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Eduardo Mendoza, fascinado por la tristeza del 'Caballero de la mano en el pecho'
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Peio H. Riaño

Un Prado al día

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Peio H. Riaño

Eduardo Mendoza, fascinado por la tristeza del 'Caballero de la mano en el pecho'

El autor de 'Sin noticias de Gurb' se pregunta quién es el hombre del retrato, qué es un hidalgo español y por qué esta figura del Greco presiente la lenta decadencia del imperio español

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Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) es, probablemente, uno de los observadores más elegantes e irónicos –o sea, inglés- de todos los que se dedican a escribir novelas. El arte siempre ha estado entre sus atenciones, en sus charlas y en su gusto personal, y lo ha dejado colarse en libros como Riña de gatos. Madrid 1936 (Premio Planeta 2010). Ha tratado de esquivar a Velázquez como autor de referencia y al hacerlo se ha cruzado con El Greco, que como él mismo dice: “No me entusiasma. O no lo entiendo o sencillamente no me gusta. No obstante, la primera vez que visité el Museo del Prado me fascinó El caballero de la mano en el pecho. La imagen y también el misterioso título”.

La mitad izquierda es la de un hombre que mira al frente con cierta fiereza. La mitad derecha es lo contrario

¿Quién es el caballero del cuadro? Imposible que un personaje de apariencia tan principal no haya dejado huella de su identidad y que el retrato pasara inadvertido a sus contemporáneos. Ahora bien, en la pintura española de la época es infrecuente el retrato masculino anónimo, salvo que encierre un simbolismo. Pero, ¿qué simboliza? La crítica al uso lo considera el paradigma del hidalgo español, del caballero cristiano: un destilado de la contrarreforma, coetánea del cuadro. Una interpretación que sólo desplaza el problema sin resolverlo. ¿Qué significa “un hidalgo español”, al margen de la parodia del Quijote? ¿Qué significaba para el Greco, un extranjero en la corte de Felipe II, en la que nunca consiguió hacerse un hueco?”.

“El hombre del cuadro es enjuto, moreno, más joven de lo que parece. La mano, estilizada, adopta una posición poco natural, dos dedos juntos y dos muy separados, como en un gesto cabalístico. O de tahúr. No hay duda de que el modelo fue un individuo de carne y hueso. De otro modo, no tendría la cara asimétrica, lo que le da su personalidad y su misterio. Un experimento sorprendente es taparle un lado de la cara y luego el otro. La mitad izquierda es la de un hombre que mira al frente con cierta fiereza. La mitad derecha es lo contrario”.

“Su contenida tristeza precede a los melancólicos reyes y nobles que medio siglo más tarde retrataría Velázquez y a los indolentes ilustrados de Goya, unos y otros al borde del colapso moral. El Greco es anterior a la lenta decadencia del imperio español, pero el caballero, quizá sin saberlo, la presiente”.

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Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) es, probablemente, uno de los observadores más elegantes e irónicos –o sea, inglés- de todos los que se dedican a escribir novelas. El arte siempre ha estado entre sus atenciones, en sus charlas y en su gusto personal, y lo ha dejado colarse en libros como Riña de gatos. Madrid 1936 (Premio Planeta 2010). Ha tratado de esquivar a Velázquez como autor de referencia y al hacerlo se ha cruzado con El Greco, que como él mismo dice: “No me entusiasma. O no lo entiendo o sencillamente no me gusta. No obstante, la primera vez que visité el Museo del Prado me fascinó El caballero de la mano en el pecho. La imagen y también el misterioso título”.

Eduardo Mendoza Pintura Museo del Prado
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