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Alfonsina Storni y su aura legendaria
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Marta Sanz

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Alfonsina Storni y su aura legendaria

Nórdica lanza 'Las grandes mujeres', una antología de la obra de la poeta argentina con prólogo de Clara Sánchez e ilustraciones de Antonia Santolaya

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En las fotos Alfonsina Storni es una mujer sonriente, rubia, de cara redonda y pícara. Luce uno de esos diastemas que hoy están tan de moda. Sin embargo, al escribir sobre ella parece que esa felicidad fotográfica, esa salubridad que desprenden sus mofletes, se desdice y es inevitable aludir a una biografía cuyo desenlace es el suicidio.

Como muchos suicidios de mujeres escritoras, el de Alfonsina ha sido envuelto en un aura legendaria: las piedras en los bolsillos del abrigo de Virginia Woolf; la minuciosidad con que Sylvia Plath cerró las rendijas de las puertas para que ni una partícula de gas alcanzase la habitación de sus hijos; Alfonsina, enferma de cáncer de mama, entrando lentamente en el océano… Parece que ese lento sumergirse en el mar -metáfora en que se funden muerte y vida- fue un salto al agua desde una escollera.

Los suicidios de las escritoras tienen que ver con sus enfermedades físicas y mentales, con sus desarreglos, con una vulnerabilidad que probablemente no podemos entender al margen de las condiciones en que las mujeres escriben, la recepción y el peso de la Historia. Hay una obsesión cultural por “diagnosticar” a las mujeres escritoras. Por recetarles algo. Por hacérselo beber. Aunque sea a la fuerza.

Todos hemos escuchado distintas versiones de la canción “Alfonsina y el mar”. A mí me gusta la de Mercedes Sosa porque es una interpretación que le salía a la vez de la garganta y de la profundidad de la tripa. Sin embargo, Alfonsina nunca escribió los versos de esa canción. Escribió estos otros que se recogen en el libro que hoy recomendamos, Las grandes mujeres, una antología de la obra de la poeta argentina. El poema se titula “Voy a dormir”:

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,

tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara a la cabecera;

una constelación, la que te guste:

todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…

te acuna un pie celeste desde arriba

y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:

si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido…

Al margen de su simbolismo biográfico, en este poema podemos apreciar una de las características sobresalientes de la poética de Alfonsina Storni: los sentimientos y las acciones más grandilocuentes y tremebundos se asocian primero a la sublimidad de la naturaleza y, después, a lo banal y cotidiano. Primero la cama adquiere la textura vegetal y mineral de la tumba, y lo sublime –las constelaciones- se hace objeto doméstico –lámpara-; pronto, la sublimidad del sueño de la muerte pierde dorados y florituras al quedar reducida a una llamada telefónica.

Un encargo. Un recado. Alfonsina Storni domina el anticlímax y todo el peso de la elipsis, y al empequeñecer las cosas grandes, las agiganta: estamos en permanente contacto con una sublimidad doméstica que, para los hipersensibles o los existencialistas, para los hipocondriacos, puede ser horripilante. Un mundo tan lleno de puntas acaba siendo inhóspito. Tal vez, no es casualidad que el escritor Horacio Quiroga fuera uno de los mejores amigos de una mujer que tuvo muchos y buenos.

La selección de Nórdica, con prólogo de Clara Sánchez e intensas ilustraciones de Antonia Santolaya, como todas las antologías es una amputación. Pero en este caso imagen y texto se contestan para ofrecer una lectura especial de la lírica de Storni. Y el efecto de la amputación queda atenuado. Compensado por el plus de la interpretación plástica. En Las grandes mujeres se recogen textos de La inquietud del rosal; El dulce daño; Irremediablemente; Languidez; Ocre; Poemas de amor, Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol. Un recorrido entre 1916 y 1938 lo suficientemente representativo para aquellos que quieran iniciarse en la literatura de esta poeta. También para los que quieran recordar sus versos o reinterpretarlos a otra edad.

La médula autobiográfica recorre la lírica de Alfonsina Storni. Pero entendiendo “médula autobiográfica” como un conglomerado en el que se fusionan deseos, sueños, pulsiones, dimensión ideológica de una mujer... No podemos leer la poesía de Storni con sensacionalismo. En sus versos se hacen presentes: la maternidad precoz; la diferenciación entre lo alegre y lo vital; una inquietud social en la que la injusticia da vergüenza y se hace un llamamiento a la rebelión; las contradicciones identitarias.

También constituye un pilar de la lírica storniana la fusión de los contrarios, la gravedad de la dulzura y el dulzor de lo grave, la belleza y la fertilidad, como ideas inseparables de una muerte con la que Alfonsina coquetea desde el principio: “Tengo el presentimiento de que he de vivir muy poco” escribe en “Presentimiento”, poema de 1918. En “Un cementerio que mira al mar” el mar como tumba en eterna danza libera a los muertos de la claustrofobia de sus sepulcros. Esa relación del mar con lo muerto y con lo vivo destaca también en “Dolor” o en “Epitafio”, y colocan en Alfonsina sobre la estela de una poesía postromántica y posmodernista.

Otro de los puntales temáticos de la obra de Alfonsina Storni es la relación de las mujeres y los hombres, del “hombre pequeñito” y de las “grandes mujeres”, desde una perspectiva de género solidaria: en “Hombre pequeñito”, ella escribe “… te amé media hora,/ no me pidas más”; en “Capricho”, la autora da la vuelta a los tópicos para definir –para insultar- a las mujeres: el cerebro de estopa, los caprichos, el interior sin equilibrio y huero, la cabeza loca… es la nomenclatura que los hombres utilizan para minimizar la dimensión de lo que no comprenden.

En otro poema, “Tú me quieres blanca”, Storni sugiere que el deseo de los hombres de que las mujeres sean vírgenes y puras solamente debería partir de hombres igual de puros. No parece que Alfonsina tenga una visión negativa de la castidad, sino de la hipocresía de la civilización que la impone. Y de los dobles raseros para medir. El código de barras civilizatorio nos impone muescas que infligen dolor: como el que experimenta la voz poemática femenina de “Tú y yo” al darse cuenta de la insensibilidad del hombre hacia la mujer que cuida su casa y lo quiere. La casa y lo doméstico pueden encarnar un sentimiento cálido o ser un espacio anguloso que anula a la mujer con inquietudes en su búsqueda de la libertad y la naturaleza.

Pero Alfonsina no es maniquea ni plana, y en “Peso ancestral” denuncia la ominosa carga de los prejuicios culturales que a veces hacen también mucho daño a esos hombres que nunca lloran, aunque se mueran de ganas de hacerlo. La lucidez respecto a la impedimenta histórica aparece con poemas como “Bien pudiera ser”: la escritura poética es vía de escape para represiones femeninas que se transmiten de generación en generación. En “Esta tarde”, Alfonsina, alejada de las confrontaciones, construye el deseo, su deseo, alejándolo del pecado y acercándolo a la vitalidad.

No tengan miedo a la poesía. Atrévanse. La de Alfonsina Storni es, para los principiantes, una inmejorable forma de empezar a leer versos y, para los adictos, una lección sobre cómo un poema puede dejar de ser convencional al bajar del púlpito, de la idea absoluta, y descender a la altura de los sucesos cotidianos: en “Un lápiz”, el arma cargada de futuro acaba siéndolo de veras cuando la poeta es atropellada y el lápiz que lleva dentro del bolso puede estallar. Porque un lápiz es una bomba y el poema metaliterario pierde su pretenciosidad –su distante elevación- al convertirse en página de sucesos.

Alfonsina Storni. Las grandes mujeres. Ilustraciones de Antonia Santolaya. Prólogo de Clara Sánchez. Nórdica. Madrid. 2014. 109 páginas.

En las fotos Alfonsina Storni es una mujer sonriente, rubia, de cara redonda y pícara. Luce uno de esos diastemas que hoy están tan de moda. Sin embargo, al escribir sobre ella parece que esa felicidad fotográfica, esa salubridad que desprenden sus mofletes, se desdice y es inevitable aludir a una biografía cuyo desenlace es el suicidio.

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