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Las joyas inéditas de Buena Vista Social Club
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Carlos Fuentes

La banda (sonora)

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Las joyas inéditas de Buena Vista Social Club

El supergrupo de música cubana regresa veinte años después con nuevo disco

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Como en la vieja habanera que Guillermina Aramburu escribió en 1934 para la gran María Teresa Vera, veinte años después regresa Buena Vista Social Club. El último gran disco de las músicas cubanas publicado en el siglo XX, el bolero postrero de toda una generación de compositores e intérpretes que encandiló al mundo a base de guajira, guaracha, danzón y cha cha chá. Ahora, el epílogo de aquellas históricas sesiones de grabación realizadas en La Habana en la primavera de 1996 vuelve a fulgir en el álbum Lost and Found. Catorce piezas inéditas que reúnen a las voces supervivientes de Omara Portuondo y Eliades Ochoa con la memoria sonora de los desaparecidos Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Cachaíto, Manuel Galbán, Pío Leyva y Angá Díaz.

No es fácil seguir buscando gemas escondidas en los recovecos de una sesión de grabación que, a la postre, se convirtió primero en un disco de ocho millones de copias vendidas, luego en una película de Win Wenders y, desde entonces, da título a una colección antológica de proyectos individuales bajo la etiqueta Buena Vista Social Club presents. Pero todavía quedaban tesoros por enseñar al gran público, constató Nick Gold, el director de la disquera británica World Circuit y productor del disco que revitalizó el interés general por los fantásticos ritmos de la isla de la música. Así que Lost and Found podría ser, sin ambages, ese capítulo jamás escrito sobre aquellos días de grabación en los estudios de Egrem en el habanero barrio de Miramar. Una experiencia musical que para el guitarrista Ry Cooder se convirtió en una aventura inaudita. “Sentía que me había estado preparando toda la vida para esto”, dijo el autor de París-Texas.

Y con el ritmo pausado de Cuba se abre ahora Lost and Found, recuperando la esencia del disco original. No es casualidad que la versión de Macusa suene a dos voces con Eliades Ochoa y Compay Segundo. Fue la fórmula con la que el álbum Buena Vista Social Club tumbó la puerta del desinterés de tantos años por las músicas cubanas gracias a la ya popular Chan Chan. Antes, con la voz atlética de Ibrahim Ferrer al frente, suena Bruca manigüá en homenaje a los tiempos en los que este hombre bueno que Buena Vista Social Club rescató del retiro como limpiabotas compartió tablas con el bárbaro del ritmo Benny Moré. Otro clásico del cancionero popular cubano, Tiene sabor, de dominio vecinal en la versión de Abelardo Barroso y la Orquesta Sensación, suena aquí en la voz trémula de Omara Portuondo.

Esta pieza se quedó fuera de la selección de su disco Flor de amor, publicado en 2004, y ahora fulge de nuevo con la fórmula vocal que la veterana cantante de Cayo Hueso aprendió en el seminal cuarteto femenino Las D’Aida, el conjunto que acompañó a Nat King Cole en las noches de conciertos legendarios de Tropicana, en el suburbio habanero de Marianao. Omara Portuondo repite luego con el clásico bolero-son de Miguel Matamoros Lágrimas negras, quizá la pieza cubana más conocida fuera de la isla, aquí recuperada en la grabación de última hora en las sesiones originales de 1996.

La cuota experimental de Lost and Found, porque no sólo de la nostalgia vivió Buena Vista Social Club, devuelve a los anaqueles a una de las promesas más rompedoras que salieron de Cuba en la última década del siglo pasado. Miguel Aurelio Díaz Zayas ya era un reputado percusionista cuando se sumó al equipo de Buena Vista Social Club. Originario de la provincia campesina de Pinar del Río, allí donde crece el mejor tabaco cubano, Angá heredó primero el apodo de su padre y, ya en los años noventa, apareció de improviso en la escena de jazz afrocubano. Desde Gonzalo Rubalcaba no se había visto nada parecido. Grabó en 1994 con el legendario conguero Tatá Güínes el disco Pasaporte y dos años después trabajó con Roy Hargrove en el álbum Crisol Habana, ganador de un premio Grammy.

En Buena Vista Angá aportó rítmica negra, luego protagonista de un disco propio muy recomendable, Echu Mingua, publicado un año antes de fallecer por un infarto en su casa de Barcelona. Lost and Found rescata ahora la pieza Black Chicken 37, uno de los descartes de Introducing Cachaíto, disco titular del bajista de largo recorrido de la saga de los López, los hermanos Orestes e Israel Cachao, los padres de aquel ritmo contagioso que en los años cincuenta puso al mundo entero a bailar música cubana al grito de ¡maaambo!

El rey del piano

Capítulo protagonista aparte merece en Lost and Found el añorado pianista y compositor Rubén González. Columna vertebral en el conjunto liderado por el violinista Enrique Jorrín, posiblemente el proyecto musical que más hizo por la fiebre del cha cha chá dentro y fuera de Cuba, este veterano superviviente de la época gloriosa de las músicas cubanas era el primer artista que llegaba cada mañana a los habaneros estudios de Egrem. Tan pronto amanecía, rápido se sentaba al piano. Hacía años que no disponía de instrumento en casa y vivía de su raquítica pensión de músico jubilado. Él, Rubén González, el pianista que enseñó al mundo las músicas de Cuba con recitales en Venezuela y Argentina.

Casi nadie se acordaba de eso pero, en palabras de Nick Gold, aún rebosaba música, música e ideas. “Rubén estaba siempre on fire”, recuerda el productor, que sin dudar elige el primer álbum instrumental de Rubén González como su capítulo preferido de toda la serie discográfica de Buena Vista Social Club.

El nuevo disco de rescates ofrece ahora un paseo melancólico por la memoria del octogenario pianista de Santa Clara que iba para médico y empezó carrera musical con Arsenio Rodríguez en 1943. Suenan dos instrumentales, Quiéreme mucho y Como siento yo (esta, en directo, en su primer concierto en Londres) y, con el aporte vocal de Eliades Ochoa, Pedacito de papel. Para detallistas, y en un guiño curioso que conecta con el optimismo de vivir que rodeó siempre la aventura excepcional de Buena Vista Social Club, al final se escucha al pianista cantando en un arrebato improvisado de madrugada en la atmósfera mágica de Egrem. Es lo que tenía La Habana del son, la que nunca admitió comparación.

Como en la vieja habanera que Guillermina Aramburu escribió en 1934 para la gran María Teresa Vera, veinte años después regresa Buena Vista Social Club. El último gran disco de las músicas cubanas publicado en el siglo XX, el bolero postrero de toda una generación de compositores e intérpretes que encandiló al mundo a base de guajira, guaracha, danzón y cha cha chá. Ahora, el epílogo de aquellas históricas sesiones de grabación realizadas en La Habana en la primavera de 1996 vuelve a fulgir en el álbum Lost and Found. Catorce piezas inéditas que reúnen a las voces supervivientes de Omara Portuondo y Eliades Ochoa con la memoria sonora de los desaparecidos Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Cachaíto, Manuel Galbán, Pío Leyva y Angá Díaz.

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