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Contra el buenrollismo
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Marta Sanz

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Contra el buenrollismo

A vueltas con dos de las novelas más interesantes de los últimos meses: 'El universo contra Alex Woods' y 'En medio de las extrañas víctimas'

Foto: El escritor Gavin Extence
El escritor Gavin Extence

Le tengo mucha manía al buenrollismo. Me parece que el buenrollismo, en el mejor de los casos, es cosa de charlatanes del feria y, en el peor, estrategia malintencionada de los magos de Oz financieros o de los ministros que culpabilizan a los parados de su funesto destino: como los parados –especialmente los de larga duración- se han empeñado en que todo les vaya mal y han concentrado la bola de su energía negativa, con tanta, tanta, tanta negatividad no conseguirán nunca un empleo. A los parados el estigma de su destino funesto se lo notan en la cara algunos especialistas que les recetan ansiolíticos y antidepresivos mientras hacen un pronóstico: “No, con esa actitud, nunca lo conseguirán.”

Le tengo mucha manía al buenrollismo porque me da la impresión de que es un invento de la CIA

Le tengo mucha manía al buenrollismo porque me da la impresión de que es un invento de la CIA. Desde que veo Homeland, la idea de que casi todo es un invento de la CIA –desde el arte abstracto hasta la vigilancia con drones- se afianza más y más dentro de mí.  Pese a mis prejuicios, últimamente he leído dos novelas -casi de aprendizaje- escritas por autores muy jóvenes que transmiten un buen rollo que no se parece en nada al de los gurúes que nos venden la crisis como una “oportunidad”. Ambas son humorísticas, pero cada una lo es a su manera:  

El universo contra Alex Woods del británico Gavin Extence (Seix Barral) recurre a la salsa agridulce de la existencia en sí; En medio de extrañas víctimas del mexicano Daniel Saldaña (Sexto Piso) quiere activar esa acepción de la risa que hace de ella “metástasis del goce”. La definición es de Slavoj Zizek que como siempre aprieta el lápiz sobre el cuaderno cuando mete en el mismo saco y en la misma expresión la enfermedad y el placer.

El universo contra Alex Woods

En esta novela el buenismo se ejemplifica a través de la filiación a  Amnistía Internacional de uno de sus protagonistas, el señor Peterson. El valor de las acciones en la vida cotidiana –y, en definitiva, en la Historia- no siempre equivale al valor significativo de ciertas opciones más o menos militantes de los personajes de las novelas.

placeholder Portada de la edición española del libro

Como lectores, tenemos que interpretar la adscripción del señor Peterson a Amnistía y de ahí la referencia al buenismo que podría empapar la narración de Extence; sin embargo, las creencias  y los escepticismos del señor Peterson no llegan nunca a reducir el texto a blandiblub o gominola: Alex, un joven al que se le ha incrustado en el cerebro un fragmento de meteorito, toma la batuta de la narración. Su voz es la de un nerd epiléptico que rezuma inteligencia y dignidad en los tiempos de Gandía Shore. Nos devuelve la confianza en la juventud y en esos empollones de los que andamos tan necesitados.

La voz de Alex Woods es una voz en el filo: empática y fría; extrañada y cómplice; muy infantil para ciertas cosas y muy adulta para otras; una voz sensible al sentido del humor y a la vez incapacitada para comprender ciertos chistes. Alex no sabe mentir y, sin embargo, seduce al lector con su forma de contar una historia. La voz de Alex se parecería a la del sempiterno Holden Caulfield si no fuese porque, a diferencia del personaje de Salinger, desprende optimismo hasta en los momentos difíciles: en esos momentos en los que, gramscianamente, el pesimismo del pensamiento ha de concretarse en el optimismo de la voluntad.

El texto está recorrido por esa veta de ciencia-ficción, crítica política y carcajadas que caracteriza a Vonnegut

La voz de Alex es como la de esos personajes de Kurt Vonnegut que parecen ser exactamente lo que son. Los devotos de Vonnegut, como Alex y el señor Peterson, entenderán lo que quiero decir. El texto está recorrido por esa veta de ciencia-ficción, crítica política y carcajadas que caracteriza a Vonnegut. Precisamente los pasajes más divertidos de la novela coinciden con esos momentos en los que Alex se empeña en fundar un club de lectura: la iglesia secular de Kurt Vonnegut. A propósito de Vonnegut, hay que celebrar una nueva edición de El desayuno de los campeones en La bestia equilátera. El percance de Alex con el meteorito tiene un aire muy vonnegutiano. También podría ser vonnegutiano el valor para abordar, en clave humorística, asuntos tan trascendentes como el terror que siembra en el mundo la política exterior de los Estados Unidos; la bondad del ateo; o la necesidad de una muerte digna.

El universo contra Alex Woods es la novela de aprendizaje –road movie- de un extraño aprendiz. A través de su viaje, los lectores reflexionamos sobre el significado de la normalidad, la madurez y sobre la exigencia vital de aprender a morirse como requisito ineludible para saber vivir. Y viceversa. Extence aplica un principio estoico y profundamente humanista de la existencia a través de la construcción de unos personajes memorables: no se pierdan a la madre de Alex o a Ellie, una amiga del instituto, que no para de poner los ojos en blanco a lo largo de toda la novela. El hecho de que Mercedes Cebrián haya traducido el libro es una garantía más de su encanto.      

En medio de extrañas víctimas

Daniel Saldaña es un joven poeta mexicano que, por primera vez, explora el mundo de la novela. Y consigue escribir un libro raro en el mejor sentido de la palabra: en la época de la post-postmodernidad, Saldaña le da la vuelta al existencialismo romántico del oficinista enamorado que practicó, con gran eficacia sentimental, Benedetti en La tregua (Alianza editorial). También le da la vuelta a la imposibilidad de decidir, a la celebración de las rutinas y al icono de los buenos asesinos que experimentan simultáneamente el imperativo salvaje de la naturaleza y el absurdo de la codificación civilizatoria. Como Mersault en El extranjero de Camus (Alianza editorial). Gracias a una pagana corte celestial y al dominio de un léxico muy rico que se atreve con distintas variedades del español, en esta novela se acabaron las angustias. Hasta cierto punto.

placeholder Portada del libro de Saldaña

Pese a la referencia a Benedetti o Camus, este libro no es una parodia metaliteraria. De nuevo se lo agradecemos a la pagana corte celestial. Tampoco es una versión más de esa ironía, tan explotada literariamente, que tiene que ver con la actitud de mirar a la humanidad por encima del hombro: el humor de En medio de extrañas víctimas se centra en el tratamiento del lenguaje, de las situaciones y de una concepción del absurdo que, no tan paradójicamente, se llena de sentido. Quizá ahí esté el quid de la cuestión. En esta novela un oficinista pusilánime se casa con una compañera de trabajo a la que no le ha propuesto matrimonio, pero que inexplicablemente le da un sí. Y él, Rodrigo, se casa sin más. Mientras tanto una gallina picotea basuras en el descampado y Rodrigo colecciona bolsitas de té que clava con chinchetas en las paredes. Más tarde muchachitas bellísimas dan de beber su orina a un gringo, un español y dos mexicanos…

El yo de Rodrigo acaba viéndose a través del prisma de una tercera persona gracias a la hipnosis. A los autores jóvenes les ha dado últimamente por la cohabitación con los mundos paralelos y la teoría de las super-cuerdas -¿Se acuerdan de M de Juan Vilá (Piel de Zapa)?-

En la novela de Saldaña hay absurdo existencial y sencillamente absurdo

En la novela de Saldaña hay absurdo existencial y sencillamente absurdo. Risa. También la posibilidad liberadora del amor. En medio de los avatares de Rodrigo queda la historia de Marcelo, un profesor universitario madrileño que investiga la figura de un poeta boxeador que recuerda a Arthur Cravan, “profeta del dadaísmo”. La editorial Periférica publicó un curioso librito donde se recogía la correspondencia entre el excéntrico Cravan y su mujer antes de que él desapareciese en México; su título era Cartas de amor a Mina Loi.

La historia de Marcelo y la historia de Rodrigo confluyen en el punto de la mamá de Rodrigo. Se pueden ustedes imaginar en qué punto exacto de la mamá de Rodrigo. Tanto Marcelo como el propio Cravan –uno de sus versos sirve para titular la novela- son personajes que buscan excéntricamente la existencia por el atajo de una aventura sin fin que contrasta con el gusto inicial por las rutinas de Rodrigo.

Algunas páginas son muy buenas: la joven Micaela hace pis para hipnotizar a los hombres que beben su orina. No he podido evitar acordarme de aquella Rebeca, comedora de tierra y visionaria, de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez –la última edición de este long seller creo que está en DeBolsillo- o de aquella mujer, dibujada por Milo Manara, de cuyos meados brotaban bellísimas flores.

Ya habíamos hablado de este personaje  de Las Aventuras de Giuseppe Bergman en esta Biblioteca Pública. En medio de extrañas víctimas, al igual que la novela de Extence, atesora otro personaje femenino memorable: Ceci, la mujer de Rodrigo, que lee Juan Salvador Gaviota y después le dedica a su esposo heptasílabos amatorios sobre rosas. El bueno de Rodrigo se exaspera: “Ámame como quieras, menos en formas poéticas demodé”. 

Le tengo mucha manía al buenrollismo. Me parece que el buenrollismo, en el mejor de los casos, es cosa de charlatanes del feria y, en el peor, estrategia malintencionada de los magos de Oz financieros o de los ministros que culpabilizan a los parados de su funesto destino: como los parados –especialmente los de larga duración- se han empeñado en que todo les vaya mal y han concentrado la bola de su energía negativa, con tanta, tanta, tanta negatividad no conseguirán nunca un empleo. A los parados el estigma de su destino funesto se lo notan en la cara algunos especialistas que les recetan ansiolíticos y antidepresivos mientras hacen un pronóstico: “No, con esa actitud, nunca lo conseguirán.”

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