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Queremos tanto a la Matute
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Queremos tanto a la Matute

La escritor Jenn Díaz cuenta cómo la obra de la autora recién fallecida ha influido en sus novelas

Foto: Ana María Matute recibe el homenaje del colegio sevillano que lleva su nombre (EFE)
Ana María Matute recibe el homenaje del colegio sevillano que lleva su nombre (EFE)

No puedo ni quiero pensar en la Matute como en una escritora que me ha enseñado a mirar la infancia, a fijar la mirada en los puntos muertos de la infancia. No quiero, no me da la gana. Imagínate que se te muere una amiga que sabía muy bien cómo cuidar de su jardín, y cuando se muere, te preguntan: ¿cuál, de todas las flores que plantó tu amiga, es tu preferida? Seguramente no sabrías cuál elegir y además las flores se te quedarían pequeñas al lado de la muerte, y pensarías que, bueno, sí, cuidaba muy bien su jardín, pero se te ha muerto una amiga. Se te ha muerto una amiga, qué puede importar un jardín, ¿no?

A mí hoy se me ha muerto una amiga que se llama Ana María Matute. Es una amiga un poco rara, porque no la he visto nunca, pero es amiga mía. No me importa que escribiera bien; bueno, sí me importa, que si por algo es amiga mía es porque escribe bien y yo leo mejor todavía. Pero no es lo que más me importa de mi amiga, porque es una amiga que trasciende en mi vida más allá de sus libros. Y no físicamente, qué va. Si ni siquiera hemos podido estrecharnos la mano.

Lo primero que he pensado cuando esta mañana me he enterado de que se me (sí, a mí) había muerto la Matute, es que la voy a echar de menos. ¿Por qué, si astutamente te he guardado libros sin leer para cuando ya no pudiera ampliar su obra literaria? Pues porque es una amiga mía quien se ha ido, y es a ella a quien voy a extrañar tanto.

A mí hoy se me ha muerto una amiga que se llama Ana María Matute. Es una amiga un poco rara, porque no la he visto nunca, pero es amiga mía

Pero ahora lo que tengo es una gran tristeza, un gran vacío; lo que tengo es pena. Pena porque se me ha muerto una amiga que cultivaba muy bien la palabra, y mañana ya os diré con cuáles me salvó, y pasado ya os diré la importancia que tiene para mí como creadora, y la semana que viene ya os diré que sin haber leído a la Matute, mi vida sería infinitamente más gris, sobre todo porque habría tardado más en ponerme a escribir y quizá no habría leído sus libros pensando que en cualquier momento me la podría encontrar por ahí. Dentro de un mes podré releer sus libros sin pensar todo el tiempo que la Matute se me ha muerto como se mueren las madres, las abuelas y las amigas.

Si no hubiera leído a la Matute, mi vida sería infinitamente más gris

Pero ahora no, ahora es tiempo de quedarse en silencio, y de pensar en ella, y de gastar alguna broma, porque no me imagino una muerte seria y estirada para tal criatura. Ahora queda esa resaca de la muerte, que te deja un poco en fuera de juego, y sin que te lo esperes aunque estuvieras esperándolo, que ya sabíamos todos que estaba pachucha. Me queda la Matute que me mira desde mi mesa, la Matute con la que he compartido momentos irrepetibles, la Matute que me emocionaba. Y yo quería tanto a esa Matute. Y la quería viva, y ahora la voy a aprender a querer muerta.

 

Jenn Díaz (Barcelona, 1988) es escritora. Este año ha publicado su última novela 'Es un decir'

No puedo ni quiero pensar en la Matute como en una escritora que me ha enseñado a mirar la infancia, a fijar la mirada en los puntos muertos de la infancia. No quiero, no me da la gana. Imagínate que se te muere una amiga que sabía muy bien cómo cuidar de su jardín, y cuando se muere, te preguntan: ¿cuál, de todas las flores que plantó tu amiga, es tu preferida? Seguramente no sabrías cuál elegir y además las flores se te quedarían pequeñas al lado de la muerte, y pensarías que, bueno, sí, cuidaba muy bien su jardín, pero se te ha muerto una amiga. Se te ha muerto una amiga, qué puede importar un jardín, ¿no?

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