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'El príncipe' de Maquiavelo del siglo XXI es... Mariano Rajoy
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

'El príncipe' de Maquiavelo del siglo XXI es... Mariano Rajoy

¿Sirven las tesis 'maquiavélicas' para la España actual, comparativamente rica, pero empobrecida respecto a su pasado, sometida a las mareas de la opinión pública?

Foto: Maquiavelo y Rajoy.
Maquiavelo y Rajoy.

Históricamente, muchos pensadores políticos, si no la mayoría, se han dedicado a pensar cómo debería ser el mundo. Es decir, han reflexionado y explicado sus ideas para hacer que la sociedad sea más justa, los ciudadanos más libres, la economía más eficiente o las instituciones más funcionales. En 'El príncipe' (1513, hay una estupenda edición reciente en Alianza), Maquiavelo se planteó una cosa revolucionariamente distinta: no quería soñar un mundo ideal y plantear cómo se podía llegar a él, sino entender y diseccionar cómo era el mundo real; cómo somos los individuos y las sociedades, no cómo podríamos llegar a ser si todos fuéramos —o nos obligaran a ser— más buenos.

El retrato era crudo y muchos sintieron que era una obra intolerable: retratados tal como somos, los humanos no quedamos muy bien. Pero a Maquiavelo le parecía que esa responsabilidad era esencial: veamos primero cómo somos, y dejemos para luego nuestros sueños de bondad.

Foto: 'El triunfo de la muerte' - Pieter Brueghel el Viejo (1562) Opinión

Por ello, se ha ganado una mala fama absurda que hace que el término 'maquiavélico' sea sinónimo de taimado, malvado o intrigante. No hay que descartar que Maquiavelo fuera un poco de todo eso: profesionalmente, era lo que hoy llamaríamos un alto asesor del jefe de gobierno, no un funcionario: si su patrono perdía el poder, él perdía el trabajo —como efectivamente le pasó—, y entonces no había empresas cotizadas en las que recolocarse. Por lo que sí, tenía razones para que su filosofía política se basara en la descarnada realidad y no en los sueños.

Y esa fue la cruda base de su filosofía política, porque era en esencia un riguroso realista. La política, en el siglo XVI como hoy, a pesar de todas las diferencias, consistía en el arte de conseguir el poder y mantenerse en él. Después se desplegarían todas las ideas que el jefe de Estado, sus aliados o su partido creyeran más adecuadas y, con suerte, fueran benéficas. Pero lo primero era entender el arte de conquistar la cima, mandar y que nadie te echara de tu cargo.

¿Amor o terror?

En tiempos de Maquiavelo, eso equivalía a hacerse determinadas preguntas que formula en 'El príncipe': ¿qué es mejor para que conserves el poder, que tus súbditos te amen o que te tengan miedo? (Maquiavelo pensaba que lo ideal era que te amaran y te temieran, pero que si solo podía ser una de las dos cosas, entonces lo más recomendable era que te temieran). ¿Tus ejércitos debían ser de mercenarios —lo cual te permitía ahorrar porque podías despedirles en tiempos de paz, pero nunca estabas seguro de su fidelidad— o de nacionales armados, que eran una gran carga económica, pero te eran fieles por patriotismo o deudas personales contigo? (Maquiavelo pensaba que lo segundo: el equivalente actual es hasta qué punto es necesario que tu partido te sea fiel para que haga lo que le ordenes). ¿Debes buscar aliados que te ayuden? (Maquiavelo creía que sí, pero que de esa forma uno siempre está en manos ajenas y lo mejor es ser autosuficiente, aunque eso te obligue a rebajar tu ambición).

En cierto sentido, lo que decía Maquiavelo es que un buen gobernante no puede ser un buen cristiano. Un buen cristiano acepta los designios de Dios, asume el sufrimiento y la desposesión como parte inevitable de la vida, y se sacrifica para alcanzar una humildad digna de los Evangelios.

Maquiavelo sostenía —con cautela, por supuesto— que eso era una inmensa trola, recomendable para que el pueblo fuera obediente, pero impensable para un gobernante. Estos tenían que ser astutos, no poner la otra mejilla sino tramar venganza y asumir que la moralidad está muy bien, pero que no afecta a los gobernantes, porque estos solo tienen un fin. Como decía, alcanzar el poder y mantenerse en él. Descrean, pues, de los gobernantes que se presenten como buenos cristianos o simples defensores del bien: si son políticos con ansia de poder, no pueden ser completamente ninguna de las dos cosas.

Descrean, pues, de los gobernantes que se presenten como buenos cristianos o simples defensores del bien

¿Sirve todo eso para la España actual, comparativamente rica, pero empobrecida respecto a su pasado, sometida a las elecciones y a las mareas de la opinión pública, y que no recurre a las invasiones, pero tiene un raro equilibrio de poder con las otras potencias de la Unión Europea?

Sí, sirve y mucho, porque en realidad lo que hizo Maquiavelo no fue tanto describir cómo es la política como describir la mezquindad humana y su ambición de poder, que son constantes en el tiempo. Y se mostró escéptico sobre las posibilidades de reforma, no ya de la política, sino de nuestro carácter.

Un príncipe populista

Un joven y brillante filósofo catalán, Ferran Caballero, lo ha dejado claro en 'Maquiavelo para el siglo XXI. ‘El príncipe’ en la era del populismo' (Ariel), un libro breve e instructivo, que retoma las enseñanzas y hasta el estilo y la estructura de 'El príncipe' de Maquiavelo para imaginarse a sí mismo como un alto asesor de Mariano Rajoy, al que le explica la política tal como es, no como debería ser: no solo las virtudes que debe tener un gobernante, sino también cómo debe interpretar lo que sucede a su alrededor.

Del tripartito catalán al independentismo, de la pérdida del poder de Zapatero y otros gobernantes —que “si han tenido al pueblo por amigo, lo habían traicionado con engaños y manipulaciones”— a la presidencia de Obama —que ejerció una “piadosa crueldad”, mezcla de una retórica ennoblecedora y mano dura—, del auge de los populismos —por los que Caballero tiene poca simpatía, realista como es— hasta Trump, el autor desgrana la política actual basándose en la plantilla maquiavélica. Quizás el ejercicio de hacerlo siguiendo con gracia el estilo del siglo XVI sea un experimento demasiado osado, y a veces la fluidez de la lectura se resienta, pero refuerza el implacable realismo de quien ve la política no como un ejercicio moral, sino como una simple cuestión de poder.

Y en eso, como sabemos, Rajoy es muy bueno. Quizás excelente. Es posible que ningún político español de la democracia haya desarrollado dos de los rasgos que Maquiavelo —y Caballero tras él— atribuye a los grandes gobernantes —insisto, grandes en el sentido de que logran el poder y se aferran a él porque saben ganarse el favor de sus partidarios y destruir a sus enemigos, no porque hagan políticas que nos gustan.

Un gobernante debe ser siempre virtuoso, pero en la misma medida debe ser un oportunista que sepa aprovechar las circunstancias en su favor

Para el florentino, la mitad del destino de un gobernante está en el azar —la fortuna—, pero la otra mitad está en sus manos, en sus libres decisiones, en su virtud. Por eso, un gobernante debe ser siempre virtuoso —fiel a su propia naturaleza, con la esperanza de que esa naturaleza sea lo que requieren las circunstancias del momento—, pero en la misma medida debe ser un oportunista que sepa aprovechar las circunstancias en su favor. En definitiva: Rajoy.

¿O quizá también Rivera y, sobre todo, Iglesias?

Aunque Caballero —que es más bien conservador, puede que un poco más respetuoso con la religión que Maquiavelo, pero sin duda igual de descarnado— se ponga a disposición de Rajoy, quizá quien más necesite un asesor como él, taimado y sin demasiado interés en la moralina política, sea el próximo líder del PSOE. Susana Díaz aún no parece demasiado maquiavélica, aunque quién sabe.

Sea como sea, es importante recordar, como hace este estupendo libro, cuál es el objetivo último de todo político: mandar. Lo demás, si hay suerte, viene por añadidura.

Históricamente, muchos pensadores políticos, si no la mayoría, se han dedicado a pensar cómo debería ser el mundo. Es decir, han reflexionado y explicado sus ideas para hacer que la sociedad sea más justa, los ciudadanos más libres, la economía más eficiente o las instituciones más funcionales. En 'El príncipe' (1513, hay una estupenda edición reciente en Alianza), Maquiavelo se planteó una cosa revolucionariamente distinta: no quería soñar un mundo ideal y plantear cómo se podía llegar a él, sino entender y diseccionar cómo era el mundo real; cómo somos los individuos y las sociedades, no cómo podríamos llegar a ser si todos fuéramos —o nos obligaran a ser— más buenos.

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