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Jesús Mosterín, un filósofo de la vida que no temía ni a molinos ni a gigantes
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Fernando Broncano

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Jesús Mosterín, un filósofo de la vida que no temía ni a molinos ni a gigantes

Miraba con el desacoplamiento de la emoción que da la razón todo aquello a lo que se enfrentaba

Foto: Jesús Mosterín, a la izquierda, junto a los naturalistas Hugo van Lawick y Félix Rodríguez de la Fuente, en 1969.
Jesús Mosterín, a la izquierda, junto a los naturalistas Hugo van Lawick y Félix Rodríguez de la Fuente, en 1969.

Solo conozco dos autores que hayan escrito con distancia sobre la muerte que les cercaba: uno es Raimon Carver, en su poema 'Mi muerte', y el otro Jesús Mosterín, en un estremecedor por distante anuncio de su cáncer de pulmón, escrito hace dos años. Mosterín era así: miraba con el desacoplamiento de la emoción que da la razón todo aquello a lo que se enfrentaba. Este escrito fue una de sus últimas lecciones sobre el poder de la filosofía sobre la muerte y un ejemplo de su lejanía intelectual de filósofos como Unamuno y Heidegger, a quienes aterrorizaba, al menos intelectualmente, la disolución orgánica. El cáncer se ha llevado hoy a Jesús Mosterín en Barcelona a los 76 años.

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Jesús Mosterín

Mosterín fue muchas cosas. Su entrada en Wikipedia resume aceptablemente sus facetas como autor, pero si yo tuviera que escoger una diría que fue un filósofo de la vida. Era reconocido internacionalmente como filósofo de la biología, alineado en las mismas trincheras darwinianas que Richard Dawkins y Daniel Dennett, pero yo diría que lo mismo que Stephen Jay Gould, que era su adversario en esta controversia, lo que amaba realmente y sobre lo que pensaba era sobre la vida. Fue conocido recientemente por sus escritos contra los toros, pero desde su juventud se había entregado ya a la causa de la vida animal. Colaboró en su juventud con Félix Rodríguez de la Fuente en aventuras editoriales y de otro tipo. En internet se encuentra una hermosa fotografía juvenil de ambos en la sabana africana. Nunca he dejado de arrepentirme de una discusión que tuvimos sobre las corridas de toros. Confieso que de joven tuve una época en que me gustaron y en una comida juntos, siendo yo un pipiolo, nos enganchamos con el tema. Me revolcó mil veces y otras tantas me revolví. Ahora me avergüenzo de aquellas cegueras que aprendí a resolver con su mirada.

Fue conocido recientemente por sus escritos contra los toros, pero desde su juventud se había entregado ya a la causa de la vida animal

Como buen filósofo de la ciencia, despreciaba la filosofía de la ciencia y amaba la ciencia sobre todo. Ha sido, con Richard Dawkins, el mejor comunicador de la ciencia que haya escrito en los últimos cincuenta años. Escribió de todo: sobre la historia de la lógica, sobre la física, sobre la biología, por supuesto. Incluso sobre la historia de la filosofía. Merece la pena revisitar su historia de la filosofía en sus innumerables volúmenes publicados en Alianza, para entender cuán próximo se encontraba de Bertrand Russell.

De su inteligencia da cuenta una de mis muchas conversaciones sobre él que tuve con Toni Domènech (otra gran reciente pérdida). Decía Toni “viene, y me pregunta sobre un aspecto oscuro de la teoría de la decisión que no controla, le cuento lo que sé, y al día siguiente escribe un artículo que me deja pasmado porque es mucho más claro y lúcido que todo lo que yo podría decir”. Tenía el don de la claridad que solo da el haber comprendido profundamente las cosas. Quienes nos movemos en esas oscuras aguas de la teoría de la ciencia somos testigos. En los años ochenta estaba académicamente de moda analizar los conceptos y teorías de la ciencia. Había miles de artículos sesudos sobre el tema. Él escribió un breve artículo en Investigación y Ciencia que inmediatamente se convirtió en canónico. Más tarde hizo algo similar con la teoría de la racionalidad basada en la teoría de la decisión y con la teoría de la cultura basada en lo que más tarde ha sido denominada memética.

Tenía el don de la claridad que solo da el haber comprendido profundamente las cosas

Yo reconozco que tenía mis distancias con su visión de la racionalidad y de la cultura, pero también creo que es imposible hacer nada interesante en este campo sin empezar leyéndose sus textos. En estos sembrados llenos de abrojos, fue muy divertida la controversia que tuvo con Muguerza sobre la racionalidad y los humanes (propuso este término en vez de humanos, que consideraba demasiado cargado de teoría). Javier Muguerza escribió contra él 'Human, demasiado human', uno de sus más divertidos ensayos, recogidos en 'La razón sin esperanza'. Dos buenos pájaros de la ironía. Quienes hemos sufrido sus invectivas (de los dos lados) podemos dar cuenta de ello.

Ha muerto uno de los grandes. Se le recordará por muchas cosas, pero yo querría ahora traer a la memoria algo que muchos no harán: propuso, en su momento, reformar completamente el español escrito para adecuarlo a la fonética. Escribió un libro sobre ello. Esto nos da una idea de la dimensión épica de Jesús Mosterín. No temía ni a los molinos ni a los gigantes.

Solo conozco dos autores que hayan escrito con distancia sobre la muerte que les cercaba: uno es Raimon Carver, en su poema 'Mi muerte', y el otro Jesús Mosterín, en un estremecedor por distante anuncio de su cáncer de pulmón, escrito hace dos años. Mosterín era así: miraba con el desacoplamiento de la emoción que da la razón todo aquello a lo que se enfrentaba. Este escrito fue una de sus últimas lecciones sobre el poder de la filosofía sobre la muerte y un ejemplo de su lejanía intelectual de filósofos como Unamuno y Heidegger, a quienes aterrorizaba, al menos intelectualmente, la disolución orgánica. El cáncer se ha llevado hoy a Jesús Mosterín en Barcelona a los 76 años.

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