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María Trincado

Rincón de María Trincado

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A corazón abierto

A corazón abierto. Elie Wiesel. 96 páginas; 14,00 euros. Comprar libro.Sentida y sincera reflexión que el contacto con la muerte ha provocado en un Elie Wiesel anciano,

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Sentida y sincera reflexión que el contacto con la muerte ha provocado en un Elie Wiesel anciano, sometido con 82 años a una gravísima operación de corazón; de ahí el título de la obra, aunque su significado es mucho más amplio. De nuevo me admira la profundidad de la humanidad de este hombre, sus búsquedas, sus preguntas inquietas y perturbadoras a las que no busca una respuesta ni fácil, ni cómoda: “Vuelvo a oír a un gran periodista amigo, en un diálogo televisado, intentando averiguar lo que yo le diría a Dios cuando estuviera ante Él. Dos palabras -contesté-: ¿Por qué?”

De nuevo me reconforta su bondad, fruto de una consciente y dolorida opción vital en circunstancias extremas: la experiencia siendo niño del campo de concentración alemán de Buchenwald, donde vio morir a casi toda su familia. “Pertenezco a una generación que se ha sentido a menudo abandonada por Dios y traicionada por la humanidad. Y, sin embargo, creo que no podemos separarnos ni del uno ni de la otra (…) Cada uno debe escoger entre la violencia de los adultos y la sonrisa de los niños, entre la fealdad del odio y el deseo de oponerse a él. Entre infligir sufrimiento y humillación a su semejante y ofrecerle la solidaridad y esperanza que merece”.

En esta breve introspección escrita, de apenas 90 páginas, Wiesel nos regala la esencia de los motivos de su vivir a pesar de que cree que el mundo no ha aprendido nada si después de Auschwitz no hemos acabado con las guerras, el racismo y el odio (pg. 52). Con su palabra experimentada celebra la infancia, la amistad, el amor, la paternidad, la fe de sus padres y el trabajo de una vida.

“Mis dos nietos, a los que quiero con una amor que no conoce límites. Cuando me sonríe Eliyah (su nieto de 5 años), sé que la felicidad existe y que el hombre tiene derecho a ella”

“En cuanto a la amistad, ¿de qué modo definirla? Le dediqué un curso en la Boston University. Un curso que era, en primer lugar y ante todo, una celebración: hasta tal punto existe en este sentimiento un elemento inmortal. ¿Acaso una amistad rota no engendra una tristeza profunda, más profunda incluso que un amor que termina?”

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Todo mi respeto, mi consideración y mi emoción hacia un hombre que mirando atrás es capaz de afirmar: “Creo en el hombre a pesar de los hombres. Creo en el lenguaje aunque haya sido maltratado, deformado y pervertido por los enemigos de la humanidad. Y sigo aferrándome a las palabras, porque nos corresponde a nosotros transformarlas en instrumentos de comprensión más que de desprecio. Tenemos que escoger si deseamos servirnos de ellas para maldecir o curar, para herir o consolar”

Dada la riqueza de cada línea, esta obra se va a convertir para mí en libro de cabecera y del alma, de esos que voy a rumiar y saborear, de esos que me hacen cavilar y emocionar, de esos que me hacen gritar de agradecimiento y gozar con la grandeza de las obras espirituales del hombre, que nos trascienden y hacen inmortales.

Elie Wiesel nació en Sighet, Rumanía, en 1928. Tras sobrevivir a la II Guerra Mundial, pudo viajar a París para estudiar; en 1956 se establece en Estados Unidos, donde poco después obtuvo la nacionalidad norteamericana. Periodista, escritor, profesor universitario, durante toda su existencia ha tratado de reavivar la  memoria sobre el holocausto, pero también la cultura del misticismo jasídico oriental en cuyo seno nació y se formó. Su constante compromiso con la causa humana le valió el Premio Nobel de la Paz en 1986.

Sentida y sincera reflexión que el contacto con la muerte ha provocado en un Elie Wiesel anciano, sometido con 82 años a una gravísima operación de corazón; de ahí el título de la obra, aunque su significado es mucho más amplio. De nuevo me admira la profundidad de la humanidad de este hombre, sus búsquedas, sus preguntas inquietas y perturbadoras a las que no busca una respuesta ni fácil, ni cómoda: “Vuelvo a oír a un gran periodista amigo, en un diálogo televisado, intentando averiguar lo que yo le diría a Dios cuando estuviera ante Él. Dos palabras -contesté-: ¿Por qué?”