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Gabi Martínez

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Gabo en expansión

Es la primera noche sin Gabo, y su estrella alumbra aún más mientras en pantallas de todo el mundo miles o quizá millones de personas escriben,

Foto: Gabriel García Márquez en Monterrey, en 2007. (Reuters)
Gabriel García Márquez en Monterrey, en 2007. (Reuters)

Es la primera noche sin Gabo, y su estrella alumbra aún más mientras en pantallas de todo el mundo miles o quizá millones de personas escriben, por ejemplo, “Macondo” en textos de despedida. Macondo. Una palabra que ya le acompaña como si fuera un apellido.

En el repaso reflejo de los días con él desfilan muchos libros leídos en esas largas sesiones ininterrumpidas que solo concedemos a los que hechizan; el bigote y la sonrisa; un puñetazo histórico; la amistad con Fidel Castro; el asombro por cómo su realismo mágico se convirtió en modelo y después tormento de generaciones enteras de escritores latinoamericanos, que los últimos años luchaban -y no es hipérbole- por sacudirse de una vez su influencia literalmente continental, aunque no solo eso, porque el mundo entero ha traducido su obra y autores de India, Inglaterra o Nigeria siguen explorando su magia autóctona incitados por la capital conquista del colombiano: Macondo, ese lugar construido con lo más puro de la realidad y la fantasía, de ahí que arraigue tan bien en el imaginario de lectores de cualquier corte y procedencia.

El viaje a Macondo empezó de la mano de sus criadores originales: el abuelo coronel, que había matado a un hombre, y su supersticiosa abuela. Siguió con la atracción infantil por el circo y la más madura debilidad por La metamorfosis traducida según Borges, aparte de su aprecio a Faulkner y, desde luego, del inspirador espectáculo cotidiano al que asistiría en Colombia como “periodista por encima de todo”, la etiqueta que él mismo se colgó.

Las imágenes maravillosas y las frases entre sabias e iluminadas del paisanaje hallaron de pronto la región adecuada donde coincidir, tan ficticia como posible, que Gabo fue modelando con ese fraseo sencillo y clarividente surgido a borbotones, con esa prosa de aspecto fácil tocada con el don de la levitación. “Se me ocurrían sin cesar tantas cosas que si hubiera tenido más dinero la novela habría durado otras doscientas páginas”, le diría al autor William Ospina.

Geografías literarias

Y así, resistiendo gracias a la carne que un tendero fiaba a su esposa, García Márquez creó un espacio que años más tarde inspiraría, por ejemplo, a un par de colegas míos a impulsar un proyecto sobre territorios imaginarios que nos hizo viajar en busca de las Yoknapatawpha, Comalas, Malgudis y Macondos del mundo en uno de los proyectos más hermosos en los que he participado.

La capacidad de contagio y de estimular acciones físicas son de las varas más efectivas para medir el impacto y la perdurabilidad de una obra, de un autor, y a mí, Gabriel García Márquez, Gabito, Gabo me impulsó a desplazarme “de hecho” por las geografías literarias del planeta, y más tarde me ayudó a expresar lo que deseaba prestándome frases para un relato a propósito de una muerte anunciada. Eso es influencia. Ascendente. Genio.

A Ospina le habló de dinero, y esa preocupación, y la de la necesidad de un periodismo comprometido, valiente y digno no le abandonaron ni cuando llovieron los dólares. Con la mirada siempre a pie de hombre, Gabo entrevistaba sin grabadora prefiriendo escuchar el corazón de sus interlocutores, llegar a alguna verdad al fondo de las palabras, y aunque terminaría por no conceder entrevistas defraudado por el descuido y la manipulación generalizada entre unos profesionales que cada vez se lo parecían menos, continuó recurriendo al material cotidiano y tangible para demostrar lo bien que podían equilibrarse realidad y fantasía, escorándose bien hacia la novela, bien hacia ese reporterismo ideal que cultivaría a fondo hasta que las fuerzas se lo permitieron, y ahí queda Noticia de un secuestro, donde el escritor ya anciano plasmó una de las caras más crueles de su país natal.

Optimista siempre

Pese a la atención que siempre ha prestado a la muerte y lo terrible, Gabo ha cultivado una mirada optimista confiando en las posibilidades de la lucha por las ideas. Y en las posibilidades de las ideas originales. “¡Jubilemos la ortografía!”, declaró una vez. Por eso, al arrancar el nuevo milenio se animó a augurar que las nuevas tecnologías iban a favorecer “una especie de primitivismo ilustrado cuyo instrumento esencial ha de ser la imaginación creadora (…) la materia básica más rica y necesaria del mundo”. Al mismo tiempo, eso sí, alertó con encono sobre necesidades perentorias del planeta, como la de una alianza ecológica para salvar, de partida, los bosques tropicales.

Ahora que la estrella de Gabo ha empezado a expandirse en un firmamento distinto vinculado a palabras que se nos escapan al estilo de “eternidad”, el sentir que impera en mí es el de agradecimiento, porque igual que otros heredan cabañas, pisos o rascacielos, Gabo nos ha legado un sitio interior, una región imperdible donde hallar respuestas y calma, un refugio completo a tiro de estantería. Un lugar. Nada más y nada menos que un lugar.

Han pasado unas horas. Es por la mañana. Gabo ha muerto, sí. Y al preguntar mi hijo por él mientras en televisión aparecía el umbral de su casa mexicana abarrotado de periodistas, me he emocionado aún más al comprender que ese hombre ha hecho que la literatura alcance este abril, de nuevo abril, todos los rincones del mundo y que al menos durante un rato los habitantes de este pedazo de cosmos pensarán en el arte de escribir como en algo que quizá valga la pena cuidar. Gracias, Gabo, gracias. Y nunca serán bastantes.

Gabi Martínez (Barelona, 1971) es escritor. Su obra 'Sólo para gigantes' fue elegida mejor libro de no ficción en lengua española en 2011. Como autor de libros de viajes se le señala entre los más destacados impulsores del género. Su última novela es 'Voy' (Alfaguara).

Es la primera noche sin Gabo, y su estrella alumbra aún más mientras en pantallas de todo el mundo miles o quizá millones de personas escriben, por ejemplo, “Macondo” en textos de despedida. Macondo. Una palabra que ya le acompaña como si fuera un apellido.