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Permítame que me ría: chistes para ir a la cárcel
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Alberto Olmos

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Permítame que me ría: chistes para ir a la cárcel

Oportuno ensayo de Andrés Barba sobre el humor y el pensamiento cínico. 'La risa caníbal' radiografía la comicidad a partir de varios hitos culturales e históricos

La corrección política ha conseguido algo inimaginable: que determinados chistes que nos hicieron reír en los años noventa ahora no tengan gracia (pensemos en el famoso 'sketch' de Martes y Trece 'Mi marido me pega'). Sin embargo, algunos humoristas han encontrado un filón precisamente en hacer reír con asuntos sobre los que está mal visto bromear, pues el aherrojamiento social de la risa 'caníbal' ha propiciado la necesidad de vías de escape, una suerte de infidelidad ética que se consuma en las oscuras salas de un teatro o en la privacidad del propio salón, viendo vídeos en YouTube.

En su exitoso espectáculo, el monologuista Miguel Lago aplaude el enriquecimiento ilícito de los Pujol y se burla de aquellos que no entienden que por robar un barra de pan uno pueda acabar en la cárcel y por llevarse 3.000 millones de euros probablemente no. "¡Robad 3.000 millones de euros y no pan, imbéciles!", grita al público Miguel Lago.

Y el público se ríe. Como se ríe de los comentarios misóginos, de las ancianas vistas como toxicómanas (de ahí que agarren con tanta fuerzas sus bolsos llenos de pastillas, dice el monologuista), de las soluciones para el acoso escolar (que el padre dé una paliza al niño agresor en un descampado) o de los niños concebidos por reproducción asistida, que son niños “más caros” que los otros y, por lo tanto, da más miedo que se caigan del columpio.

Llamamos a esto post-humor. Ya no hace falta ser ingenioso para convertirse en cómico, basta con ser muy cabrón.

Pensamiento cínico

No negaré que alguna insatisfacción me ha provocado la lectura de 'La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder', el ensayo sobre el humor a lo largo de la historia escrito por Andrés Barba (Madrid, 1975). Con los cenicientos tuits de Guillermo Zapata en mente, y una pancarta diminuta donde puede leerse 'Gora Alka-eta' protagonizando la semana informativa -amén de todos esos monologuistas encarcelados o amenazados por sus chistes sobre terrorismo-, acudí a este ensayo en busca de respuestas más precisas sobre el humor en nuestro tiempo. Empecé mal.

'La risa caníbal' no elude algunas cuestiones de actualidad, como las portadas del semanario 'Charlie Hebdo', pero se propone en verdad como un repaso, en nueve miniensayos, de algunos periodos a lo largo de la historia donde el humor ha entrado en conflicto con el buen gusto convencional o, incluso, con la gestión de gobierno. Además, se presta mucha atención a la figura del humorista (desde la célebre 'tristeza del cómico' hasta su procedencia: “El origen de la inmensa mayoría de los cómicos está en la calle”) y se dedican páginas a cuestiones marginales como el humor en la película porno 'Garganta profunda' o el trasnochado mundo de los ventrílocuos.

'La risa caníbal' propone un repaso de algunos periodos de la historia donde el humor entró en conflicto con el buen gusto o, incluso, con el Gobierno

Fascinante es en el libro todo lo relativo a Estados Unidos, nación donde conviven las restricciones más severas con los más arriesgados propósitos hilarantes. Así, el silenciamiento del humor después del 11-S coincidió con la aparición -señalada con acierto por Barba- de uno de los grandes cómicos (involuntarios) de todos los tiempos: George Bush Jr.

“Creo que todos coincidirán conmigo en que el pasado ha terminado” o “les prometo que escucharé todo lo que aquí se diga, aunque no me encuentre presente” son solo parte del legado de esta leyenda del humor.

La lección de Borat

No es seguro que la afirmación de Woody Allen según la cual la comedia “es drama más tiempo” siga siendo válida a día de hoy. Quizá lo gracioso en el siglo XXI es no dar tiempo a que el público abandone el duelo. Los chistes ya no se hacen en el bar después del entierro, sino en el tanatorio con el muerto de cuerpo presente.

Charles Chaplin, según leemos en 'La risa caníbal', afirmó que no hubiera sido capaz de crear 'El gran dictador' si hubiera conocido entonces las dimensiones del horror nazi. Esta reticencia a hacer chistes sobre el dolor de los demás lleva a Andrés Barba a preguntarse: “¿Somos verdaderamente mejores ahora que tememos reír? ¿Hemos ganado algo? ¿Hemos crecido como sociedad democrática y como individuos al alistarnos colectivamente a la policía del buen gusto?”.

“¿Somos mejores ahora que tememos reír? ¿Hemos crecido como sociedad democrática al alistarnos colectivamente a la policía del buen gusto?”

En la película 'Borat', se encuentra una de las lecciones de ética humorística más brillantes que yo haya oído -a pesar de que no la comparta-. El personaje interpretado por Sacha Baron Cohen le pregunta a un puritano por qué no se pueden hacer determinados chistes, y el buen hombre dice algo memorable: “No nos reímos de cosas que la gente no ha elegido”. Es decir, del físico, del origen social, de la desgracia.

Borat y los chistes que valen

Irene Villa no 'ha elegido' ser víctima de ETA, pero Esperanza Aguirre sí ha elegido ser ministra, presidenta, ahora concejala del ayuntamiento, y decir las cosas que dice. Yo no he elegido ser calvo, pero sí he elegido manifestar mi hartazgo respecto a la novela negra. Según la consigna conservadora, pueden reírse de mí por mis opiniones, pero no por mis atributos.

En el lado opuesto estaría -con Miguel Lago aplaudiéndola- la monologuista Joan Rivers. Según narra Andrés Barba, Rivers fue abroncada por parte del público al hacer un chiste sobre los sordos (que obviamente no han elegido ser sordos), a lo que ella respondió que también hacía chistes sobre hombres sin piernas: “¡Durante años estuve viviendo con un hombre al que le faltaba una pierna y siempre hacía el chiste de que si tenía un hijo con dos piernas dudaría de su paternidad! ¡De eso va la comedia, gilipollas!".

La corrección política ha conseguido algo inimaginable: que determinados chistes que nos hicieron reír en los años noventa ahora no tengan gracia (pensemos en el famoso 'sketch' de Martes y Trece 'Mi marido me pega'). Sin embargo, algunos humoristas han encontrado un filón precisamente en hacer reír con asuntos sobre los que está mal visto bromear, pues el aherrojamiento social de la risa 'caníbal' ha propiciado la necesidad de vías de escape, una suerte de infidelidad ética que se consuma en las oscuras salas de un teatro o en la privacidad del propio salón, viendo vídeos en YouTube.

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