir. Un complemento. Eso es, el periodismo cultural es complementario, no sustancial, porque ha establecido unas normas propias en la definición de la esencia de su oficio que han terminado desvirtuándolo por completo. Si es que alguna vez tuvo virtud. ¿Quién podría definir ahora qué es una noticia “cultural”? ¿Qué es una noticia en la sección de Cultura?

La pregunta no se ha resuelto, porque es de solución caducifolia. En este momento, las secciones de cultura de un periódico viven entregadas (no atrapadas) al mundo del marketing, convirtiendo la promoción en información. Para quienes han vivido la muerte de un periódico, la memoria devuelve ecos de una actividad con éxitos y fallos, pero, sobre todo, crea un fuerte vínculo con las responsabilidades sociales de un oficio que es un servicio público con un único objetivo, tenga el apellido que tenga: dar a conocer lo que no quieren que conozcamos. Iluminar todo lo que no es transparente y lograr que la transparencia no nos confunda. No importa el envoltorio, importa la noticia. Importa que los periodistas que cubrimos la industria cultural, las políticas culturales y la creación cultural nos hagamos la pregunta cada día: ¿qué es una noticia?

De esta manera es como llego a entender para qué sirve un periodista, para qué voy cada día a un periódico a cumplir con mi jornada laboral a ganarme un salario. Así es como uno entiende que las nuevas tecnologías no son un problema, que la pérdida del papel no es el apocalipsis, que el verdadero enemigo es la pérdida del criterio y, finalmente, la confusión del lector. Es el momento de demostrar la independencia de este periodismo que debe dejar de ser cultural para volver a ser nada más que eso, periodismo. Es la hora de regenerar la autonomía del periodista, sin más contratos con la empresa privada que el de su periódico.

Urge responder por qué es necesaria la sección de cultura de un periódico, por qué no es un espacio para desengrasar la lectura, por qué no es un laxante

Han pasado muchos años y urge responder por qué es necesaria la sección de cultura de un periódico, por qué no es un espacio para desengrasar la lectura, por qué no es un laxante, por qué no es un lugar para entretener y despistar a los problemas, por qué no convertimos al lector en un consumidor, por qué no somos una actividad extraescolar, por qué no lo retenemos con fuegos de artificio, por qué formamos parte de la esencia del periódico, la noticia. ¿Y qué es eso? Puntos suspensivos.

Están calientes las explicaciones de Lorenzo Silva hoy en El Cultural: “El periodismo se jodió en el momento en que perdió la independencia que le permitía ser molesto, sumergirse en las historias para emerger con algo de verdad significativa entre los dientes”. No puedo estar más de acuerdo con él. Y lo jodimos nosotros cuando dejamos de morder. Necesitamos morder más y relamer menos. La palabra es la herramienta y a ella debemos nuestro respeto, pero no es el fin. La palabra ni lo justifica ni lo determina. Imaginemos a un periodista cargado de adjetivos en la presentación hace cuatro años de esa magna obra de la indecencia llamada Diccionario Biográfico Español, publicado por la Real Academia de la Historia. El periodista sale de aquella reunión beatona con cuatro o cinco datos interesados, cuatro o cinco ripios agradecidos y se olvida de lo interesante, el contenido. A doble página las palabras elogiosas de los reyes, la ministra, el director de la Academia y ni una mención al autoritarismo ni al totalitarismo franquista.

Ni el periodista es un escaparatista, ni la noticia un producto. Trabajamos contra la mentira y el marketing, no somos sus compinches, porque tenemos una obligación: preguntar. Algunos, incluso, tienen el don de hacer la pregunta correcta en el momento adecuado. Un periodista debe hacerse entender -oral o por escrito- pero, sobre todo, debe saber preguntar. Atreverse a dudar de lo que le cuentan para encontrar la pregunta adecuada que desmonte el disfraz y conquiste la soberanía de la verdad. Si reclamamos soberanía para la cultura, para la Historia, para el ciudadano, debemos apostarlo todo a la soberanía de nuestro oficio, con un pensamiento crítico y una mirada crítica que construyan un presente sin los trampantojos del poder. Nosotros no enunciamos, nosotros denunciamos.

Trabajamos contra la mentira y el marketing. Tenemos una obligación: preguntar. Algunos, incluso, tienen el don de hacer la pregunta correcta en el momento adecuado

En las últimas semanas hemos vivido un conato de amenaza del patrimonio histórico con la celebración de un campeonato de pádel sobre el anfiteatro romano de Mérida. La sección de Cultura de El Confidencial publicó una noticia que cuestionaba el proyecto, sin saber que el patrocinador oficial del evento deportivo era, precisamente, El Confidencial. Un día después de la primera información, volvió a publicar otra en la que desvelaba que el proyecto no contaba con el visto bueno de los arqueólogos. La independencia del periodista depende de la independencia del medio.

El periodismo cultural ha amenizado la comparsa de los intereses en las últimas décadas y nos hemos convertido en encubridores de las heridas causadas en el bienestar del Estado. Somos responsables por no haber denunciado una conducta lesiva contra el interés común, somos responsables de todos los casos de malversación de lo público que hemos tapado con kilos y kilos de palabras bonitas al acercarnos a una exposición que disimula desfalcos de millones y millones. No es plato de buen gusto ser el aguafiestas de las inauguraciones o convertirse en el tocapelotas gruñón que desconfía de cada gesto público. Pero el periodista no pone condiciones, ni tiene condicionales, ni hace rehenes. Sólo rinde cuentas con sus lectores.

La cultura necesita periodistas con cultura, pero sin apellidos que lo suavicen. No somos dulces, no somos cariñosos, no somos un anuncio que huele bien. Hemos venido a contar noticias, moleste a quien moleste.

Septiembre de 1986, Javier Solana, ministro de Cultura, ante la Comisión Parlamentaria de Educación y Cultura dijo: “Señorías, no tienen más que salir de casa para comprender que la cultura ya es una práctica envolvente, totalizadora, en la que se invierte mucho tiempo y mucho dinero, que tiene una trascendencia estratégica e ideológica de primer orden y que abre posibilidades de empleo. De tal modo esto es así que nos atrevemos a hablar del Estado cultural como aspiración, y, en parte, como una realidad iniciada. Disponemos hoy ya de tales recursos que me atrevo a decir que es posible sustituir el hombre económico por el hombre cultural y es posible que la aspiración al Estado de bienestar sea superada por la del Estado cultural”.

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