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Ricardo Menéndez Salmón

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Entrevista con el franquismo

Alfons Cervera rememora en 'Todo lejos' un caso de torturas de la policía franquista

Foto: Manifestación en favor de las víctimas del franquismo (EFE)
Manifestación en favor de las víctimas del franquismo (EFE)

En 1971, Stanley Kubrick agitaba a los espectadores de medio mundo con su versión cinematográfica de La naranja mecánica de Anthony Burgess; en 1971, Pablo Neruda recibía el Nobel de Literatura por una obra poética de aliento épico y ético; en 1971, España celebraba otro aniversario del “glorioso alzamiento nacional”, que conducía al país por la senda del récord mundial de longevidad autoritaria. En 1971, la vida era breve, el arte era largo, y Franco parecía eterno.

Un domingo de julio del año 1971, un grupo de amigos del pueblo valenciano de Los Yesares, unidos por sus convicciones democráticas y por su lucha contra la dictadura, vería cómo su vida cambiaba para siempre. Aquel día supondría un antes y un después en sus existencias. Porque la víspera de ese domingo, la policía había detenido a una parte del grupo, tres hombres, en la carretera que iba de Valencia a Madrid.

Los tres habían sido conducidos luego al cuartel de Patraix. Otra parte del grupo sería detenida días más tarde, conociendo la tortura y la prisión. Y entre estos dos sucesos, en la fecha mencionada, mientras una orquesta llamada Los Taburos interpretaba canciones de The Beatles y una muchacha llamada Clara partía de Los Yesares sin mirar atrás, otro miembro del grupo, de nombre Martín, se colgaba de una higuera.

Julia Kristeva ha definido la literatura como un movimiento aporético, el intento por aproximarse hacia una meta que jamás se alcanza, la aspiración hacia una finalidad constantemente defraudada. Kristeva presenta al escritor como un Sísifo que acarrea una y otra vez la piedra del lenguaje a una montaña por cuya ladera indefectiblemente acabará rodando.

La realidad se deja tematizar, pero no se puede momificar; la realidad se deja interrogar, pero sus respuestas son siempre parciales; la realidad se deja cercar, pero no permite que se le dé caza. La literatura no es una red que podamos aplicar sobre el mundo. Por muy fino y estrecho que sea el diámetro de sus losanges, siempre habrá peces que se escapen. Y como bien sabían los capolavoro renacentistas, dios está en los pequeños detalles, así que, en ocasiones, es posible que los peces más pequeños sean también los más sabrosos.

Empeñado en aprehender esa realidad escurridiza y ponerle coto, Todo lejos asume un expediente ambicioso: entrevistar a los protagonistas de aquel domingo de julio en Los Yesares para saber qué sucedió dentro de un coche que recorría la carretera entre Valencia y Madrid, qué sucedió en la Terraza Tropical mientras Los Taburos versionaban Only you de The Platters, qué sucedió en las celdas de tortura de la policía franquista y qué sucedió en un árbol junto a un río donde un hombre se quitó la vida, el miedo e incluso la culpa.

Pero el autor no es un ingenuo, y él mismo, en los fragmentos sin nombre propio que conforman el libro, destila ese escepticismo teñido de malestar que define su tarea. Sus interlocutores responden, cierto, pero no por honestos resultan fiables. Alguno ha encontrado una suerte de paz junto a las ocas del Périgord; otro recuerda desde una residencia de ancianos sus paseos por la Selva Negra junto a una mujer añorada; un tercero intenta desde las aulas que sus alumnos, que nada saben de aquel tiempo de infamia y de esperanza, no sean devorados por la apatía; por último, quienes golpearon la carne y el hueso, ellos, los funcionarios de la vergüenza y la deshonra, ellos, los guardias civiles, ellos, como memorablemente señala el texto, «son para siempre».

Cervera desmonta el lugar común que vincula memoria con asilo. Alejado de una visión consoladora del tiempo recobrado, el narrador halla a sus corresponsales donde siempre han vivido: a la intemperie, sin refugio frente al dolor sufrido. Es aquí donde Todo lejos alcanza su dolorosa enseñanza y enraíza con la narrativa previa del autor, sobre todo con su pentalogía Las voces fugitivas. Porque la tarea de la escritura posee un aura de fatalidad. Y sin embargo, qué otra cosa se puede hacer si no escribir, y recordar, y una y otra vez, disciplinada y aplicadamente, fracasar en el intento por entender cuanto sucedió, por capturar eso que seguimos llamando «la vida».

En 1971, Stanley Kubrick agitaba a los espectadores de medio mundo con su versión cinematográfica de La naranja mecánica de Anthony Burgess; en 1971, Pablo Neruda recibía el Nobel de Literatura por una obra poética de aliento épico y ético; en 1971, España celebraba otro aniversario del “glorioso alzamiento nacional”, que conducía al país por la senda del récord mundial de longevidad autoritaria. En 1971, la vida era breve, el arte era largo, y Franco parecía eterno.

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