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Inmejorable llegada a Marrakech: la moto petardea y 'Montoro' tiene anginas
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Fran Pardo

'Cruzar África en moto'

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Inmejorable llegada a Marrakech: la moto petardea y 'Montoro' tiene anginas

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El viaje más largo que había hecho en moto fue dos días antes, a Torrelavega. 50 kilómetros entre la ida y la vuelta, así que los moteros sabrán mejor que nadie lo que me espera en mi viaje desde Comillas (Cantabria) hasta Ciudad del Cabo (Sudáfrica) por el oeste de África. Casi 15.000 kilómetros por delante sentado en mi Honda Dominator de 1989, y con mi compañero Antonio, un inspector de Hacienda al que he bautizado como ‘Montoro’, al que le acompaña hasta Gambia, Óscar, que se ha ‘acoplado’  a última hora. Arrancamos a las 10 de la mañana del 19 de marzo de 2015 -feliz día del padre, por cierto- desde el impresionante edificio del Espolón. Por mi cuerpo corre una sensación nueva, nunca antes había sentido algo parecido e imagino que será porque soy consciente de que empiezo algo que desconozco su fin, una aventura de verdad.

(Vídeo: De la despedida con su hijo a la visita a un mecánico)

¿No quieres caldo? Pues toma dos tazas, bonito. ¿No has conducido nunca una moto? Pues te vas a estrenar con una lluvia y un frío que te va a obligar a bajar de la moto para perder el conocimiento. Y todo esto, con unos pantalones finos, un chubasquero de 6 euros (me duró un rato) y con ropa de recambio… de verano. El objetivo del primer día es simplemente llegar a Madrid en un camino de rosas, pero en lugar de pétalos me topé sólo con espinas. Además de parar en mi pueblo, San Felices de Buelna, debí hacerlo en Osorno (realicé dos entrevistas para radios y mi cerebro no funcionaba) y a los 150 kilómetros paré nuevamente porque mi cuerpo estaba a punto de dejar de funcionar. Llegué a Madrid tiritando y siendo consciente de que es el día que más frío he pasado de mi vida. Mal empezamos ‘afortunadamente’.

Al día siguiente paré en Alquiber Renting Flexible, -principal patrocinador de esta aventura- y sonrío sabiendo que la meteo daba un cielo azul hasta Sevilla. ¡Error! A los 100 kilómetros comienza a jarrear aunque no paro hasta los 185 kilómetros. Récord personal y satisfacción enorme por haber recorrido tanta distancia sin parar. Lleno el tanque y a los 12 kilómetros Lydia –mi moto- se para… Grúa y taller, donde mi primer mecánico y nuevo amigo –Pau- me da el susto: “Fran, hay que cambiar el motor”. Es viernes por la tarde y hasta el lunes me dice que no se va a poder hacer nada.

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Primer contratiempo del viaje que debo resolver. Acudo a internet y a las 4 de la madrugada doy con Alberto, de un pueblo de Badajoz a 200 kilómetros y que está de camino, para un cambio de motor. Cuando llegamos, ya sábado por la mañana él y su primo Carlos me esperan. Muchas gracias por vuestra ayuda, os debo un homenaje. A las doce de la noche retomo el camino hacia Vejer y llego a las tres de la mañana.

Como dicen los pilotos de Fórmula 1, mejor que los problemas ocurran en pretemporada o en entrenamientos. En mi caso, mejor que este trasplante de ‘corazón’ para Lydia haya ocurrido en España porque en África se podría haber multiplicado la dificultad por 100. El domingo piso por última vez España y pongo el primero en África, donde estaré los próximos dos meses pasando buenos momentos y también muchas penurias; pero en realidad es lo que busco y eso me emociona. Ya de noche, este continente nos recibe con un fuerte viento y agua: otra experiencia más que nos servirá de práctica. A los 40 años continúo aprendiendo cosas cada día.

Hicimos noche en Ashila y enfilamos hacia Marrakech. Para variar más agua y frío. ¡Qué pesadilla! Lydia petardeaba porque le debía de entrar el líquido elemento por algún lado y mi inspector de Hacienda -Montoro- también ‘gripaba’: anginas. Así que debimos parar más de lo pensado en Marrakech ya que no teníamos ropa de recambio para continuar la marcha.

Desde ya abandonamos las autopistas para coger la primera carretera de montaña hacia Tan Tan. Me froto las manos deseando explorar la primera ruta con belleza y alejarnos algo de la civilización adentrándonos en zonas desérticas. ¡Quiero sentir África!… Montoro, con gesto más serio, no parece igual de entusiasmado.

El viaje más largo que había hecho en moto fue dos días antes, a Torrelavega. 50 kilómetros entre la ida y la vuelta, así que los moteros sabrán mejor que nadie lo que me espera en mi viaje desde Comillas (Cantabria) hasta Ciudad del Cabo (Sudáfrica) por el oeste de África. Casi 15.000 kilómetros por delante sentado en mi Honda Dominator de 1989, y con mi compañero Antonio, un inspector de Hacienda al que he bautizado como ‘Montoro’, al que le acompaña hasta Gambia, Óscar, que se ha ‘acoplado’  a última hora. Arrancamos a las 10 de la mañana del 19 de marzo de 2015 -feliz día del padre, por cierto- desde el impresionante edificio del Espolón. Por mi cuerpo corre una sensación nueva, nunca antes había sentido algo parecido e imagino que será porque soy consciente de que empiezo algo que desconozco su fin, una aventura de verdad.

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