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Las casas de nuestros poetas se caen a trozos
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Las casas de nuestros poetas se caen a trozos

Un pequeño muro desconchado y una puerta metálica desvaída con aires destartalados esconden una casa de ladrillo que tiene nombre desde hace muchos años

Foto: Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre y centro de reunión de la Generación del 27 (Asís Ayerbe)
Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre y centro de reunión de la Generación del 27 (Asís Ayerbe)

Un cartel de «se vende» en un balcón, colgado precariamente —e incluso parece que con cierto apresuramiento aunque lleva más de un lustro allí—, recibe al visitante cuando llega al número 3 de la calle Vicente Aleixandre. Si se dice de corrido la dirección en cualquier conversación, nadie levanta una ceja en un gesto de interrogación ni se pregunta qué puede haber en esta calle tranquila, silenciosa y anodina, rodeada de colegios mayores y universidades privadas, en la que sólo rompen el silencio las ambulancias de la clínica Santa Elena.

Un pequeño muro desconchado y una puerta metálica desvaída con aires destartalados esconden una casa de ladrillo que tiene nombre desde hace muchos años:Velintonia. En ella vivió unpoeta desde 1927 hasta que falleció, en 1984. El poeta, de salud quebradiza desde muy joven, no frecuentaba demasiado los salones y los cafés de Madrid y siempre prefirió ejercer de anfitrión y convocar en su casa. Así, Velintonia se convirtió poco a poco enla casa de la poesía, primero frecuentada por los poetas de laGeneración del 27y después por generaciones posteriores de jóvenes escritores (la del 36, la del 50, los novísimos), que acudían allí casi como cita obligada en su incipiente carrera literaria.

En 1984 se empezó a cerrar la casa. Cayó en el olvido, igual que su propietario, Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura en 1977. Los muros pronto ignoraron que por allí habían desfilado Gerardo Diego, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Carlos Bousoño, José Caballero Bonald, José Ángel Valente, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix o Guillermo Carnero, entre otros. Aleixandre era un hombre generoso y bueno que siempre brindó ayuda a todos los poetas que empezaban a escribir. Decía Brines sobre sus visitas al chalet de Metropolitano: «Le leías tus versos y luego los leía él en voz alta. Su entonación los hacía mejores. Salías de allí enfervorizado». Y son muchos los que consideran a Aleixandre su maestro, como Gimferrer —con versos curtidos con él a la «llum de Velintònia»—, que incluso dedicó parte de su discurso de ingreso en la Real Academia a Vicente y a su casa.

En Inglaterra se creó en 1895 una institución llamada National Trust for Places of Historic Interest or Natural Beauty,más conocida comoNational TrustoNT, con el fin de gestionar lugares históricos o de especial interés. En la actualidad, este organismo se encarga de cuidar y preservar prácticamente todas las residencias de escritores del país. Y así, el viajero puede visitar la casa natal de Shakespeare, los distintos hogares de Jane Austen, la casa campestre de las Brontë, la de Beatrix Potter, y un largo etcétera, y todas están hechas un primor.

En España ni tenemos National Trust ni tenemos nada. Ni siquiera voluntad (y sensibilidad) política ni conciencia cultural para reparar las casas destrozadas de escritores patrios. El caso de Velintonia es flagrante. Si ya de por sí la muerte de Aleixandre dejó litigios importantes a causa de la propiedad de su archivo y de su biblioteca (la voluntad del poeta fue que Carlos y Ruth Bousoño se quedaran con ella), el futuro de su casa lleva casi veinte años dirimiéndose, sin haber llegado todavía a ningún acuerdo. En 1995 comenzó la campaña de denuncia del estado del chalet, impulsada por José Luis Cano y por la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre. Se recogieron firmas, pero no se obtuvo nada más.

En España ni tenemos National Trust ni tenemos nada. Ni siquiera voluntad (y sensibilidad) política ni conciencia cultural para reparar las casas destrozadas de escritores patrios

Diez años después, en 2005, se celebró una concentración frente a la casa que reunió a numerosas personalidades de la cultura. La noticia saltó a los medios de comunicación y desde las instituciones escucharon las propuestas de los herederos de Aleixandre, cuyo objetivo principal siempre ha sido que se convierta en laCasa de la Poesía, un centro de documentación y estudio de la poesía española del siglo XX, con especial énfasis en la crítica de la obra de Aleixandre. En un pleno celebrado ese mismo año, sin embargo, no se llegó a ningún trato y dos años más tarde, en 2007, con las partes sentadas a dialogar —Amaya Aleixandre, en representación de la familia, el Ministerio de Cultura, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento—, siguió sin alcanzarse un entendimiento.

La casa, mientras tanto, acabó sumiéndose en el más total y absoluto abandono: el interior luce completamente desnudo; los balcones exhiben unas rejas metálicas de cierre que recuerdan a tiendas baratas de barrio; y el jardín, donde se alza imponente el cedro que el propio Aleixandre plantó tras la Guerra Civil, es una escombrera de yesca y rastrojos desde donde se contemplan los muros exteriores llenos de grietas y desconchones Y todo ello rematado con el cartel de «se vende» en el balcón principal de la casa.

El pasado 19 de junio Velintonia se abrió al público por quinta vez, con ocasión de celebrar la amistad de Vicente Aleixandre y Miguel Hernández y presentar el epistolario inédito de ambos. Organizaron el acto la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre y la Fundación Miguel Hernández. El jardín de la casa se llenó de frescas naranjas («independientemente de la guerra, los naranjos florecían y Miguel siempre que venía a Madrid me traía naranjas», decía Aleixandre) para los invitados.

Por el improvisado escenario, cubierto por una alfombra para disimular las irregularidades del terreno, desfilaron poetas (Juan Carlos Mestre, Javier Lostalé, Vicente Molina Foix), actores (José Sacristán, Miguel Molina), cantantes (Carmen Linares, Luis Eduardo Aute), estudiosos de la obra de Aleixandre y Hernández (Jesucristo Riquelme, Alejandro Sanz) y familiares de ambos (Amaya Aleixandre, Lucía Izquierdo) para celebrar la amistad entrañable que unió a los dos poetas (no en vano, la familia de Miguel Hernández sobrevivió gracias a los giros pecuniarios que le remitía Vicente de manera puntual desde Madrid).

De nuevo se oyeron las voces reivindicativas, esta vez más alto que nunca, pidiendo un acuerdo para que Velintonia no siga en el olvido. Tímidamente se recordó que una de las propuestas electorales de Antonio Miguel Carmona fue hacerse cargo de este chalet y que se convierta por fin en la Casa de la Poesía. Urge una nueva conciencia política que sepa apreciar el legado literario y crítico de Vicente Aleixandre y que se pregunte si en cualquier otro país del mundo sucedería algo similar con la que ha sido la casa de un Premio Nobel de Literatura.

«En esta casa, desde la que le hablo a usted, vivo yo desde el año 1927. Siempre digo, como un recuerdo querido, que a esta casa vine siendo un poeta inédito. Después, en ella, he ido haciendo las cosas de mi vida a través de los sucesivos años. Esta casa tiene un pequeño jardincito, donde yo por las mañanas, con un pequeño capote que tengo para esto, paseo por el jardín y leo un largo rato. Entonces aprovecho y cuido un cedro, no digamos pequeño, porque es muy grande hoy día. Pero yo lo planté hace ya treinta años, y este cedro es un arbolito que era de treinta centímetros cuando yo lo planté y hoy tiene una cantidad de metros inmensa. Lo tenemos que podar constantemente porque, si no, se come y derriba la casa», Vicente Aleixandre.

«Yo conozco un jardín donde es, callado, el amor, donde habitaba la soledad más poblada que era la de la amistad, pues no había despedida y siempre se esperaba al que nunca dejó de estar, donde decirte quieroes irse quedando un día sin aire y más hondamente respirar. Yo conozco un jardín, el de Velintonia, del que no se podía salir sin sentir que unos ojos más allá de la vida una piadosa mirada enviaban al corazón del hombre», Javier Lostalé.

Belén Bermejo es filóloga y editora de narrativa y poesía enEspasa.

Un cartel de «se vende» en un balcón, colgado precariamente —e incluso parece que con cierto apresuramiento aunque lleva más de un lustro allí—, recibe al visitante cuando llega al número 3 de la calle Vicente Aleixandre. Si se dice de corrido la dirección en cualquier conversación, nadie levanta una ceja en un gesto de interrogación ni se pregunta qué puede haber en esta calle tranquila, silenciosa y anodina, rodeada de colegios mayores y universidades privadas, en la que sólo rompen el silencio las ambulancias de la clínica Santa Elena.

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