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Yo no soy Marc Coma, definitivamente… soy un perdedor
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Fran Pardo

'Cruzar África en moto'

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Yo no soy Marc Coma, definitivamente… soy un perdedor

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La segunda etapa de este viaje que comenzó en Comillas (Cantabria) y pretende terminar en Ciudad del Cabo subido a una Honda Dominator de 1989 sirvió para darme cuenta que Lydia –mi moto- no va a llegar con vida a Sudáfrica, salvo que la hagamos una intervención ‘quirúrgica’. ¿Se imaginan cambiar el aceite cada 50 kilómetros por el desierto? Pues eso debí hacer desde que salí de Marrakech y continuar hasta que llegue a Gambia, donde tengo mi habitual taller de confianza. ¡Menuda pasta me está costando! 'Montoro' (mi amigo Antonio) no para de darme collejas y decir: “Se nos va el presupuesto, hay que hacer recortes”.

La desagradable sensación de meter el pie en mi bota mojada me recordó lo mal que lo pasé días atrás. Ahora, sin embargo, el sol radiante es el que manda en nuestra salida. Estamos en Marrakech y tenemos un aburrido trayecto hasta Agadir por autopista. Demasiado fácil, salvo por las paradas para rellenar el dichoso aceite. “¿A quién se le ocurre ir desde Cantabria hasta Sudáfrica en esa moto?”, cuántas veces me dijeron eso antes de salir. Pero en la aventura, en complicaciones como esta, se encuentra el espíritu de estos kilómetros solidarios.

A partir de Agadir ya es carretera –no autopista- con los acantilados por un lado y el desierto por el otro. Con esta sensación se me olvidan los problemas. El viaje, por primera vez desde que salí de Comillas, se transforma en placer. Es la primera vez en mi vida que saboreo la moto, supongo, como los moteros de verdad.

Se acabó el 'jamón ibérico'para mi moto

Pasamos por Tifnif y de ahí a Guelmin para disfrutar de la puesta de sol. El plan era haber llegado a Tan Tan pero entre que Lydia necesita ‘beber’ cada dos por tres y que, para que nos vamos a engañar, a nosotros también nos gusta zampar (no nos cortamos ni un pelo), el tiempo se nos echó encima. De hecho, al día siguiente por el impresionante paisaje hasta Bojador mi cabeza comenzó a evadirse preparándose para el premio en forma de rabas que nos esperaban en Afnir. Antes de meternos un buen atracón, Montoro saca la calculadora y hace cuentas… está preocupado por el tema del aceite (yo también) así que metemos el primer gran recorte: se acabó el ‘jamón ibérico’ para Lydia, a partir de ahora compraremos un aceite más normal, no el caro. Gracias a ello supo mejor el festival gastronómico que nos dimos.

De las rabas de Afnir a Tarfaya para hacernos la clásica foto con el barco encallado de Armas, y seguir comiendo. Sin pudor alguno sabemos que somos unos domingueros cruzando el Sáhara y con esta sensación llegamos a El Ayoun, ya con la puesta de sol. Preciosa. “¿Cenamos o qué?”. Con la tripa nuevamente llena no nos paramos y la embaucadora noche nos acompañó para dar un paseo bajo las miles de estrellas que se ven desde el desierto. Dormimos en Bojador.

Mi experiencia en moto como un pardillo

Con un trayecto fácil pero aburrido, mi intrepidez y astucia provocó hacer el viaje más entretenido. A los 40 kilómetros de partir, Lydia comienza a petardear y, con mi ‘extensa’ experiencia motera de una semana, intuyo que el fallo es por una bujía. Realizo el cambio con ayuda de Montoro, salgo como una bala y a los 3 kilómetros tengo el mismo problema, ¡y se me enciende una bombilla! Pongo la reserva de la moto y funciona… El problema era que se nos había olvidado llenar el tanque de gasolina. Soy un perdedor, está claro. A partir de aquí surge otro problema: tenemos 10 litros de combustible para hacer 180 kilómetros hasta la siguiente gasolinera, ¿llegaremos? Con un nudo en la garganta y suspense llegamos a la gasolinera. Y de ahí al Hotel Barbas, situado antes de la frontera. Este trayecto lo he hecho muchas veces y me parece especial. El camino fue mágico y disfruté de esas casi dos horas de camino durante la noche.

A las 8 de la mañana abro un ojo, “¡mierda, nos hemos dormido!”, exclamo. Murphy falla y en la frontera, esta vez, no había nadie. Acabamos pronto en el lado marroquí y penetramos en la increíble tierra de nadie que separa esa parte con la mauritana. Desde allí, largo recorrido hasta Nouakchott, aunque con un atardecer fantástico gracias a las sobras que el sol provoca con las dunas.

Dunas, y yo con una moto… Al día siguiente ejecuté un plan que tejí durante la noche: cuando entramos en una zona de pistas debo emular a Marc Coma. La preparé buena dando saltos y se me soltó la mochila que llevaba, mis herramientas, los recambios y las cámaras de repuesto por si pinchaba… cuando llegué a la frontera me di cuenta de esta pérdida. Retrocedí como un cohete pero ya era tarde. Así que si alguien ve a un mauritano con un piñón colgado a forma de colgante o algo parecido -porque para otra cosa no le vale-, por favor avisad. Al final, el plan se fue a la basura y nos debimos conformar con un paseo por Saint Louis, un triste kebab para cenar y a dormir a Louga. Yo no soy Marc Coma, definitivamente… soy un perdedor (de herramientas, en este caso).

La segunda etapa de este viaje que comenzó en Comillas (Cantabria) y pretende terminar en Ciudad del Cabo subido a una Honda Dominator de 1989 sirvió para darme cuenta que Lydia –mi moto- no va a llegar con vida a Sudáfrica, salvo que la hagamos una intervención ‘quirúrgica’. ¿Se imaginan cambiar el aceite cada 50 kilómetros por el desierto? Pues eso debí hacer desde que salí de Marrakech y continuar hasta que llegue a Gambia, donde tengo mi habitual taller de confianza. ¡Menuda pasta me está costando! 'Montoro' (mi amigo Antonio) no para de darme collejas y decir: “Se nos va el presupuesto, hay que hacer recortes”.

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