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Balcells, la agente literaria que necesitaba ser querida

La escritor Rosa Regàs profundiza en la personalidad de la agente de escritores más poderosa de las letras españolas

Foto: Mario Vargas Llosa con Carmen Balcells en 2010 (EFE)
Mario Vargas Llosa con Carmen Balcells en 2010 (EFE)

Conocí a Carmen Balcells un lejano día de finales de los años sesenta cuando llegó al despacho de Carlos Barral casi sin aliento porque estábamos en el piso más alto del edificio de la calle Provenza donde se había instalado la Editorial Seix Barral. Carlos estaba en ese momento en las Gráficas y Ana Castellar la hizo pasar y le preguntó si quería tomar un café.

Desde mi despacho, de paredes de cristal, yo también la había visto entrar y la miré con disimulo y atención porque había oído hablar mucho de ella. Vi a una persona de una portentosa presencia, de cuerpo grande y fuerte y con la cara amplia y limpia. Con un suave reflejo dorado en la piel de asombrosa blancura que conservó hasta el final de su vida, cuyos ojos parecían ver todo el espectro que alcanzaba su mirada. No, le respondió Carmen, pero quisiera hablar con aquella chica del despacho del fondo. ¿Es Rosa Regàs verdad?

Nuestro primer encuentro fue gracioso porque las dos teníamos noticias de la existencia de la otra y queríamos comprobar por nosotras mismas si lo que habíamos oídoera cierto o exagerado: “Inteligente”, “Es muy lista”, “Sabe lo que hace y dónde se mete”, “Se ha propuesto montar un imperio que controle los derechos de autor”, “No lo logrará”, “Hace muy poco que ha llegado a Barcelona y no sabe lo difícil que aquí es abrirte camino”, “Sí, claro que sí, Carlos Barral la está ayudando pero Carlos también es editor”, “Creo que es más amiga de Jaime Salinas”, “Haga lo que haga tendrá mucha gente en contra”, “Habla con los autores y verás lo que dicen, la adoran”, “No se puede pretender”…

Nuestro primer encuentro fue gracioso porque las dos teníamos noticias de la existencia de la otra y queríamos comprobar si lo que habíamos oído era cierto o exagerado

Así me llegaban las noticias de la existencia de aquella mujer que había llegado a la ciudad dispuesta a ser alguien en ella, no por su dinero, ni por su éxito social, sino por ser capaz de realizar un trabajo en el que creía y que desarrollaría hasta conseguir que pareciera una profesión inventada por ella.

La ayuda que recibió de Carlos Barral, el editor de 'Las dos orillas de la lengua española' en el momento en que él estaba implicado en el 'boom latinoamericano', hizo que para muchos fuera no solo la Mamá Grande, un título que le adjudicó Gabriel García Márquez, sino también la impulsora de aquel grupo de escritores. Lo que hizo, y lo hizo muy bien, es conseguir ser la agente literaria que los representaba ante las editoriales españolas, latinoamericanas e internacionales, desvelando y utilizando una red profesional de autores, editoriales y agencias literarias, desconocida hasta entonces.

Es cierto que había comenzado en una profesión de la que había pocos precedentes en España y lo había hecho con coraje y buscando donde fuere los conocimientos que le faltaban. Es cierto también que se introdujo en el mundo de los escritores, de los que tenían un aire distinto de los de otras editoriales, comprometidos no solo socialmente sino sobre todo con la literatura, y es cierto también que es en este ambiente donde fructificaron los esfuerzos y la imaginación de Carmen.

Su generosidad no tenía límites. Era capaz de organizar la vida, el horario, la economía de quien la necesitaba, con acierto y sin insistencia

El camino no siempre fue llano ni fácil, son famosos sus desencuentros con grandes personajes del mundo literario a los que al cabo de unos meses mostraba más amor del que nadie podría haber imaginado. Porque al margen de su excelente trabajo como la agente literaria que consiguió el reconocimiento de los derechos de los autores por sus obras, y que fueran remunerados religiosamente según ella misma establecía en los contratos de edición, aún reconociendo todos estos méritos, yo diría que lo más característico de Carmen Balcells, lo que más la definía, era la necesidad de dar y recibir amor y admiración que sentía de pronto sin previo aviso, hacia autores tanto consagrados como noveles, y el deseo de ayudar a aquellos en los que ella había descubierto atisbos de genialidad.

Su generosidad no tenía límites. Era capaz de organizar la vida, el horario, la economía de quien la necesitaba, con acierto y sin insistencia. Su amor, su profundo amor podía ser breve o intermitente para muchos escritores y colaboradores, pero perpetuo y sin desfallecimiento para aquellos a los que concedió no solo sus favores, sino su complicidad, su amistad y su profunda admiración.

Y cuando los efluvios de amor habían pasado, fuera porque se sentía traicionada o porque era ella la que había dado fin a la corriente de amor que con tanta pasión la había movilizado como nos ocurre a todos alguna vez, nadie pudo acusarla de haber echado mano de la venganza. De hecho no la conocía o al menos no la practicaba. Su reacción era la indiferencia, una fría indiferencia que extendía a todos los ámbitos de la relación.

Desde que la conocí seguí de cerca y de lejos la trayectoria de esta mujer que a su modo se puso el mundo por montera cuando comenzó en aquella Barcelona de tiempos tan difíciles para la libertad de la mujer.

Yo, que en algún momento también recibí su ayuda y su amistad, la recuerdo hoy como la protagonista de una vida cargada de éxitos y de excelentes amigos, que supo hacer frente a las dificultades inherentes a la profesión y a las que, como nos ocurre a todos, viven en el interior de nosotros mismos.

Descansa en paz, Carmen.

* Rosa Regàs es escritora, autora de obras como 'Azul', 'La canción de Dorotea' o 'Diario de una abuela de verano'. Fuedirectora General de la Biblioteca Nacional de España entre 2004 y 2007 y estuvo representada por Carmen Balcells hasta el año 2012.

Conocí a Carmen Balcells un lejano día de finales de los años sesenta cuando llegó al despacho de Carlos Barral casi sin aliento porque estábamos en el piso más alto del edificio de la calle Provenza donde se había instalado la Editorial Seix Barral. Carlos estaba en ese momento en las Gráficas y Ana Castellar la hizo pasar y le preguntó si quería tomar un café.

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