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Gustavo Martín Garzo da las claves para escribir una novela y una leyenda judía
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Gustavo Martín Garzo da las claves para escribir una novela y una leyenda judía

1. Una confesiónEn su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Miguel Delibes se lamentó de haber malgastado su vida en la tarea de escribir. Su sustancia

Foto: El escritor Gustavo Martín Garzo, con su nueva novela 'Donde no estás' (Destino). (EFE)
El escritor Gustavo Martín Garzo, con su nueva novela 'Donde no estás' (Destino). (EFE)

En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Miguel Delibes se lamentó de haber malgastado su vida en la tarea de escribir. Su sustancia se había perdido entre la de sus personajes y de pronto se descubría cansado y viejo, sin fuerzas para continuar. Para que esos personajes vivieran, dijo en aquel día memorable, había tenido que morir.

No sé si es exactamente así. Los hombres religiosos hablan de esos dones que en ciertos momentos los hombres reciben de Dios. Hoy no creemos en ningún dios, pero la idea de que existe algo parecido a la gracia me sigue pareciendo necesaria. La gracia habla de la vida como algo que recibimos, que tenemos que cuidar y que nunca entenderemos. El más grande de los misterios.

Vivimos en nuestros sueños, en nuestros pensamientos, lo que es lo mismo que decir que en nuestras palabras. Pero ¿qué son las palabras? Tienen una naturaleza doble, pertenecen a la vez al mundo de todos, puesto que las compartimos, y nacen a la vez de nuestros desvaríos.Son un puente entre el mundo real y el de los sueños. “Las palabras -escribió Guy de Maupassant- tienen un alma. La mayoría de los lectores y de los escritores sólo le piden un sentido. Es preciso encontrar ese alma, que aparece en contacto con otras palabras”.

La vida es juego, locura, atrevimiento. Estar al lado del abismo y no caer en él. Es la debilidad lo que le da sentido. Lorca dijo que la poesía era lo que está en el filo, a punto de caer en ese lugar del que no se puede volver. Y esta es la condición de todo lo valioso. Estar en ese límite, al borde de la nada, pero a la vez graciosamente a salvo, como los brotes más tiernos, como las crías de los animales o los niños pequeños. Un niño es más débil que un adulto, por eso está más cerca de la vida y no necesita preguntarse por el sentido de las cosas. La vida para él es deseo no significado.

Uno de mis libros habla del minotauro, de su infancia. Es un proyecto muy antiguo, que tiene que ver con mi fascinación por este personaje central de nuestra cultura. Una criatura doble, que participa a la vez del mundo de la razón y del mundo de lo instintivo, que habla de lo más oscuro pero también de la inocencia y del deseo.

Es una novela sobre el deseo, su esplendor y su condena.Y en mi novela es Ariadna, su hermana, la que nos cuenta su historia. Lo hace en nombre del amor. Sólo el amor pone en nuestros labios las verdaderas palabras y Ariadna vive para el amor. El mundo masculino es el mundo de la identidad; el de lo femenino el de la heterogeneidad. Los hombres quieren poseer, las mujeres hacer hablara las cosas. Eso es la literatura para mí: que la vida se transforme en palabras.

¿Puede enseñarse a escribir? Seguramente no, pero nunca están de más unos buenos consejos. Edith Wharton, en el prólogo a sus relatos de fantasmas, aconseja a los que quieran escribir un relato de terror que no teman sentir miedo al hacerlo, de otra forma ¿cómo lograrían que sus lectores experimentaran un sentimiento semejante?Y, en efecto, si a un escritor no le afecta la historia que quiere contar es difícil que logre convencer a los que más tarde la leerán.

Tal sería el primer consejo que podría darse a un aprendiz de escritor: que trate de vivir su propia vida. Vivirla con intensidad, sin miedo, porque sólo la escritura surge de la experiencia y difícilmente podrá escribirse un buen cuento de amor si previamente no se ha conocido el tormento y el éxtasis propios de ese sentimiento humano.

El segundo consejo es que lea, pues sólo imitando los modelos de los grandes maestros y respetando los libros que estos escribieron podrá estar en condiciones de hacer algo semejante; y el tercero, que sea disciplinado, pues la escritura supone un esfuerzo, y sólo el que está dispuesto a realizarlo hasta el fin, sin desfallecer, podrá acceder a su extraño y complejo mundo.

Pueden añadirse dos consejos más: que den la máxima importancia a los detalles y que amen la historia que van a contar. El primero de ellos era una de las obsesiones de Vladimir Nabokov. Una historia se sostiene gracias una buena elección de los detalles, que son los que llenarán de vida las frases y darán verosimilitud a lo que se cuenta. De forma que si se describe una playa el escritor debe ser capaz de hacernos sentir el rumor del viento y el olor del agua salada; y si escribe sobre una pequeña habitación llena de humo debe conseguir que nos cueste respirar.

Pero el consejo más importante es que el escritor ame la historia que quiere contar. O dicho de otra forma, debe sentir el deseo de contarla, para lo que es imprescindible que esa historia exprese la individualidad, la manera de ver el mundo de quien la está escribiendo. Esto lo dijo Isaac Bashevis Singer, para quien no bastaba una buena historia sino que el escritor debía tener la convicción de ser el único capaz de escribirla. Aún más, que si él no lo hacía esa historia dejaría de escucharse en el mundo.

Ernest Hemingway dijo que para escribir hay que estar enamorado y es cierto. El escritor debe amar la historia que quiere contar, pues de otra forma ¿cómo podría transmitir al lector la sensación de necesidad, misterio y belleza inherente a la verdadera literatura? Escribir no es hablar de lo que conocemos sino de todo lo que callamos y no llegamos a entender. La literatura nos enseña a renunciar a las respuestas precipitadas y a amar las preguntas. Su mundo es el vasto campo de lo posible.

Para los chinos las puertas de sus ciudades no sólo eran lugares de tránsito y comunicación sino lugares sagrados. Para construirlas buscaban los huesos de antiguos guerreros cuyos espíritus trataban de convocar para proteger a la ciudad. Enterraban esos huesos en los muros y luego sacrificaban perros al objeto de que su sangre los vivificara. “Escribir una novela –nos dice Murakami- es algo parecido. Por más huesos que reúnas, por magnífica que sea la puerta que construyas, sólo con eso no tendrás una novela viva. Una historia, en algún sentido, no es algo de este mundo. Una verdadera historia requiere un bautismo mágico que conecte este mundo con el otro”.

Todos los grandes escritores saben que nuestra vida es y permanecerá siendo esencialmente misteriosa, y sus libros son puertas que nos permiten abrirnos a la experiencia de ese misterio. Borges tienen un relato que se titula El libro de arena. En él un hombre vende a otro un libro cuyas páginas están hechas de arena, de forma que su contenido es infinito y caótico.“Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que inflamaba y corrompía la realidad”.

La búsqueda de la literatura es la de ese libro infinito. Un libro cuya lectura, al contrario que en esta fábula, no corrompa la realidad sino que se añada a ella, ofreciéndonos desviaciones,puertas, salidas imprevistas. El escritor, como los viejos buscadores de oro, criba la arena de los sueños tratando de encontrar esa esquirla, esa piedrecita áurea que ilumine y dignifique la inacabable aventura humana.

En una leyenda judía, una terrible epidemia asola la ciudad de Praga y un rabino ve a la muerte recorriendo su barrio llevando una larga lista con los nombres de los condenados. El rabino descubre entre esos nombres el suyo y se las arregla para escapar. Pero la muerte no se conforma y le asegura que volverá en su busca cuando menos se lo espere. El rabino es dueño de múltiples conocimientos y logra construir un pequeño artefacto que tiene la propiedad de activarse cuando la muerte está cerca. Y a partir de entonces lo lleva siempre consigo.

La muerte se disfraza de muchas maneras pero, cuando logra aproximarse a él, el mecanismo emite un suave tintineo que permite al rabino burlarla una vez tras otra. Pasan los años y su vida se prolonga venturosamente. Un día se celebra su ochenta cumpleaños y se reúnen a su alrededor discípulos, amigos y familiares. Entre ellos hay una niña, su nieta, a la que el rabino quiere con locura. La niña le llama desde el patio para entregarle una rosa y él corre conmovido a buscar su regalo. Pero olvida, con las prisas, el artilugio que le protege en su despacho y eso causa su destrucción. La muerte se ha escondido en aquella flor y el rabino muere al oler su perfume.

Es extraño que una rosa y una niña, que son símbolos de inocencia y de vida, puedan ser el cebo que nos tiende la muerte para atraparnos. Y sin embargo la naturaleza nos enseña que la belleza también puede ser una trampa mortal. Las flores carnívoras ofrecen al insecto corolas de irresistibles colores; las arañas, la geometría perfecta de sus telas y sus centros vertiginosos; y las mantis religiosas, la arboladura de sus cuerpos malignos, dispuestos para el festín. Platón piensa que la belleza se confunde con el bien, pero en la naturaleza raras veces es así.

La percepción de la belleza es inseparable del sentimiento del riesgo. El vértigo de la velocidad, la llamada de las cumbres, el desafío del vuelo, nos transforman en los vulnerables herederos de Ícaro. El muchacho cretense pagó con la muerte la osadía de querer acercarse al sol, y muchos hombres en su afán de hacer suya la belleza inalcanzable repiten su amargo destino. La muerte camina al lado de la vida y sabemos que antes o después acudirá a buscarnos.

Nuestra propia razón puede considerarse como un mecanismo casi tan perfecto como el del rabino, ya que nos permite anticipar la llegada de la muerte y urdir todo tipo de estratagemas para burlarla y los avances de la medicina, que nos han permitido ampliar de una forma extraordinaria nuestra esperanza de vida, son la prueba. Pero sigue bastando muy poco, el encuentro por ejemplo con un rostro hermoso, para que nos inclinemos buscando la rosa de sus labios sin saber que tal vez, como en nuestro cuento, lo que se esconde en ellos es la muerte.

En una vieja entrevista, Elías Canneti cuenta que lo que le mueve a escribir su autobiografía es la noticia de la enfermedad de su hermano. Lo hace animado por la convicción de que si logra escribirla a tiempo salvará su vida, mas éste muere antes de concluirla. Sin embargo el libro llega a nosotros y su lectura, paradójicamente, nos consuela de ese fracaso. Es el poder de los libros. La leyenda del rabino nos dice que no podemos evitar a la muerte, pero sí robar las rosas de su jardín. Una bella historia es una rosa robada del jardín de la muerte. Vivir es recibir esa rosa de palabras de alguien amado.

* Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), Premio Nacional de Narrativa 1994 por ‘El lenguaje de las fuentes’, Premio Nadal por ‘Las historias de Marta y Fernando’, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por ‘Tres cuentos de hadas’. Su última novela es ‘Donde no estás’ (Destino).

En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Miguel Delibes se lamentó de haber malgastado su vida en la tarea de escribir. Su sustancia se había perdido entre la de sus personajes y de pronto se descubría cansado y viejo, sin fuerzas para continuar. Para que esos personajes vivieran, dijo en aquel día memorable, había tenido que morir.

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