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Jorge Moragas salva la ruptura catalanista con una pintura de Mariano Fortuny
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Peio H. Riaño

Un Prado al día

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Peio H. Riaño

Jorge Moragas salva la ruptura catalanista con una pintura de Mariano Fortuny

El jefe de gabinete del Presidente Rajoy encuentra en la 'Batalla de Wad-Rass', de mediados del siglo XIX, una estampa que reivindica los valores de un país sin escisión nacionalista

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El patito feo de la pintura española es el siglo XIX. Al tiempo que se atrevían a volcarse sobre lienzos gigantes para bregar con los acontecimientos que hacen mella en los libros de Historia, resumían los gestos vulgares de la cotidianidad burguesa en tablitas enanas. Del encargo al capricho con soltura y mucho almíbar. Cuando El Prado inauguró en 2009 todas estas pinturas saltaban de las manoseadas páginas de los manuales a 12 salas dedicadas a un periodo tan variado como irregular, en cuyo recorrido Mariano Fortuny (1838-1874) se muestra como un autor de abundantes recursos y estrategias.

Con 20 años la Diputación de Barcelona le propone viajar a Marruecos para documentar la guerra entre españoles y marroquíes –uno de los últimos fotoperiodistas con pincel–, acompañando el cuerpo de voluntarios catalanes dirigidos por el general Prim (1814-1870). La luz y el exotismo de los paisajes y sus gentes suponen un impacto definitivo en su carrera, en su producción nada volverá a ser como antes. Y en ese giro radical –alimentado por sus visitas al Prado y la obra de Velázquez y Goya–, la batalla de Wad-Rass puso fin a la guerra y origen al nuevo Fortuny. Eso llamó la atención del político y diplomático Jorge Moragas (Barcelona, 1965), jefe de gabinete del presidente Mariano Rajoy y director de campaña del PP para las próximas elecciones generales.

Cada vez que veo uno de esos cuadros de Fortuny, pienso en lo mucho que hemos hecho juntos los catalanes y el resto de los españoles

Así explica el especial significado que tiene esta curiosa obra de metro y medio de papel pintado al óleo:

“Hace ya bastante tiempo, vine un día de Barcelona a Madrid para examinarme en la escuela diplomática. Aquella vez me tenía que quedar en casa de una prima de mi madre que vivía en Chamberí, y le di la dirección al taxista:

–Por favor, lléveme a la calle Fortuny.

Dije “Fortuny”, naturalmente, tal y como se dice en catalán, es decir, Fortuñ. A lo cual, tras una intensa cavilación, el taxista me comentó que no había ninguna calle con ese nombre en todo Madrid.

–No puede ser –le contesté-, si es una calle muy céntrica. Es con efe, Fortuñ.

–Le digo que no existe.

Cinco minutos después, con ayuda del callejero, el hombre entró en razón y entonó su particular eureka: “¡Ah! Se refiere a la calle Fortuni!”.

Además de las dificultades de pronunciación de su nombre, Fortuny ha conocido la mala suerte de tener la obra muy dispersa –en el MNAC, en El Prado, en Montserrat– y, ante todo, la de haber sido pintor en el mismo siglo que Goya. Pero es un artista excepcional, también en parte por eso, porque hay que ir a buscarle. Y, fundamentalmente, por haber sido un maestro pionero en España de ese orientalismo tan en boga en la Europa decimonónica y que, pese a sus excesos, no dejó de representar un encuentro entre dos mundos.

Fortuny también iba a ser pintor –al igual que otros artistas catalanes como Cusachs y Sans i Cabot– de temas militares. Y en esta Batalla de Wad-Ras, los dos motivos, el bélico y el exótico, se dan la mano.

Fortuny pintó el cuadro, como muchos otros de los suyos, comisionado por la Diputación de Barcelona en la Campaña de Marruecos de 1860. Se trataba de seguir al contingente de voluntarios catalanes que, junto a los “tercios vascongados” y otros soldados del resto del país, se iban a hacer célebres por su valor.

Prim se convirtió en héroe nacional, arengando en catalán a sus tropas y arremetiendo contra el enemigo con una espada en una mano y la bandera española en la otra

Las de aquel viaje de Fortuny son escenas de otro tiempo, claro, pero no han perdido su emotividad: allí, entre Wad-Ras, Tetuán y Los Castillejos, Prim –que, como Fortuny, era de Reus–​ se convirtió en héroe nacional, arengando en catalán a sus tropas y arremetiendo contra el enemigo con una espada en una mano y la bandera española en la otra. Tras hacer un ingenioso castell, esos mismos voluntarios catalanes izarían la bandera en la alcazaba de Tetuán. Y aquellas tropas con la barretina calada todavía se traerían de allí algo que dura hasta hoy: los cañones que, una vez fundidos, iban a aportar el bronce para las estatuas de los leones que flanquean la puerta del Congreso de los Diputados.

Ya digo que son historias –por fortuna–​ de otro tiempo. Hoy tenemos mejores y más amplios horizontes. Pero, como diputado por Barcelona, cada vez que veo esos leones, como cada vez que veo uno de esos cuadros de Fortuny, pienso en lo mucho que hemos hecho juntos los catalanes y el resto de los españoles. Y pienso, ante todo, en lo mucho y bueno que aún nos queda por hacer".

El patito feo de la pintura española es el siglo XIX. Al tiempo que se atrevían a volcarse sobre lienzos gigantes para bregar con los acontecimientos que hacen mella en los libros de Historia, resumían los gestos vulgares de la cotidianidad burguesa en tablitas enanas. Del encargo al capricho con soltura y mucho almíbar. Cuando El Prado inauguró en 2009 todas estas pinturas saltaban de las manoseadas páginas de los manuales a 12 salas dedicadas a un periodo tan variado como irregular, en cuyo recorrido Mariano Fortuny (1838-1874) se muestra como un autor de abundantes recursos y estrategias.

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