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¿De verdad está en decadencia la cultura? El prestigio del pesimismo
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

¿De verdad está en decadencia la cultura? El prestigio del pesimismo

Probablemente estemos en un momento de disolución de viejas expresiones culturales. da pena pero no debemos preocuparnos demasiado: casi todo el mundo se ha sentido así

Foto: Feria del Libro de Guadalajara (México), 2015. Foto: EFE/Ulises Ruiz Basurto
Feria del Libro de Guadalajara (México), 2015. Foto: EFE/Ulises Ruiz Basurto

La sensación de que la cultura está en crisis emerge de vez en cuando. En esas épocas, se cree que los libros no son tan buenos como antes, que los jóvenes del momento son más tontos o más indiferentes que los del pasado, que en los teatros no hacen más que repetirse clichés, que los cines no dan más que mediocridades comerciales o que el arte es más irrelevante que nunca -también suele creerse que los políticos nunca habían sido más ignorantes-. Ahora estamos en una de esas épocas.

Foto: Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y lector fiel del 'Marca'. Opinión

Nos parece que en España se ha perdido la vocación de lucha e innovación que tuvo la cultura en los duros años del franquismo, la espontaneidad y la pasión por el riesgo de los años ochenta, o que no aparecen los autores canónicos y capaces de llegar a un gran público como en los noventa. Los profesores, apesadumbrados, reconocen que sus estudiantes son incapaces de leer textos largos con un mínimo de concentración y que, cuando lo hacen, apenas entienden lo que leen. Quienes invierten su dinero en la cultura -productores, editores o galeristas- insisten en que cada día es más difícil hacer rentable su trabajo porque el público ha perdido interés y las administraciones no hacen más que poner impedimentos.

Es difícil saber si esa sensación es cierta. Es una profecía autocumplida: si muchos creen que algo está en decadencia, acaba estando en decadencia

Es difícil saber si esa sensación tiene algo de cierto. En algún sentido, es una profecía autocumplida: si muchos creen que algo está en decadencia, acaba estando en decadencia. Pero más allá de eso, algunas cifras no parecen ratificarlo (más adelante hablaré de lo que no son cifras): España ha pasado por una larga crisis que no sabemos si ha terminado, y durante ella el consumo cultural ha bajado mucho, pero no de manera igual en todos los ámbitos ni, parece, irreversiblemente. Sí, es angustioso pensar que un 43,9% de la gente, según el barómetro del CIS de septiembre de 2016, no lee nunca o casi nunca (y es curioso que quienes dicen no leer reconozcan que no lo hacen, en su mayoría, porque no están interesados en ello, no por otras razones; solo un 0,8% dice no leer porque los libros sean caros y nadie porque no tenga una biblioteca a su alcance).

El número de espectadores en el cine también ha caído. En 2004, año de máxima afluencia, se vendieron en España 143,93 millones de entradas, mientras que en 2014 se vendieron 87,99% (en el último año el número de entradas vendidas ha subido hasta los cien millones, pero no hay cifras del ministerio). Las visitas a los museos más importantes del país por lo general aumentaron en 2015 -lo hicieron en el Reina Sofía, El Prado, el Guggenheim, el Museu Nacional d’Art de Catalunya- aunque en algunos casos caigan un poco, como el Thyssen. Tras caídas de ingresos sistemáticas entre 2001 y 2013, el sector discográfico lleva tres años recuperándose y en España las ventas digitales (streaming gratuito o por suscripción y descargas) crecen y alcanzan el 63,5 por ciento del total.

La otra mitad de la historia

Pero eso es solo la mitad de la historia, y para la otra mitad -¿es de calidad la cultura que se produce y qué lugar ocupa en la vida social?- no hay cifras, de modo que volvamos a las sensaciones. Una inmediata es que hoy la cultura tradicional ocupa un lugar menos importante en la gran conversación pública que hace un par de décadas. Se ve cine, se va al teatro y se leen libros, pero parece que todo esto ocupa un espacio mucho más pequeño en la prensa, la televisión y las reuniones de amigos (las series son la gran excepción). Parece que ahora las ideas influyentes y el entretenimiento de prestigio ya no están donde estaban, o no lo están en la misma medida, y se han desplazado a las redes sociales, que son las que van conformando cada vez más la opinión pública, sobre todo entre los más jóvenes.

Todo parece más frívolo, pero no en el sentido profundo que en el pasado tenía la frivolidad bien entendida -¡ay!-, sino superficial

Se leen miles y miles de artículos de prensa cada día, pero parece que los periódicos tienen menos autoridad y que uno ya no se identifica con una cabecera -en la que cree, en la que confía, que siente que le confiere cierta identidad- como en el pasado. Y una parte del consumo de cultura parece haber pasado a ser una rama del turismo más que de la actividad intelectual; nos irritan mucho los extranjeros con cara bovina que hacen cola delante de nosotros para entrar en El Prado, pero nosotros también somos turistas despistados y mal informados cuando viajamos. Todo parece más frívolo, pero no en el sentido profundo que en el pasado tenía la frivolidad bien entendida -¡ay!-, sino superficial, gratuitamente extravagante, hueco.

La gran causa de esta sensación de decadencia cultural no es otra que el paso del tiempo. Es posible que los libros, la música o el cine sean hoy peores que ayer, pero más allá de eso, la impresión de que la cultura que nos rodea está de capa caída la han tenido prácticamente todas las generaciones de los tiempos modernos. Si algo define la cultura, excepto en momentos de singular esplendor, es la creencia de que casi todo era mejor antes. Y eso es así porque, aunque de vez en cuando haya razones objetivas, por lo general nos sentimos más cómodos con la cultura que conocimos y de la que nos nutrimos en nuestra juventud, no la que va adquiriendo preponderancia cuando ya somos maduros.

No me refiero solo a los poemas que nos deslumbraron, las canciones con las que nos enamoramos o los cuadros ante los que se nos cayó la baba siendo adolescentes o veinteañeros, sino especialmente al ecosistema cultural en que nos criamos: la amalgama de gustos estéticos, mecanismos de pensamiento y equilibrios económicos que daban pie a la cultura en la que crecimos. Por supuesto que los casi cuarentones podemos manejarnos cómodamente Facebook, ver vídeos en Vine o disfrutar con posts de Tumblr, pero es difícil que eso se convierta en el centro de nuestro mundo cultural.

No tan preocupante

Solo es preocupante a medias. El verso fue la expresión literaria más importante desde el siglo VIII antes de Cristo, con Homero, hasta el siglo XIX, cuando la novela le robó el título; ahora la poesía es un género menor frecuentado por pocos, y ya no se escribe teatro en verso, pero no parece que la civilización se haya desmoronado por ello. La novela seria va camino de dejar de ser el género más prestigioso y frecuentado de la cultura; será una pérdida, pero no preveo altercados en las calles. El periodismo, que tuvo un papel central en la vida de las democracias occidentales, ya saben ustedes lo pachucho que está. Por no hablar de la ópera, un arte para masas que hoy casi solo consumen las élites que pueden pagarla; del rock, la expresión cultural más revolucionaria y masiva del siglo XX que hoy apenas es más que un campo para la nostalgia de cuarentones, o del arte, que hoy, básicamente, solo interesa a los comisarios, los críticos y los millonarios.

El verso fue la expresión literaria más importante desde Homero hasta el siglo XIX, cuando la novela le robó el título; ahora es un género menor

La cultura se transforma con frecuencia. Y a veces lo hace de manera más abrupta, como parece ser el caso hoy. Eso siempre produce un desgarro en la gente de cierta edad que ve cómo su mundo se desvanece. Pero no es dramático, o solo lo es en el plano personal, no en el social. Es muy posible que los jóvenes de hoy lean menos libros y periódicos que nosotros cuando teníamos su edad, o que el cine sea en general peor que en los años cincuenta, pero no es necesariamente cierto que esto vaya a suponer una catástrofe para la sociedad. En la cultura, el pesimismo tiene mucho más prestigio que el optimismo, y lo que los alemanes llamaron hace más de un siglo y medio 'kulturpessimismus', pesimismo cultural, no es más que una expresión inherente a la cultura; a medida que quienes la producen y la consumen ven cómo cambian las cosas y se reduce la influencia de sus ideas, sienten una pérdida.

Sí, creo que estamos en un momento de disolución de viejas expresiones culturales, o al menos de una disminución de su relevancia. Me apena. Pero probablemente no debamos preocuparnos demasiado: casi todo el mundo se ha sentido así desde que un filósofo griego del siglo IV antes de Cristo pensó que el mundo en ese momento era una porquería y que lo mejor estaba en el pasado.

La sensación de que la cultura está en crisis emerge de vez en cuando. En esas épocas, se cree que los libros no son tan buenos como antes, que los jóvenes del momento son más tontos o más indiferentes que los del pasado, que en los teatros no hacen más que repetirse clichés, que los cines no dan más que mediocridades comerciales o que el arte es más irrelevante que nunca -también suele creerse que los políticos nunca habían sido más ignorantes-. Ahora estamos en una de esas épocas.

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