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El baloncesto tras los Juegos de Río: de aquí a la eternidad
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Ramón Trecet

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El baloncesto tras los Juegos de Río: de aquí a la eternidad

Si al hablar de atletismo pudimos observar que ni siquiera el cartesianismo de los números produce acuerdos, figuraos en baloncesto, deporte en el que un entrenafor

Foto: La plata olímpica de la selección femenina de baloncesto (Jim Young/Reuters)
La plata olímpica de la selección femenina de baloncesto (Jim Young/Reuters)

Si al hablar de atletismo pudimos observar que ni siquiera el cartesianismo de los números produce acuerdos, figuraos en baloncesto, deporte en el que un entrenador americano, al hablar de estadísticas, pronunció la siguiente frase: "Sí, estoy convencido de que si torturas los números suficientemente, al final dirán lo que quieres que digan".

Dejadme plantear cómo el cartesianismo de los números es a veces jibarizado por el hipnotismo de la personalidad arrolladora: Usain Bolt, todos extasiados. Nueve medallas y todo eso. Pero ¿os habéis fijado en las marcas de sus seis carreras individuales en Pekín, Londres y Río?

- 100 metros: 9.69 (Pekín), 9.63 (Londres), 9.81 (Río)

- 200 metros 19.30 (Pekín), 19.32 (Londres), 19.78 (Río)

Solo la hipnosis mental colectiva o, en lenguaje cotidiano, la comedura de tarro, pueden explicar que Bolt sedujera sometiendo a todos sus rivales desde días antes de salir a la pista, convalenciente de una lesión, haciéndoles creer que derrotarle era imposible... a 9.81 y a 19.78. Que los psicólogos lo expliquen.

En baloncesto hemos aprendido hace mucho tiempo que la conquista de la autoestima es valor determinante a la hora de repetir en el triunfo. Dos modelos de insistencia en el éxito: Estados Unidos y sus medallas de oro tras los fracasos de su selección masculina en Atenas 2004 y Japón 2006.

España es el otro modelo de solidez en el éxito, con un Mundial, dos platas olímpicas y un bronce en diez años, además de tres títulos europeos.

Estados Unidos dispone del más perfecto sistema de trabajo, con millones de jugadores que van refinando piramidalmente hasta llegar a la esencia NBA, la liga más importante del mundo (y no solo en baloncesto), con un sistema de marketing global que por imposición económica hace que todo jugador del planeta quiera ir a jugar allí, hasta el punto de que en ciertos partidos importantes de Juegos y Campeonatos del Mundo, un enfrentamiento parezca un partido de la NBA, particularmente si ese enfrentamiento es con España o Francia. Su único problema es el hambre de triunfo de sus jugadores, y en eso han tenido suerte, porque algunos no consiguen triunfar en la NBA y como lenitivo, una especie de metadona del deporte, una medalla de oro. Carmelo Anthony ya tiene tres. Además, el Comité Olímpico Internacional les cuida como a diamantes porque se han convertido en uno de los atractivos primordiales de los Juegos Olímpicos. El lema es sencilo: "Lo que haga falta".

En mujeres, la cosa es peor, porque aunque su liga profesional no reparte mucho dinero y se juega en una imposible etapa veraniega del año, sus jugadoras emigran a Europa y copan los mejores salarios. Las cantidades son escasas y cuando una jugadora americana o europea consigue entrar en el círculo mágico del multicontrato, como pasa con la ahora espàñola Sancho Lyttle o nuestra Anna Cruz, no descansan, no pueden permitírselo: contrato WNBA de mayo a septiembre; selecciones durante el verano, dependiendo; contrato europeo de septiembre a mayo.

Nosotros, además, tenemos la estructura quebrada: ambas ligas son económicamente inviables excepto para equipos con poder exógeno o equipos bien estructurados en la realidad de lo que hay y no de lo que se sueña. La ligas no tienen un modelo económico, un modelo de marketing, un modelo de expansión y producción televisiva. En el caso de las mujeres nunca ha sido así porque el deporte femenino de élite atrae expectación solo en determinados sitios, como por ejemplo Salamanca. En el caso de los chicos, tres plagas: crisis económica, crisis de evolución con arreglo a los tiempos y crisis del modelo de negocio.

En medio de todo surge una generación irrepetible que nos sitúa como segunda potencia del mundo. De comer garbanzos a comer caviar. Todo bien estructurado, con patrocinadores, pachangas preparatorias para complacer a los citados sponsors, llegadas cual indianos de los cada vez más abundantes jugadores españoles en la NBA, políticos empujándose para salir en la foto o directivos cuya máxima aspiración en la vida es triunfar socialmente en Sevilla, comenzando por disfrazarse de Rey Mago.

Llegados a Rio, el modelo federativo convertido en Team España femenino y masculino ha triunfado rotundamente y ese triunfo tiene varios padres y madres, con Pau Gasol como centro neurálgico de la atención social conseguida a través del éxito. En mujeres, una sucesión de excelentes jugadoras con un espíritu de emprendimiento colosal, que van desde Carolina Mújica a Wonny Geuer, además de una serie de emigrantes que pasan desoladores inviernos en poblaciones de nieves casi perpetuas. El número es enorme y la calidad de su entrega, emocionante. Lucas Mondelo es un entrenador cuidadoso, meticuloso, que no comete el error de gritar.

El modelo ha llegado en chicos a 'His Latest Flame', que diría Elvis Presley, el Último Baile. La Generación de Oro ha dado hasta al presidente que ha sustituido a Pepe Sáez, un ejecutivo que lo hizo bien, pero con una visión personalista que le hizo cometer errores que sus enemigos aprovecharon con la eficiencia que alimenta a los envidiosos. Sáez se cavó su propia tumba.

Mientras escribo los jugadores viajan a sus respectivos lugares de tabajo, la mayoría fuera de las ligas españolas.

Jorge Garbajosa tiene ante sí un panorama imposible para intentar emular mínimamente lo conseguido. Los triunfos en categorías de formación no fructifican en masivos apariciones en las respectivas ligas. Las mujeres se van a las universidades americanas. Los hombres, a la NBA con sueldos diez veces mayores. Los clubes prefieren al extranjero con experiencia a la incorporación de talento joven todavía por formar. No tienen dinero, pero siguen apostando por un jugador experto no se sabe a veces en qué. Durante años se nos dijo que la selección era la locomotora de nuestro baloncesto, pero ahora sabemos que no es así. La selección era la locomotora de sí misma y su credibilidad no incluía la de la liga, porque la emigración constante desfiguraba a los equipos.

Eso es lo que hay.

Si al hablar de atletismo pudimos observar que ni siquiera el cartesianismo de los números produce acuerdos, figuraos en baloncesto, deporte en el que un entrenador americano, al hablar de estadísticas, pronunció la siguiente frase: "Sí, estoy convencido de que si torturas los números suficientemente, al final dirán lo que quieres que digan".

Selección Española de Baloncesto Anna Cruz Sancho Lyttle