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Un Nobel en el corazón canalla de Tokio
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Ricardo Menéndez Salmón

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Un Nobel en el corazón canalla de Tokio

Quién lo iba a decir, pero también Japón conoció sus felices y locos años 20, con su charlestón y sus números picantes, con sus circos que

Foto: El novelista japonés Yasunari Kawabata.
El novelista japonés Yasunari Kawabata.

Quién lo iba a decir, pero también Japón conoció sus felices y locos años 20, con su charlestón y sus números picantes, con sus circos que invitan a recordar La parada de los monstruos y sus bandas de proxenetas. Y un narrador de lujo, Yasunari Kawabata, el primer Nobel de Literatura de su país, que por aquel entonces era un escritor camino de cumplir la treintena mientras rondaba por las calles de Tokio para urdir una obra memorable: La pandilla de Asakusa (Seix Barral).

Una obra excéntrica, fresquísima y audaz, que sorprenderá a quienes hayan leído al autor de País de nieve y Mil grullas, pues encontrarán en sus páginas un registro muy distinto al que acabaría por consagrar a Kawabata como un grande de las letras del pasado siglo.

Si todo libro precisa de un contexto para explicarse, cabe señalar al menos dos circunstancias que ayuden a entender de qué trata La pandilla de Asakusa y por qué es un texto redactado de modo tan peculiar. En la década de los veinte, tras el terremoto de 1923, que destruyó gran parte de Tokio y mató a millares de personas, el distrito de Asakusa se convirtió en el centro de eso que Dumas hijo bautizó como demi monde, pero también en la meca del juego y de los artistas de variedades, un espacio que, como pronosticaba una canción de la época, constituía el auténtico «mercado humano» de la capital.

Atuendo de cronista

Por otro lado, hablando en términos literarios, eran los años en que Japón se abría al modernismo, al influjo de Joyce, Gide o Virginia Woolf, una época en la que Kawabata aceptaría ejecutar una pirueta arriesgada, tanto formal como estilísticamente: narrar la vida en el barrio más canalla de Tokio conjugando los tópicos y lugares comunes de la antigua literatura de la época Edo con el experimentalismo de la narrativa occidental más eminente. La conjunción de ambas circunstancias epocales, que atañen tanto a la historia interna de Japón como a la historia de la literatura universal, condicionan de modo singular ese fragmento irresistible de vida que conforma La pandilla de Asakusa.

La novela es la historia de un paseante, de un ocioso, de un mirón. Despojado de prisa, curioso de todo y ante todos, Kawabata se viste el atuendo de cronista y echa a andar. No en vano, el libro se publicó por entregas en un periódico, como si de un folletín decimonónico se tratara, de forma que el auténtico hilo de la acción no es otro que ese deambular fragmentado, a veces distraído, otras recalcitrante, siempre irónico y mordaz, que conduce al escritor de las bambalinas de los teatros a los parques donde pernoctan los mendigos, de las habitaciones de las prostitutas a los bares clandestinos.

En medio de todo ello, como vago elemento cohesionador, la historia confusa, llena de meandros, digresiones y callejones sin salida, de La Pandilla Escarlata, una gang formada por chicos escapados de reformatorios, chicas sin prejuicios e intrépidas, niños vendidos por sus padres que han aprendido a ganarse el sustento desde muy pronto; una historia que, como un Guadiana narrativo, viene y va, asoma y desaparece, se enrosca como una serpiente multicolor, retrocede y avanza en el tiempo, da saltos inesperados y desmiente cualquier pretensión de objetividad, un nicho ficcional que permite desplegar a Kawabata buena parte de los recursos literarios que la época ponía a su alcance: ironía, simbolismo, protagonismo absoluto del lenguaje, adhesión al pastiche, autoconciencia de la narración…

El resultado es un fresco cruel y a la vez ingenuo, en el que no faltan monjes budistas, leyendas de fantasmas como las que amaba Lafcadio Hearn y un elenco de estampas perversas: asesinato, robo, estupro, drogadicción, locura. En Asakusa el placer y el dolor no estaban lejos, aunque Kawabata nunca acentúa los rasgos del lado oscuro.

Admiración sin límites

El bosquejo que entrega al lector, a quien interpela constantemente, como un hermano mayor que guiara a sus hermanos más jóvenes por un barrio atestado y un poco peligroso, jamás provoca recelo y sí a menudo admiración. Admiración ante una vida que no se resiste a ser encasillada y que, como las plantas, aprovecha el mínimo atisbo de luz para crecer.

El Asakusa de aquella década esplendorosa, como antes había sucedido ya con Yoshiwara, el distrito de la prostitución legal, desapareció en los siguientes años. Primero la brutal recesión económica que Japón sufrió a consecuencia del crack bursátil del 29, y después los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial, borraron literalmente de la faz del mapa de Tokio buena parte del distrito.

Viejo corazón domesticado

En los años posteriores a 1945, cuando la capital tiene que reinventarse y ya nunca más será esa ciudad con forma de sandalia sucia que el propio Kawabata describía a finales de los años veinte, sino la megalópolis pujante que desde entonces es sinónimo planetario de ultramodernidad, Asakusa pierde parte de su sabor y mucho de su encanto.

Los centros del placer se desplazan hacia otros distritos, sobre todo hacia Shinjuku, y Asakusa, cuyo solar ha sido en gran parte destruido por los B29 americanos, renace de modo más controlado y eficaz, menos bullicioso y caótico. El viejo corazón del gozo se ha domesticado. Los tiempos heroicos de las bandas que inspiraron a Kawabata algunos caracteres de La Pandilla Escarlata fatigan ahora vidas honestas y prudentes, aburridas.

También Kawabata, en su posterior obra, parece desviar su mirada hacia la narración de otro Japón, no menos fascinante pero sin duda menos vertiginoso. En todo caso, queda para la memoria de lo que un día fue el Times Square de Tokio, este libro insólito y magnífico, del que Kabawata nunca habló con especial afecto en sus años de madurez, pero que aún hoy, más de ocho décadas después de haber sido escrito, deslumbra por su ingenio, por su plasticidad y por esa intensísima impresión de vida que transmite.

Quién lo iba a decir, pero también Japón conoció sus felices y locos años 20, con su charlestón y sus números picantes, con sus circos que invitan a recordar La parada de los monstruos y sus bandas de proxenetas. Y un narrador de lujo, Yasunari Kawabata, el primer Nobel de Literatura de su país, que por aquel entonces era un escritor camino de cumplir la treintena mientras rondaba por las calles de Tokio para urdir una obra memorable: La pandilla de Asakusa (Seix Barral).

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