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La enfermedad moral de una Alemania dividida
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Marta Sanz

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La enfermedad moral de una Alemania dividida

Una selección de novelas imprescindibles para cualquier lector que quiera profundizar en la escisión del país tras perder en la Segunda Guerra Mundial

Foto: Escena de la película 'Good bye, Lenin'
Escena de la película 'Good bye, Lenin'

Si tuviéramos la posibilidad de curiosear entre los anaqueles de la biblioteca de la madre de Daniel Brühl en Goodbye Lenin, aprenderíamos algunas cosas. Además del Manifiesto comunista y su fantasma que recorre Europa –magnífica la versión ilustrada de Fernando Vicente para Nórdica-; además de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre de Federico Engels; de la Comedia humana de Balzac y Tom Jones de Fielding(Cátedra), una de las novelas preferidas de Carlos Marx, donde aparecen criados que no son ni súcubos ni fieles a la voz de su amo, sino unos resentidos como Dios manda; además de eso, quizá encontrásemos piezas más contemporáneas.

Poemas de Maiakovski (Poemas 1913-1916, en Visor); novelas de los autores del grupo 47 como Uwe Johnson, Frisch,Bachmann, Lenz, Walser; y relatos de Brigitte Reimann e Irmtraud Morgner, ambas rescatadas por la colección de Narrativa de Bartleby. Es posible que a esta madre reacia a la reunificación como Grasso Christa Wolf, a quien su hijo quiere proteger de la iconografía del capitalismo, le interese el cine de Alexander Kluge. Trabajo ocasional de una esclava es una de esas películas que, por su intrépida mirada estilística hacia los derechos de las mujeres, debería formar parte de los planes curriculares de las enseñanzas medias. Un imposible en el contexto de un país regido por los proyectos carpetovetónicos de Wert, Fernández o Ruiz Gallardón.

Tres calas en el Grupo 47 y algunas perversas delicias suizas

Tres novelas son imprescindibles para cualquier lector que quiera profundizar, más allá de los tópicos y las historietas de buenos y malos, en la enfermedad moral de las dos Alemanias después de la derrota y la escisión del país tras la Segunda Guerra Mundial.

placeholder Portada de 'Dos puntos de vista', de Uwe Johnson

En Lección de alemán (Debate) de Siegfried Lenz, a través de la memoria de un adolescente al que se le impone el castigo de escribir, se reconstruye la perplejidad de la Alemania de posguerra. La derrota y el descubrimiento del horror como bacterias de un trauma colectivo que el narrador desmenuza con agridulce sentido del humor. Por detrás, se trasluce la mirada de un Lenz lúcido y posiblemente compasivo que confía en el valor de la literatura como herramienta de reconstrucción nacional.

En Dos puntos de vista (Errata Naturae), Uwe Johnson practica la antinovela como única forma posible de mostrar “los síntomas de esta enfermedad llamada Muro de Berlín”, como decía Max Frisch. Una voz hace coincidir a D., enfermera de Alemania Oriental, y a B., un fotógrafo de Alemania Occidental. La prosa se desliza sobre las personas y habla con vocación quirúrgica de las emociones para retransmitir la periferia de un romance. En el retrato de Alemania Occidental se subrayan los “defectos” del capitalismo: consumismo, falta de expectativas, alcohol, un sentimiento de culpa que se traduce en condescendencia. Y una cuestión que late en el mundo occidental: ¿en qué tipo de personas nos hemos convertido?

Por su parte, Henrich Böll en El honor perdido de Katherina Blum(Seix Barral) contrapuntea la vigilancia, el ahogo y la falta de libertades de los países comunistas con las represiones y las persecuciones que asoman la patita por debajo de la puerta de un Oeste, aparentemente confortable, pero injusto e hipócrita en su estructura profunda. En ese Oeste de promisión, Katherina y Trude la Roja son carne de cañón y chivo expiatorio.

Nos reservamos las perversas delicias suizas de Max Frisch. En especial, No soy Stiller (Seix Barral), Homo faber (Seix Barral) y Montauk (Laetoli), un curioso texto autobiográfico en el que cristaliza cierta obsesión por la identidad y el carácter repelente de nacionalidades que nos hacen desear no ser quienes somos. En Montauk, Frisch juega con las voces que siempre le han ido “delatando” –el verbo es suyo- en sus obras de ficción. Se derrumba la barrera que separa lo biográfico de lo imaginativo, y la primera de la tercera persona del singular.

Mujeres que viven en la RDA

placeholder Portada de 'No soy Stiller', de Max Frisch

Reimann y Morgner se quedaron a vivir en la RDA y, desde dentro, expresaron sus discrepancias con el régimen y, a la vez, su confianza en el proyecto socialista. En su novela Los hermanos (Bartleby) aborda el resquebrajamiento del socialismo en la RDA y la aparición de una encrucijada: quedarse, persistir, seguir adelante trabajando por unos ideales a los que no se renuncia o escapar hacia el modelo capitalista de la RFA.

Reimann ejerce la crítica desde dentro, desde el interior de la ballena, y habla de las debilidades del Partido del mismo modo que se atreve a hacer autocrítica de una pequeña burguesía reciclada al comunismo; una burguesía que no entiende que los conceptos de individuo y comunidad no son antagónicos y establece una barrera ficticia entre vida interior, vida privada y espacio público. Para Reimann, la palabra insatisfacción formaría parte del campo semántico de la soberbia. Los dos hermanos de esta novela son una metáfora de la Alemania quebrada.

Momentos estelares y el feminismo de Morgner

Ibon Zubiaur traduce y prologa los cuentos de Morgner. En la contraportada de Momentos estelares (Barleby) se reproducen unas palabras del prólogo especialmente oportunas en estos tiempos: “Nos parece importante rescatar a esta autora original y refrescante, ahora que, tras el derrumbe de los experimentos socialistas, el tardocapitalismo consumista se revela en toda su miseria, mostrando su incapacidad para dar respuesta a nuestras necesidades y carencias”. En esta descripción del contexto la propuesta estética de Morgner adquiere todo su significado y toda su oportunidad. También en el proyecto de un feminismo cuyas consignas estaban vivas a un lado y al otro del telón, y aún hoy perviven como metas no alcanzadas.

La figura de la mujer omnipotente que trabaja dentro y fuera de la casa representa una constante en las narraciones de Morgner. Con esta figura la autora reflexiona sobre las trampas de la integración de la mujer en el mercado laboral: unas trampas que, en su opinión, son idénticas a un lado y al otro del muro de Berlín. Así lo expresa en relatos como El cable o en La estafadora profesional donde, adoptando la distancia humorística de Klüge, critica un discutible concepto de “igualdad”.

Sin embargo, el relato más interesante desde el punto de vista de la reivindicación de los derechos de la mujer es Buena nueva de Valeska en 73 estrofas. A través del mito feminista de la mujer que se convierte en hombre -¿Recuerdan Orlando (Alianza) de Virginia Woolf?-, Morgner pone de manifiesto la masculinidad del Dios cristiano. La conciencia del logocentrismo masculino justifica la fractura lírica del lenguaje por la que apuesta esta peculiarísima escritora.

Un feminismo cuyas consignas estaban vivas a un lado y al otro del telón, y aún hoy perviven como metas no alcanzadas

La historia de Valeska invita a los lectores a reflexionar en torno a asuntos tan inquietantes como las leyes del aborto o del divorcio, y sobre cómo los Estados administran el cuerpo de las mujeres. El deseo de ser un hombre se hace realidad como en los relatos de los duendes que duermen dentro de una botella. Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea por si acaso el deseo se cumple - ¿Se acuerdan de La pata de mono y otros cuentos macabros (Valdemar) de W.R Jacobs?-, aunque el deseo de Valeska se asienta en un mundo en el que los hombres quieren casarse con amas de casa.

Desde una posición marxista Morgner a través de los pensamientos de su personaje femenino “estaba hasta las narices de esa forma de igualdad que permitía a las mujeres trabajar como hombres y además como mujeres”. La metamorfosis le sirve a Valeska para constatar que las diferencias más graves entre los géneros son de índole cultural y no física: una tesis que, de algún modo, también inspira Café al revés donde propone un cambio de roles en el ejercicio de la seducción. El trueque resulta cómico y pone de manifiesto ciertas violencias asumidas en el cortejo.

Precisamente el sentido del humor, además del lirismo, es uno de los puntos fuertes de su prosa: cuando a Valeska le brota su pene, ella atribuye la germinación al mal humor de Rudolph, su marido. En definitiva, este relato habla de mujeres que como la monja alférez -¿Se acuerdan de La mujer travestida de Markus Orths (Salamandra)?- se disfrazan con un discurso masculino del que no se pueden desprender porque forma parte de su naturaleza íntima. Lo que me recuerda que nunca es tarde para recomendar la poesía de Adrienne Rich. Visor y Renacimiento han editado sus poemas. Como contrapunto a las imposturas, los disfraces y las metamorfosis, Morgner, a través del personaje de Shenia, invita a las mujeres a no avergonzarse de su propio cuerpo marcado, trabajado, avejentado, parido…

placeholder Portada de 'Momentos estelares, de Irmtraud Morgner

Hablando de parir, tal vez, el cuento más brillante en su concreción lingüística y en su originalidad sea Pascua blanca. Relata un parto: la exhaustividad telegráfica del detalle, de todo lo que va sucediendo, parece una estrategia para conjurar las punzadas de las contracciones. La mujer, una profesional egresada en mil cursos de preparación al parto, se avergüenza de su dolor. Morgner dibuja una secuencia donde la ciencia minusvalora el dolor de las mujeres buscando eufemismos -dolores de “astringencia” en lugar de dolores de parto- y otras excusas para camuflar el desgarramiento: “Si gritas, no trabajas”. Frente a la tecnología de los paritorios, este cuento nos plantea la dificultad del significado de ser madre.

Lo autobiográfico y lo imaginativo

La distancia entre la realidad del socialismo y el deseo socialista de Morgner se hace patente en el contraste entre sus relatos autobiográficos y sus relatos imaginativos en los que practica un modo de fantasía equiparado con el realismo mágico de García Márquez. Es la fantasía compensatoria de la que habla Zubiaur en su prólogo. Morgner denuncia con la oscuridad de su lenguaje: en Leyenda del saltimbanqui, a través del cruce de la teoría de los juegos, Carroll y el absurdo, subraya la necesidad de sentir el lenguaje como artefacto para no caer en la falsedad o trampa sentimental de una literatura empática. Sin embargo, confieso que en este cuento lo bufonesco, lo artificioso y lo distante, para mí, son demasiado bufonescos, artificiosos y distantes. Pero eso es posiblemente un problema mío que como lectora tampoco me siento muy cómoda con propuestas como la de Gombrowicz en Ferdydurke (Seix Barral).

Por su parte, los cuentos autobiográficos son muy originales. En Tiempo de juego se lleva a cabo una evocación de la etapa escolar a través del filtro de la fantasía compensatoria. En Momentos estelares el elemento autobiográfico se evidencia en esa casa sin diccionarios –y casi sin lenguaje- en la que se crio la escritora. Destacan las hermosas consignas –de Marx o de Brecht- que van olvidándose en un país donde sus habitantes no dejan nunca de mirar el firmamento. Aunque alguien parece haberle puesto una tapa para oscurecer las estrellas.  

Si tuviéramos la posibilidad de curiosear entre los anaqueles de la biblioteca de la madre de Daniel Brühl en Goodbye Lenin, aprenderíamos algunas cosas. Además del Manifiesto comunista y su fantasma que recorre Europa –magnífica la versión ilustrada de Fernando Vicente para Nórdica-; además de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre de Federico Engels; de la Comedia humana de Balzac y Tom Jones de Fielding(Cátedra), una de las novelas preferidas de Carlos Marx, donde aparecen criados que no son ni súcubos ni fieles a la voz de su amo, sino unos resentidos como Dios manda; además de eso, quizá encontrásemos piezas más contemporáneas.

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