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La literatura como agujero negro
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Ricardo Menéndez Salmón

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La literatura como agujero negro

Reseña de 'La casa de hojas', de Mark Z. Danielewski, la novela experimental de terror convertida en un acontecimiento literario

Foto: Maquetación de una de las páginas de 'La casa de hojas'
Maquetación de una de las páginas de 'La casa de hojas'

Que no entre aquí quien tema perderse... Una leyenda parecida podría colocarse en el umbral de La casa de hojas, la novela de Mark Z. Danielewski que el esfuerzo conjunto de las editoriales Alpha Decay y Pálido Fuego, en unión con la impecable traducción de Javier Calvo y la virtuosa maquetación de Robert Juan-Cantavella, han hecho posible. Libro matrioshka, laberinto de laberintos, cebolla de mil capas que explora tanto las posibilidades conceptuales como los recursos estilísticos de la narrativa en una época en que todo parece haber sido ya expuesto hace tiempo al severo escrutinio de las academias, La casa de hojas es un notable artefacto.

El pacto de Danielewski con el lector no funciona aquí al modo habitual, esto es, demandando una suspensión del juicio, sino que desde el inicio propone a quien lee que asuma y manifieste sin pudor su incredulidad ante el elenco de falsificaciones, fragmentos de obras improbables y retazos de existencia de los personajes que vertebran la peripecia. Queda a elección de cada cual aceptar este reto con gratitud o con irritación, como la madre de todas las batallas literarias o como una excursión más o menos intrascendente por los recintos del experimentalismo. En todo caso, hay un impudor y una osadía evidentes en este proyecto, propios de quien ha asimilado la genealogía más audaz de la novela: de Sterne a Pynchon, pasando por Melville, Joyce y Perec.

La bandera de la falsificación

Danielewski, fruto en ese sentido de una época que ha hecho de la decanonización su bandera y de la falsificación una de sus más fecundas estrategias narrativas, construye su historia con un estilo fundado sobre el collage y cuyo modelo formal es el caos. En su obra se potencia la discontinuidad y la ruptura del discurso lineal, a través de la recuperación y uso del fragmento, el laberinto o la mencionada muñeca rusa como elementos estructurales.

La literatura es una implacable generadora de desorden, de desorganización, de caos

El modelo entrópico impone así su discurso también en lo artístico. Y aunque toda escritura, desde la más inocente a la más vanguardista, es una tentativa que aspira al sentido, aunque sea al sentido del sinsentido o al sinsentido de la propia forma, aunque toda literatura es un intento por derrotar a la temible, devastadora entropía, hay un reconocimiento explícito en La casa de hojas de que la literatura es, a su vez, una implacable generadora de desorden, de desorganización, de caos.

El reto de la obra es importante. Cómo lograr, sin que los cimientos de tan compleja arquitectura se resientan, que a) una historia de terror que juega con uno de los tópicos por excelencia del género —la casa encantada, habitada o tomada— se convierta en b) una narración sobre el amor filial y sexual, c) una metanovela sobre los poderes de la ficción y d) un ensayo a propósito de los límites de la imagen. Cómo conseguir que Edgar Allan Poe y Stephen King, Jorge Luis Borges y Vladimir Nabokov, William Gaddis y John Barth, Walter Benjamin y Gilles Deleuze caminen juntos, se compenetren, dialoguen y cada cual, a su modo, salga indemne de la compañía mutua.

placeholder El escritor Mark Z. Danielewski (Emman Montalvan)

Cómo equilibrar esa maquinaria gigantesca que se mueve en distintos niveles de lectura, escritura y hermenéutica sin que el texto pierda su capacidad para entretener, su fuerza para conmover y su inteligencia para conducir a una crítica de los propios presupuestos sobre los que se asienta. Cómo contar por enésima vez la historia del manuscrito encontrado y de la película de culto sin resultar reiterativo, sino demandando del lector/espectador una atención, una entrega y una urgencia absorbentes.

Un libro adictivo

Pues hay una verdad en La casa de hojas que puede y debe manifestarse en primerísima persona. El libro es adictivo. Absolutamente adictivo. Adictivo de un modo inmisericorde con la existencia del mundo que queda fuera de sus páginas. Durante el tiempo físico, mensurable, que su lectura exige, mientras se discurre por los tres niveles fundamentales de la aventura (la película de los Navidson, el manuscrito de Zampanò y las exégesis de Johnny Truant), resulta difícil escapar de su hechizo. El libro opera, en realidad, como un agujero negro. No se me ocurre mejor definición para ilustrar su potencia.

Y una vez terminado, algo del lector queda sin remedio dentro de La casa de hojas. Danielewski ha logrado así satisfacer el sueño último, confesable o no, de todo escritor. Convertir su propio texto en una casa —casa de pavor, casa de redención, casa de lunáticos— para siempre, definición que Vila-Matas aplicó en su texto homónimo a eso que todavía hoy seguimos denominando ficción. 

Que no entre aquí quien tema perderse... Una leyenda parecida podría colocarse en el umbral de La casa de hojas, la novela de Mark Z. Danielewski que el esfuerzo conjunto de las editoriales Alpha Decay y Pálido Fuego, en unión con la impecable traducción de Javier Calvo y la virtuosa maquetación de Robert Juan-Cantavella, han hecho posible. Libro matrioshka, laberinto de laberintos, cebolla de mil capas que explora tanto las posibilidades conceptuales como los recursos estilísticos de la narrativa en una época en que todo parece haber sido ya expuesto hace tiempo al severo escrutinio de las academias, La casa de hojas es un notable artefacto.

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