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Pánico en el geriátrico: el harakiri de la generación de la Transición
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Carlos Prieto

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Pánico en el geriátrico: el harakiri de la generación de la Transición

Un artículo de opinión de 'El País' contra los 'millennials' genera un aluvión de críticas. O el malestar juvenil contra la antigua intelectualidad progre hegemónica

Foto: Navalón (con sudadera gris) y Cebrián haciendo negocios otras latitudes (Montaje: Carmen Castellón)
Navalón (con sudadera gris) y Cebrián haciendo negocios otras latitudes (Montaje: Carmen Castellón)

La columna de opinión que indignó a todo un país... La reacción más extendida a ‘Millennials: dueños de la nada’, tribuna de Antonio Navalón publicada este lunes en 'El País', ha sido de cabreo, y es lógico, dado que su autor se dedica a humillar a la práctica totalidad de los españoles nacidos después de 1980.

Foto: "¡Soy viejo y no me gusta el mundo!". Opinión

El artículo de Navalón, las cosas como son, es una obra maestra del humorismo involuntario. Lo tiene todo...

1) Batallitas sobre lo guay que fue el 68: “Cada generación que ha despuntado a lo largo de la historia ha tenido un objetivo político y social... Desde los estudiantes del mayo francés -cuando los adoquines se convirtieron en un arma cargada de futuro contra los cristales de las boutiques parisinas bajo el lema: ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’". Traducción: los fontaneros de Cebrián (que a eso se dedica el señor Navalón) sí que somos de izquierdas, no como estos niñatos ‘millennials’

La respuesta correcta a la columna no sería “Navalón, vete a la mierda”, sino “muchas gracias, Navalón"

2) Y un cúmulo de generalizaciones tan gruesas que escandalizarían a un mono borracho: “No existe constancia de que los ‘millennials’ hayan nacido y crecido con los valores del civismo y la responsabilidad... Son una generación que tiene todos los derechos, pero ninguna obligación… Si gran parte de esta generación no tiene responsabilidades, ni obligaciones... tal vez eso explique la llegada de mandatarios como Trump … ¿Vale la pena construir un discurso para aquellos que no tienen en su ADN la función de escuchar? ¿Vale la pena dar un paso más en la antropología y encontrar el eslabón perdido entre el ‘millennial' y el ser humano?”, escribe este lince de la sociología.

Pegarse un tiro en el pie

No obstante, haríamos mal en rasgarnos las vestiduras ante un artículo que es en realidad una bendición. La respuesta política correcta a la columna no sería “Navalón, vete a la mierda”, sino “muchas gracias, Navalón"... por acelerar el harakiri de la generación de la Transición. Porque la peor columna del año es también la mejor columna del año: refleja con gran precisión (aunque sea sin querer) un estado de cosas (el hundimiento de lo progre y de ‘El País’ como creador de opinión pública) y un malestar juvenil de dimensiones épicas. Cuando un artículo genera tal cantidad de réplicas y críticas en tan poco tiempo, es que ha tocado fibra sensible y dado en la diana (por error, sí, pero en el mismísimo centro de la diana).

Estamos hablando de un cambio cultural de peso: ‘El País’ ha pasado de crear opinión pública a perder capacidad de influencia, y de ahí a ser veneno para la taquilla: cuando el periódico dice ahora “no hay que votar a este señor” (Pedro Sánchez), la gente reacciona haciendo exactamente lo contrario, y por gente nos referimos a sus más fieles lectores de toda la vida: los militantes socialistas. El personal huye despavorido de todo lo que huela a establishment, y es difícil encontrar una institución más establishment que ‘El País’, al haber marcado la agenda cultural, el imaginario colectivo y los límites del Estado a varias generaciones de españoles.

Foto: El escritor Javier Marías (montaje: Carmen Castellón) Opinión

El artículo de Navalón sería el último clavo en el ataúd de lo progre y la muerte definitiva de la clase media en España como aglutinador cultural. La fase geriátrica y gagá de una progresía en fuera de juego. Un proceso que activó la crisis económica, aceleró el 15M hasta hacerlo irreversible y ha entrado ahora en fase manierista, con columnas en las que la crema de la intelectualidad de Prisa (Javier Marías, Félix de Azúa y compañía) carga contra los jóvenes y contra cualquier cosa que se mueva en un mundo que ya no es el que una vez conocieron (donde reinaban y vivían muy agustito) y que ya no entienden. Y claro, son carne de parodia...

La gran fiesta felipista

Lo “progre” fue el proyecto cultural y político del PSOE del 82; ‘El País’, su altavoz más entusiasta y eficaz; y la clase media, su destinatario. Un plan reformista y modernizador que podía resumirse así: progresistas en lo social, liberales en lo económico. “El término ‘progre’ recoge los viejos elementos de superioridad moral de la izquierda, cierta liberalidad en las costumbres y un respeto más bien superficial a los derechos civiles, todo ello sin tocar evidentemente ninguna materia fundamental del modelo de propiedad y de circulación de la renta”, resume el historiador Emmanuel Rodríguez en su ensayo ‘La política en el ocaso de la clase media’, publicado hace unos meses, que explica muy bien la profundidad de la crisis cultural del país.

“El PSOE era el representante por antonomasia de la ‘ideología de la Transición’, que consistía en una mezcla de elementos distintos, entre los que destacaban el componente ‘modernizador’, que ya trató de destilar el último franquismo y que correspondía naturalmente con las aspiraciones de la ‘sociedad de clases medias’; y una sustancia viscosa que podríamos llamar ‘lo progre’, a modo de izquierdismo rebajado, purgado de toda estridencia anticapitalista, pero cargado con la clásica superioridad moral de las izquierdas, especialmente en materia cultural. El país cultivado y amasado por esta ideología ‘transicional’, podía pasar efectivamente por una sociedad liberal y ‘avanzada’ en materia de derechos civiles, incluso más que las de su entorno -nada que presuponga una correspondencia directa con la ‘caspa cultural franquista’-, y ser al mismo tiempo una de las sociedades con mayores desigualdades y menor gasto público social de la UE”, añade Rodríguez en su libro.

Lo ‘progre’ recoge los viejos elementos de superioridad moral de la izquierda y cierta liberalidad en las costumbres... sin tocar el modelo de propiedad y de circulación de la renta

La fórmula progre fue un éxito político doméstico, al propiciar cierta hegemonía cultural de la izquierda sobre la derecha. Al felipismo casi le bastaba con acusar al PP de “carcas culturales” para mantenerse en el poder. Pero lo progre saltó por los aires el día que el 15M gritó “PSOE y PP la misma mierda es” y la crisis económica puso en primer plano la precariedad económica por encima de las cuestiones culturales. El PSOE se quedó sin la fórmula mágica (apelar a lo progre/lo cultural) que sostenía su antagonismo con el PP, sin su baza más efectiva para escenificar la batalla bipartidista, ya que en el terreno económico (liberalismo para todos) le costaba un mundo distanciarse del PP, como vino a confirmar ZP al blindar constitucionalmente la austeridad vía artículo 135.

Que la protesta más influyente habida en España en los últimos cuarenta años -el 15M- metiera en el mismo saco a PSOE y PP es algo que el bloque progresista no acabó de digerir bien en su momento... y probablemente no consiga nunca. Desde entonces, reina el desconcierto progre. Y antes de que se enteren de qué va la vaina, probablemente estarán muertos... Literalmente...

Game Over

Al margen de las diversas coyunturas de la crisis, lo progre muere también a causa del inexorable paso del tiempo. El atrincheramiento de la generación de la Transición ha durado tanto que tiene ya más que ver con escenarios míticos de fortificación como Numancia y El Álamo que con los documentales de Victoria Prego. Lo progre se "convirtió en el cemento del régimen" y sus miembros más destacados, "que en su mayoría alcanzaron privilegios, cargos y capital en los comienzos de su vida adulta, y que en raras ocasiones tuvieron que pasar por las largas y complejas mediaciones que implican los mecanismos reglados de recuento de élites", no estaban dispuestos a ceder el poder así como así. "El síntoma más superficial de esta rigidez se volvió patente con la rápida saturación de las posiciones de mando y prestigio, convertidas en monopolio de una única generación política”, escribe Rodríguez.

Lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer... y los que hicieron la Transición siguen agarrados como garrapatas a sus privilegios

Pero el legendario tapón generacional español ha saltado por fin por los aires… de manera lenta y estrepitosa, eso sí: lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer (y lo hace con fórceps: las jóvenes generaciones precarias han dicho adiós a los sueños de clase media de sus padres) y entre medias los que hicieron la Transición siguen agarrados como garrapatas a sus privilegios, perpetrando las tribunas de prensa más disparatadas que uno pueda imaginar, y con un descoloque político de los que hacen época (el penúltimo bromazo de los editorialistas de 'El País' ha sido asegurar que el "populista" Corbyn iba a hundir para siempre al laborismo británico. EJEM).

La degeneración biológica de la generación que hizo la Transición ha coincidido, y no por casualidad, con la erosión del régimen político, “al tiempo que se se producía una progresiva ampliación de la distancia entre estas mismas élites institucionales y las dinámicas vivas de la sociedad española", según Rodríguez. Y claro: la distancia entre perder el contacto con la realidad y empezar a escribir desvaríos en la prensa… es muy corta.

El envejecimiento, la corrupción moral (amén de material), el narcisismo y la autocomplacencia se convirtieron en las marcas distintivas de las élites de Estado

La generación de la Transición resultó incapaz de garantizar su reemplazo, despreciando reiteradamente a las generaciones que venían por detrás. Los lamentos sobre el ‘desencanto’, el ‘pasotismo’, la ‘despolitización’ y la ‘incultura’ de los jóvenes se convirtieron en una letanía recurrente desde finales de los años setenta, las más de las veces acompañados por elogios igualmente infundados al legado de 'educación, prosperidad y bienestar' que la generación de la Transición había dejado a sus sucesores. La autocomplacencia de los ‘viejos’ y la escasez de 'puestos' hicieron que la circulación de élites se produjera a cuenta gotas, primando casi siempre el servilismo y la reproducción mimética de estilos, garantía también inevitable de la creciente mediocridad de la clase gobernante, cuando esta trataba, a trancas y barrancas, de organizar su sustitución”, añade Rodríguez en su ensayo.

“El envejecimiento, la corrupción moral (amén de material), el narcisismo y la autocomplacencia se convirtieron en las marcas distintivas de las élites de Estado”, zanja Rodríguez en su libro sobre una crisis que aún está lejos de cerrarse. Porque en esas seguimos a esta hora de la mañana: con el geriátrico progre convertido en la casa de la guasa. Show must go on. Gracias, Navalón.

La columna de opinión que indignó a todo un país... La reacción más extendida a ‘Millennials: dueños de la nada’, tribuna de Antonio Navalón publicada este lunes en 'El País', ha sido de cabreo, y es lógico, dado que su autor se dedica a humillar a la práctica totalidad de los españoles nacidos después de 1980.

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