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Me han subido el alquiler y no me cabe la piscina de bolas
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Alfredo Pascual

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Me han subido el alquiler y no me cabe la piscina de bolas

Es un poco obsceno, Ricard, sean libros o tigres de bengala

Foto: Internauta en bolas
Internauta en bolas

Desde pequeño he querido tener una piscina de bolas en casa. Llamadme bobo, pero la idea de llenar una habitación de pelotitas de colores y desayunar dentro todas las mañanas me parece un hito de sofisticación. Hace poco, mientras buscaba piso para mudarme, me di cuenta de que es un sueño caro: por una estancia de 10 metros cuadrados extra, en mi barrio de Madrid, tendría que pagar más de 150 euros al mes. Estas cuentas también se llevaron por delante mi otro gran sueño vital, el de tener un tigre de bengala en lugar de un triste gato.

Atribulado ante semejantes renuncias topé ayer con el texto de Ricard Ruiz, un escritor barcelonés que va llorando por los rincones -son palabras suyas- porque ha tenido que desprenderse de 5.000 de sus 15.000 libros por un incremento en el alquiler. Para él va esta reflexión.

Foto: Ricard Ruiz Garzon. (Marta Calvo) Opinión

Ricard, es un drama que hayas perdido un tercio de tu biblioteca por cuestiones logísticas. Un conflicto líricopragmático en toda regla. Piénsalo: una parte de tu vida se ha esfumado simplemente porque no la puedes meter entre cuatro paredes. Nabokov, Capote, Le Guin, Cortázar, Conrad, Stevenson, las Brönte... lo más selecto de la narrativa internacional vendida al peso por culpa de los gentrificadores. Y lo peor es que, como tú certeramente apuntas en tu tribuna, la posibilidad de que pierdas el resto de tu colección por los mismos motivos es cuestión de tiempo.

El saber sigue ocupando lugar, pero cada vez menos. ¿No parece una buena oportunidad para plantearse saltar al digital? Estamos en 2017 y, albricias, 15.000 libros te caben en un eBook del tamaño de un cuaderno. Siempre vas a poder guardarte un cuaderno en el abrigo, aunque habites los bajos de un puente. Tus libros siempre estarán contigo, toda la vida; esto solo te lo garantiza la digitalización.

No necesitas libros físicos para disfrutar de la literatura Ricard, a estas alturas el papel es un lujo

Sí, ya sé que no es lo mismo; el olor de las páginas, los lomos ilustrados, ese viejo marcapáginas que te regaló tu primera novia en Calpe. Es todo precioso, nostalgia en perfume concentrado, pero no es mucho más que artificio. Lo que a ti te interesa de esos libros, Ricard, son las letras, tú lo sabes mejor que nadie. Ahí es donde está la esencia de lo que tú quieres atesorar, con todo el sentido, como una isla de evasión para lo que nos queda por vivir.

Y las letras son iguales en todos los formatos.

No me queda claro en tu texto si eres una persona atrapada en un formato, como los que apostaron por Betamax en los 80, o eres reaccionario ante el cambio de paradigma. En ambos casos tienes un problema común: el avance tecnológico te ha pasado por encima y tienes que gastar dinero para reengancharte. Hay matices: si perteneces a la primera categoría tendrás que hacer una criba importante -quedarte con 200 de esos 10.000 ejemplares, por ejemplo- y digitalizar el resto. No hace falta que los escanees todos, muchos te los puedes bajar piratas de internet. Al fin y al cabo ya has pagado por ellos antes.

Una vez hayas concluido la digitalización de tu archivo -la mayoría de la gente se puso con esto entre 2000 y 2005, pero no te agobies, cada uno tiene su ritmo, mira RTVE- lo tendrás más seguro y accesible que nunca. No te dejes engañar por la falsa sensación de seguridad de lo tangible: ahora mismo tu biblioteca está a un cigarro mal apagado de la extinción absoluta.

¿Cómo no va a ser un lujo tener una biblioteca en casa, si hay familias que viven en ese espacio?

La otra posibilidad es que no seas un hombre Betamax sino Juan Cruz, es decir, un individuo abiertamente enfrentado al progreso. Es una opción legítima, como casi todas las que no salen en el Código Penal, pero de nuevo tendrás que pagar. Como los que tienen una Ducati del 73 o han restaurado el gramófono del abuelo, tu pasión te somete a las reglas de un mercado acotado y clasista. Pagas por piezas que ya no se fabrican, por obras conservadas durante décadas o por un espacio de almacenamiento específico. Lo tuyo es el alquiler y, como tu colección de libros es enorme, eso te convierte automáticamente en un inquilino con necesidades especiales. Necesitas una habitación solo para tus amigos impresos, a lo que habría que sumar más espacio para hipotéticas parejas o hijos, que no sé -ni me importa- si tienes.

No soy de una especie distinta a ti, Ricard, ni te juzgo con suficiencia como temes en tu texto. Yo también tengo libros, aunque muchos menos que tú, y he tenido que cargar con ellos de una casa a otra. Pero hice una selección hace años y ahora viajo con 300-400 ejemplares; los demás, probablemente más de 5.000, van en dos discos duros y un Kindle. Porque tener un habitación-biblioteca en una ciudad con el suelo tan caro como Barcelona es un lujo que ni yo ni muchas otras personas podemos permitirnos. ¿Cómo no iba a serlo, si en nuestro país hay familias que viven en ese espacio? Tienes un lujo tan legítimo como la piscina de bolas o el tigre, pero lujo.

De modo que págate la biblioteca o sé más eficiente con tus libros, pero no culpes a los pisos turísticos ni a los hipsters del encarecimiento de tus lujos, porque es obsceno. Con tu presupuesto para alquiler, 1.000 euros, puedes permitirte más de 3.000 inmuebles en Barcelona. Seguro que alguno se adapta a tus necesidades de almacenamiento, aunque tengas que alejarte un poco del centro. Y no llores más por las esquinas, hombre, que el 47% de los españoles, con o sin piscina de bolas, ganan menos de lo que tú pagas por el alquiler.

Desde pequeño he querido tener una piscina de bolas en casa. Llamadme bobo, pero la idea de llenar una habitación de pelotitas de colores y desayunar dentro todas las mañanas me parece un hito de sofisticación. Hace poco, mientras buscaba piso para mudarme, me di cuenta de que es un sueño caro: por una estancia de 10 metros cuadrados extra, en mi barrio de Madrid, tendría que pagar más de 150 euros al mes. Estas cuentas también se llevaron por delante mi otro gran sueño vital, el de tener un tigre de bengala en lugar de un triste gato.

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