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¿Oyen ese crujido? Es España partiéndose en cuatro por la brecha generacional
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

¿Oyen ese crujido? Es España partiéndose en cuatro por la brecha generacional

España no está dividida en esas cuatro partes iguales, pero estos cuatro tipos de personas representan bastante bien la composición social después de la crisis

Foto: Las diferencias políticas entre las generaciones de españoles cada vez son más acusadas
Las diferencias políticas entre las generaciones de españoles cada vez son más acusadas

Imaginen a cuatro españoles: uno es un hombre de 45 años, que tiene trabajo cualificado, no ha sufrido demasiado los efectos de la crisis, está muy conectado a internet y le irritan enormemente la corrupción y la mala gestión de los gobiernos desde 2008, pero al mismo tiempo es bastante optimista, y vota a Ciudadanos. Otra es una mujer de 37 años, a la que le ha ido mal en la crisis, a pesar de estar cualificada, y ahora se pasa el día en internet buscando trabajo, leyendo noticias que le indignan y compartiendo su ira en las redes sociales; en las últimas elecciones votó a Podemos. El tercero es un hombre de 65 años que se acaba de jubilar tras una vida como directivo, al que la crisis no afectó demasiado y que tiene a los hijos colocados, lee el periódico de papel y de vez en cuando se conecta a internet, pero no le entusiasma; aunque no le gusta demasiado el gobierno, vota al PP porque prefiere la estabilidad a la incertidumbre. Por último, está una mujer de 61 años, que junto a su marido ha sufrido los recortes de la crisis, sus hijos no tienen la vida asegurada, su salud no es muy buena y el barrio en el que ha vivido toda la vida está algo degradado; no, no mira internet ni le interesa; en las últimas elecciones esta mujer votó al PSOE, como ha hecho desde los tiempos de Felipe González.

Estas cuatro personas imaginarias, tal como las describe Belén Barreiro en 'La sociedad que seremos' (Planeta), un libro inteligente y muy interesante, representan lo que ella misma llama “las cuatro españas”.

España no está dividida en esas cuatro partes iguales, por supuesto, pero estos cuatro tipos de personas representan bastante bien la composición social después de la crisis, y también sus patrones de consumo y sus preferencias políticas. Si tradicionalmente, para saber cuáles eran los hábitos de voto y de consumo de una persona bastaba con saber cuáles eran las rentas de su hogar, ahora los factores más decisivos son su edad y su grado de conectividad. Es decir: las rentas del hogar de los votantes de los cuatro partidos no son muy dispares -no se puede afirmar que al PP lo voten los ricos y a la izquierda los pobres, aunque haya diferencias- y la gran brecha que hay ahora mismo además de las rentas es la generacional.

El verdadero conflicto es generacional

A mi modo de ver, en nuestros tiempos la brecha generacional presenta algunos aspectos novedosos debidos a los efectos de la crisis y las políticas de los gobiernos del PP, que han estado mucho más orientadas al bienestar de los jubilados que al de los jóvenes (la composición de su voto explica claramente por qué). Pero, al mismo tiempo, las brechas generacionales, sobre todo en los ámbitos del poder y la cultura, se han dado siempre. Los mayores tienden a retener sus puestos o las formas de vida que ya conocen, y a menudo desconfían de los jóvenes y no creen que estos puedan proseguir su legado con el mismo esfuerzo y juicio con el que creen que lo hicieron ellos, y por eso son reacios a dejarles hacer.

Los jóvenes se impacientan cuando pasan los años y siguen viendo las mismas caras en los puestos de poder que ellos ansían

Al mismo tiempo, los jóvenes se cansan de vivir con códigos o costumbres que no han diseñado ellos y se impacientan cuando pasan los años y siguen viendo las mismas caras en los puestos de poder que ellos ansían, sea en el periodismo, la empresa o los cargos políticos. Esto es normal y no debería sorprendernos: siempre en la historia ha sido así. Ya en la Roma clásica, era casi un ritual que los viejos se quejaran de lo vagos, tontos y poco estudiosos que eran los jóvenes.

Sin embargo, ahora en España nos sorprendemos de nuevo al oír cómo cruje el sistema cuando los jóvenes empujan a los mayores para que salgan del escenario que quieren ocupar ellos y estos se resisten y sienten que están legitimados para seguir disfrutando de la atención de todos.

¿Quieres un cambio? Es normal

Nadie debería alarmarse. Este conflicto es bien normal (no digo que bueno, digo normal). Como lo es que los jóvenes se declaren hartos y quieran pasar página y tomar el control. La idea del establishment ahora está muy mal vista, pero eso suele ser habitual entre quienes no forman parte de él. Los jóvenes que tengan suerte y conformen el establishment dominante en las próximas décadas, ya no lo considerarán tan aborrecible y dentro de treinta años repetirán la misma excusa: que están ahí por méritos propios y que nadie les va a expulsar, y menos otros jóvenes cuyas ideas ya no entenderán. Barreiro señala con acierto que la brecha generacional actual tiene mucho que ver con el impacto de la tecnología. Pero quienes eran mayores en 1968 también consideraban que los jóvenes de entonces se rebelaban contra el sistema, en parte, por culpa de tecnologías relativamente nuevas y ya masivas: la televisión y el disco de larga duración, el LP. Quién sabe cuáles serán los cambios tecnológicos que se habrán producido dentro de treinta años, y cómo los entenderemos quienes en ese momento tengamos setenta.

Quién sabe cuáles serán los cambios tecnológicos dentro de treinta años, y cómo los entenderemos quienes tengamos setenta

No se trata de pedir generosidad a las partes. Estas peleas rituales raramente son tranquilas y siempre causan discusiones en la prensa, insultos en las reuniones privadas y montones de resquemor. Y, además, los jóvenes tienen derecho a la impaciencia y a querer regir un mundo que ya debe ir siendo más suyo que de sus padres o abuelos. La generación que aún detenta el poder o lo ha hecho hasta hace poco -en muchas de las grandes empresas, las editoriales o los periódicos se han producido cambios importantes en el último lustro- llegó a él muy joven y, aunque ahora sea un lugar común pensar que su tarea fue mediocre o acomodaticia, creo que la puesta al día cultural y política de España en los últimos 35 años no ha estado mal.

Pero eso no evita el hartazgo con una determinada manera de hacer. Uno de los hallazgos más interesantes del feminismo reciente ha sido definir el concepto del mansplaining: la percepción -creo que absolutamente verosímil- de que muchos hombres explican a las mujeres lo que tienen que hacer o cómo deben pensar sobre asuntos en los que ellas están mucho mejor informadas o incluso son expertas. De una manera semejante -aunque quizá menos grave-, los hombres y mujeres que somos percibidos como jóvenes por los mayores estamos sometidos constantemente a sus lecciones, órdenes o indicaciones aunque no sean nuestros jefes porque creen que no somos capaces de hacer nuestros trabajos por nosotros mismos.

Que algo sea normal no significa que sea bueno. Pero eso es exactamente lo que hace la gente mayor: afirmar en público su confianza en la juventud y luego decirle lo que tiene que hacer, o mostrar desdén por lo que hace cuando se sale de su tutela. Es una lata, pero quizá inevitable. Además, como señala el libro de Barreiro, ahora los jóvenes están votando y consumiendo de una manera enteramente distinta a como lo hacían sus padres y abuelos. España está cambiando, aunque sigo pensando que los jóvenes -yo ya no lo soy- siguen siendo los perdedores en esta sociedad postcrisis. Quizá lo mejor sea asumir con paciencia esta nueva transición generacional a sabiendas de que los jóvenes pierden todo el rato, y luego ganan. Aunque quizá para entonces ya no sean jóvenes.

Imaginen a cuatro españoles: uno es un hombre de 45 años, que tiene trabajo cualificado, no ha sufrido demasiado los efectos de la crisis, está muy conectado a internet y le irritan enormemente la corrupción y la mala gestión de los gobiernos desde 2008, pero al mismo tiempo es bastante optimista, y vota a Ciudadanos. Otra es una mujer de 37 años, a la que le ha ido mal en la crisis, a pesar de estar cualificada, y ahora se pasa el día en internet buscando trabajo, leyendo noticias que le indignan y compartiendo su ira en las redes sociales; en las últimas elecciones votó a Podemos. El tercero es un hombre de 65 años que se acaba de jubilar tras una vida como directivo, al que la crisis no afectó demasiado y que tiene a los hijos colocados, lee el periódico de papel y de vez en cuando se conecta a internet, pero no le entusiasma; aunque no le gusta demasiado el gobierno, vota al PP porque prefiere la estabilidad a la incertidumbre. Por último, está una mujer de 61 años, que junto a su marido ha sufrido los recortes de la crisis, sus hijos no tienen la vida asegurada, su salud no es muy buena y el barrio en el que ha vivido toda la vida está algo degradado; no, no mira internet ni le interesa; en las últimas elecciones esta mujer votó al PSOE, como ha hecho desde los tiempos de Felipe González.

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